Los antropólogos nos explican que la humanidad parece hacer uso de tres «tendencias» cerebrales distintas. La primera es aquella donde el impulso sexual guía gran parte de nuestras conductas. El segundo hace referencia al «amor romántico», ahí donde se generan relaciones de dependencia y de un alto coste emocional y personal. El tercer enfoque es el que conforma el apego saludable, ahí donde la pareja construye una complicidad significativa de la que ambos miembros se benefician.
Ahora bien, más allá de entender qué garantiza la estabilidad y la felicidad en una pareja, hay un aspecto que a todos nos interesa. Hablamos del enamoramiento, hablamos de la química del amor, de ese proceso extraño, intenso y desconcertante que a veces nos hace poner la mirada, la mente y el corazón en la persona menos adecuada. O, por el contrario, en la más acertada.
Cada uno de nosotros tenemos una preferencias determinadas, muy profundas, idiosincráticas y a veces hasta inconscientes. Asimismo, existe una evidencia clara de que solemos enamorarnos de personas con características similares a las nuestras: grado de inteligencia similar, sentido del humor parecido, mismos valores…
Sin embargo, hay algo llamativo a la vez fascinante en todo ello. Podemos estar en un aula con 30 personas con características similares a las nuestras, gustos afines y valores semejantes y jamás nos enamoraremos de todas ellas. Entonces… ¿qué más factores propician semejante hechizo y en eso que entendemos como química del amor?
El aroma de los genes
Sin embargo, más que los genes, el que desprende un olor particular -del que no somos conscientes, pero que guía nuestra conducta de atracción- es nuestro sistema inmunitario, y en concreto las proteínas MHC.
Estas proteínas tienen una función muy concreta en nuestro organismo: desencadenan la función defensiva.
Se sabe por ejemplo que las mujeres se sienten inconscientemente más atraídas por hombres con un sistema inmunitario diferente al suyo. Es el olor quien las guía en este proceso, y si prefieren perfiles genéticos diferentes al propio es por una razón muy simple: la descendencia con esa pareja daría paso a un niño con una carga genética más variada.
Nuestra biología nos guía para encontrar un compromiso entre la igualdad y la diferencia y siempre encontramos el equilibrio perfecto, no sólo cuando elegimos las caras y los olores.
La droga del amor: ¿por qué es adictivo el amor?
La química del amor es capaz de hacerte sentir en pleno subidón, hacerte sufrir un bajón o hacerte sentir el mono por alguien. Que el amor es como una droga es totalmente cierto, y tiene ciertos efectos secundarios realmente curiosos.
Tal y como señala un estudio del Colegio de Medicina Albert Einstein, cuando el amor se rompe, igual que cuando una persona es adicta a la droga, las consecuencias de la adicción son tan fuertes que pueden desembocar en graves conductas depresivas y obsesivas.
Los compuestos químicos y las hormonas que genera el amor
El amor libera dopamina, serotonina y oxitocina, por eso que cuando nos enamoramos nos sentimos excitados, llenos de energía y nuestra percepción de la vida es magnífica. Pero los neuroquímicos del enamoramiento vienen a chorros y al cabo del tiempo, al igual que pasa cuando alguien consume drogas durante un período largo de un dilatado período, llega la tolerancia o lo que comúnmente se conoce como habituación.
Cuando la cascada química desciende, hay muchas personas que lo interpretan como una pérdida de amor (MacDonald & MacDonald, 2010). Lo que realmente sucede es que los receptores neuronales ya se han acostumbrado a ese exceso de flujo químico y el enamorado necesita aumentar la dosis para seguir sintiendo lo mismo. Eso puede convertir una fluctuación natural en una crisis, y puede llegar la bonita frase: “Ya no siento lo mismo”. Pero dejar una relación no siempre es tan simple.
El cerebro necesita un proceso de recuperación para volver a los niveles normales de flujo químico y hace falta dejar pasar el tiempo para recuperar la estabilidad.
La oxitocina: un abrazo vale más que mil palabras
La cascada química puede hacernos perder la razón, pero, ¿por qué ocurre esto?
Neurólogos expertos como Gareth Leng creen que la oxitocina ayuda a forjar lazos permanentes entre amantes tras la primera oleada de emoción. La hormona actúa «cambiando las conexiones» de los miles de millones de circuitos neuronales. Esta hormona es conocida como el neurotransmisor de la confianza o de los abrazos y se libera en grandes cantidades durante el orgasmo, el parto, y en cantidades más pequeñas cuando te cogen de la mano. Además de afianzar el vínculo entre una madre y su bebé
Esta misma hormona es la explicación a por qué las mujeres pasan gran parte del tiempo con amigas y por qué les gusta ser abrazadas constantemente.
La oxitocina es una sustancia endógena (segregada por el cuerpo) y actúa como una droga (sustancia exógena introducida en el cuerpo desde el exterior), liberando transmisores como la dopamina, la noradrenalina (norepirefrina) o la serotonina. Estos neurotransmisores permiten inundar el cerebro de feniletilamina.
La feniletilamina
Esta sustancia (familiar de las anfetaminas) combinada a su vez con la dopamina y la serotonina, sintetiza la receta perfecta para un amor de película, provocando que los enamorados puedan permanecer horas coqueteándose, haciendo el amor o conversando sin sensación alguna de cansancio o sueño.
La feniletilamina es como el azúcar en una bebida o el barniz que colocamos en un lienzo: todo lo vuelve más intenso. Es ella quien intensifica la acción de la dopamina y la serotonina, ella quien constituye la auténtica química del amor para hacernos sentir felices, realizados e increíblemente motivados. Es como un dispositivo biológico que busca «intensificar» todas nuestras emociones.
Es un compuesto químico con un efecto poderoso, tan poderoso que puede tornarse adictivo. Los dependientes de feniletilamina tienden a saltar de un romance a otro, abandonando su pareja tan pronto como el coctel químico inicial se desvanezca.
Los efectos de la feniletilamina desaparecen tras dos o tres años, es entonces cuando nos enfrentamos a la tremenda realidad y, sobrevienen los defectos que otrora no vimos. Con el tiempo el organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y toda la locura de la pasión se desvanece gradualmente, la fase de atracción no dura para siempre y comienza entonces una segunda fase que podemos denominar de pertenencia dando paso a un amor más sosegado. Se trata de un sentimiento de seguridad, comodidad y paz. Dicho estado está asociado a otra ducha química. En este caso son las endorfinas, los que confieren la sensación común de seguridad comenzando una nueva etapa, la del apego. Por ello se sufre tanto al perder al ser querido, dejamos de recibir la dosis diaria de narcóticos.
Como dato curioso el chocolate es rico en este compuesto, por eso es habitual que durante el “mal de amores” se consuman cantidades excesivas.
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