Aunque el feminismo como movimiento estructurado no surge hasta el siglo XIX, muchas mujeres ya venían cuestionando su condición de desigualdad mucho antes. A lo largo de la historia, algunas alzaron la voz y desafiaron las normas impuestas por una sociedad dominada por hombres.
Un ejemplo temprano es el de Guillermine de Bohemia, quien fundó en el siglo XIII una iglesia exclusivamente femenina que reunía a mujeres de distintas clases sociales. Su propuesta, radical para la época, le costó la vida: fue ejecutada en la hoguera en el año 1281.
Más adelante, en 1405, Christine de Pizan escribió La ciudad de las damas, obra clave que la posiciona como la primera escritora feminista de la historia. En sus textos criticaba la misoginia predominante y defendía que la supuesta inferioridad de las mujeres no era natural, sino consecuencia de su falta de acceso a la educación, impuesta por el modelo social patriarcal.
La llamada primera ola del feminismo se desarrolló entre los siglos XIX y XX, principalmente en Inglaterra y Estados Unidos. Su lucha se enfocó en la conquista de derechos políticos para las mujeres, especialmente el derecho al voto. Las sufragistas encabezaron protestas, marchas y acciones de gran impacto que sentaron las bases para los avances futuros.
Esta etapa marcó el inicio de un largo camino hacia la igualdad de género, aún en construcción.

Feminismo en la Revolución Francesa y los primeros clásicos
La Revolución Francesa de 1789 proclamó la igualdad jurídica y los derechos políticos, pero dejó fuera a la mitad de la población: las mujeres. Fue entonces cuando su voz comenzó a expresarse colectivamente, cuestionando una contradicción central de las revoluciones liberales.
En este contexto, la inglesa Mary Wollstonecraft publicó en 1792 Vindicación de los Derechos de la Mujer, considerado el primer clásico del feminismo moderno. En esta obra critica la exclusión femenina de los derechos y bienes propuestos por el pensamiento ilustrado. Para Wollstonecraft, el camino hacia la igualdad real pasaba por el acceso a la educación y la independencia económica.
Un año antes, en 1791, Olimpia de Gouges había redactado la Declaración de los derechos de la mujer y de la ciudadana, un valiente alegato por la libertad, igualdad y derechos políticos, especialmente el derecho al voto. Su activismo le costó la vida: fue guillotinada en 1793.
Pese a estos esfuerzos, en 1804 el Código Civil napoleónico reafirmó la subordinación legal de la mujer. Esta legislación excluyó a las mujeres de los derechos civiles reconocidos para los hombres, confinándolas al ámbito doméstico y tratándolas como menores legales bajo la tutela de padres, esposos o incluso hijos.
Además, la educación formal fue reservada casi exclusivamente a los varones, consolidando una brecha que sería difícil de cerrar.
Así, el feminismo nacía entre luces y sombras, enfrentando un sistema que predicaba igualdad, pero practicaba exclusión.

Del silencio a la palabra: el feminismo en el siglo XIX y la lucha por el voto
Aunque durante la Revolución Francesa muchas mujeres tomaron conciencia de su opresión colectiva, esta etapa supuso una derrota para el feminismo. Las más activas en política fueron castigadas con la guillotina o el exilio. La República solo aceptaba a las mujeres como madres y esposas, negándoles la ciudadanía y excluyéndolas del sistema educativo formal. Así, quedaron fuera de los derechos liberales que tanto prometían igualdad.
Sin embargo, en 1848, en Nueva York, Lucretia Mott y Elizabeth Cady Stanton organizaron la Convención de Séneca Falls, un hito que marcaría el inicio formal del feminismo moderno en Estados Unidos. De este encuentro surgió la Declaración de Sentimientos, donde se exigía la independencia femenina, el derecho al trabajo y una vida sin tutelas masculinas.
Con la llegada de la Primera Guerra Mundial, los hombres fueron enviados al frente y las mujeres asumieron roles clave en fábricas, industrias bélicas y oficinas públicas. El esfuerzo fue tan evidente que, en 1917, el Rey Jorge V amnistió a las sufragistas, y se aprobó el sufragio femenino en Reino Unido.
Hacia los años 30, la mayoría de los países desarrollados ya habían reconocido el derecho al voto femenino. Con este objetivo cumplido, el movimiento entró en recesión, aunque el feminismo no había dicho su última palabra.
La historia, como verás, no siempre avanza en línea recta… pero sí deja huellas.

Rosie the Riveter y la segunda ola del feminismo
Durante la Segunda Guerra Mundial, surge en EE.UU. el ícono de Rosie the Riveter, una figura que representaba a las mujeres trabajando en fábricas mientras los hombres iban al frente. Aunque en un principio fomentó la inclusión laboral femenina, al finalizar la guerra, muchas fueron empujadas nuevamente al hogar, reforzando los roles tradicionales.
Las feministas de finales del siglo XIX y principios del XX ya habían planteado demandas fundamentales: acceso a la educación superior, igualdad de derechos civiles, libertad para ejercer profesiones, igual salario por igual trabajo y la coparticipación en la patria potestad. En esencia, exigían el respeto por los valores democráticos dentro de un marco liberal. Para ellas, el derecho al voto era la llave que abriría el resto de las puertas.
Con el paso del tiempo, nace la segunda ola del feminismo, un movimiento que se extendió desde los años 60 hasta los 90. A diferencia de la primera ola, centrada en derechos legales y políticos, esta nueva etapa abordó temas más amplios como la sexualidad, la familia, el trabajo y los derechos reproductivos.
Las feministas también visibilizaron problemáticas como la violencia doméstica y la violación conyugal, promovieron la creación de centros de acogida para mujeres maltratadas e impulsaron cambios legales en custodia y divorcio. Esta ola profundizó en las desigualdades estructurales, desafiando no solo las leyes, sino también las normas culturales y sociales.

La tercera ola del feminismo y el pensamiento radical
En su influyente libro «El segundo sexo», la filósofa Simone de Beauvoir sentenció: «Mujer no se nace, se hace». Con esta frase, planteó que lo considerado “natural” en las mujeres era en realidad una construcción social, una identidad impuesta que les restringía su verdadera libertad. Esta obra marcó un antes y un después en el pensamiento feminista.
Otra figura clave fue Kate Millett, autora de «Política sexual» (1970), considerada una pieza fundamental del feminismo radical. En su tesis, Millett argumenta que el patriarcado no es inherente a la humanidad, sino una construcción histórica y cultural, ya que no hay diferencias innatas entre hombres y mujeres a nivel intelectual o emocional.
La llamada tercera ola del feminismo comenzó oficialmente con el artículo “Becoming the Third Wave” escrito por Rebecca Walker en 1989. En él, Walker propuso una visión más flexible, diversa e inclusiva del feminismo. Esta etapa reconoce que no existe una única experiencia femenina, sino muchas, determinadas por factores como raza, clase, orientación sexual, nacionalidad o religión.
Durante esta ola se amplió el foco: comenzaron a debatirse temas como el abuso sexual, el acoso, la desigualdad estructural, la homofobia y el empoderamiento femenino. Fue un momento de gran visibilidad mediática y activismo, donde se comenzaron a tejer puentes entre diferentes luchas sociales, reforzando la idea de que el feminismo también debía ser interseccional.

Betty Friedan, el feminismo liberal y la «mística de la feminidad»
En 1963, Betty Friedan sacudió a Norteamérica con la publicación de «La mística de la feminidad», un libro que ponía en palabras “el problema que no tiene nombre”: ese vacío existencial que muchas mujeres sentían al verse reducidas a sus roles tradicionales de madres, esposas y amas de casa. Friedan describió cómo la política postbélica había reforzado un modelo femenino limitado y asfixiante, disfrazado de felicidad doméstica.
La solución, según Friedan, era clara: incorporarse al mundo laboral, conquistar la autonomía personal y romper los muros de esa cárcel llamada hogar. Tres años más tarde, en 1966, fundó la Organización Nacional de Mujeres (NOW), el colectivo feminista más influyente del momento. Desde ahí, promovió el feminismo liberal, convencida de que si las mujeres accedían de manera equitativa a la vida pública, política y profesional, lograrían la igualdad real.
El feminismo liberal no veía a las mujeres como oprimidas sino como excluidas. Y proponía reformas progresivas del sistema para corregir esa desigualdad, en lugar de derribarlo todo. Su apuesta: entrar en las mismas reglas de juego… y ganarlas.
Ahora bien, no todas estaban de acuerdo. El feminismo radical, que tomó fuerza en los 60 y 70, rechazaba esta vía reformista. Consideraba que el sistema patriarcal no se reforma: se cuestiona y se derriba. Para ellas, los hombres eran los principales beneficiarios del sistema de dominación, y la verdadera liberación pasaba por desmantelar ese orden.
