Durante las terribles epidemias de peste en Europa, surgió una figura peculiar: el médico de la peste negra. Estos profesionales eran contratados por las autoridades de pueblos y ciudades con un alto número de contagios. Como su salario lo pagaba el gobierno local, estaban obligados a tratar a todos los ciudadanos por igual, tanto a los ricos como a los pobres.
A diferencia de los médicos tradicionales o cirujanos experimentados, muchos de estos doctores no tenían una formación médica sólida. Algunos eran médicos jóvenes sin experiencia, otros simplemente no habían logrado establecerse en la profesión. En muchos casos eran considerados de «segunda categoría». En Francia y los Países Bajos, estos médicos eran conocidos como empíricos, ya que muchos no contaban con ningún tipo de preparación formal. En un caso documentado, uno de ellos había sido vendedor de frutas antes de convertirse en médico.
Su trabajo principal no era curar —algo difícil con los conocimientos médicos de la época—, sino registrar muertes por la peste y atender a los enfermos con métodos rudimentarios. Usaban el icónico traje con máscara en forma de pico, diseñado para protegerlos del “aire corrupto”, ya que se creía que la peste se transmitía por el mal olor.
Aunque hoy nos suene ineficaz o hasta cómico, estos médicos cumplían una función crucial: ser los únicos dispuestos a enfrentar la peste bubónica cuando nadie más lo hacía.

El caos social durante las epidemias de peste en Europa
Durante las oleadas de peste que arrasaron Europa, no solo el virus causaba estragos. El caos social también tomaba el control. Mientras las familias eran diezmadas, muchos aprovechaban la situación para el saqueo de hogares abandonados. Casas sin adultos a cargo eran desvalijadas sin miramientos. El miedo era tan profundo que incluso los médicos huían antes que sus pacientes, sabiendo perfectamente lo que se avecinaba.
La desesperación también despertaba la necesidad de encontrar culpables. Sin comprensión científica del fenómeno, surgían acusaciones infundadas hacia minorías étnicas, religiosas o personas consideradas brujas o herejes. En vez de respuestas racionales, se buscaban víctimas propiciatorias para canalizar el miedo y la frustración.
En una época donde los microbios aún no se conocían, la superstición se imponía a la razón. Incluso las academias científicas ofrecían explicaciones delirantes: se creía que la peste era consecuencia de una conjunción de los astros, especialmente por la supuesta «mala influencia» de Marte, Júpiter y Saturno. Este tipo de pensamiento mágico era moneda corriente, y la astrología convivía cómodamente con la ciencia médica de la época.
La peste no solo fue una crisis sanitaria, sino también un catalizador del pánico, la ignorancia y el colapso del orden social. Una combinación explosiva que revelaba lo frágil que era la sociedad frente a lo desconocido. Y lo lejos que aún estábamos de entender cómo funcionaban realmente las enfermedades.

La vida de los médicos de la peste en Europa medieval
A pesar de no conocer la causa exacta de la peste, los médicos de la Europa medieval entendían la naturaleza del contagio. Sabían que la enfermedad no discriminaba entre clases sociales: nobles y sacerdotes también podían enfermar, aunque el riesgo disminuía si se evitaba el contacto con los enfermos. Sin embargo, para los médicos, atender a los afectados significaba un sacrificio extremo.
Los médicos debían aislarse de la población y despedirse de sus familiares y amigos, ya que estaban en constante exposición al virus. Este sacrificio, sin embargo, era compensado con un contrato que les aseguraba salario y algunos beneficios. El acuerdo les otorgaba privilegios como la posibilidad de realizar autopsias, algo que estaba prohibido en la Europa medieval, con el fin de investigar posibles curas para la plaga.
Este aislamiento social y las duras condiciones que enfrentaban generaban un sentido de desesperanza, pero también una oportunidad para profundizar en el conocimiento médico de la época. A pesar de que el panorama era sombrío, los médicos tenían la responsabilidad de tratar de entender mejor la peste, incluso si eso implicaba poner en riesgo sus propias vidas.
Este contexto histórico muestra cómo los médicos de la peste no solo fueron esenciales en la lucha contra la enfermedad, sino también en la evolución de la medicina en tiempos de gran crisis.

El uniforme peculiar de los médicos de la peste
Para atender a los enfermos de la peste, los médicos tomaban extremas precauciones. Su vestimenta consistía en una larga túnica de cuero, guantes y un sombrero de ala ancha, elementos esenciales para minimizar el riesgo de contagio. En sus manos, portaban un bastón, que utilizaban para evitar el contacto físico directo con los pacientes, pero también tenía otro uso peculiar. Muchos enfermos, convencidos de que la peste era un castigo de Dios, solicitaban al médico que los golpeara con el bastón como parte de su arrepentimiento por sus pecados.
El componente más característico del uniforme de los médicos de la peste era la máscara con su largo pico aviar. Esta máscara no solo protegía los ojos con cristales, sino que servía para filtrar las miasmas o malos olores que se pensaba que transmitían la enfermedad. Los médicos creían que la peste se transmitía por vía aérea, penetrando el cuerpo a través de los poros de la piel.
Para protegerse aún más, colocaban en el pico trozos de ámbar gris, hojas de menta, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor y clavo de olor, en un intento de neutralizar las malas influencias del aire y ofrecer algo de alivio a los pacientes.
Este peculiar atuendo y el enfoque en la prevención reflejan las limitadas pero innovadoras soluciones médicas de la época.

La máscara de los médicos de la peste: ¿un precursor del equipo médico actual?
Una de las razones por las que la máscara de los médicos de la peste tenía esa forma característica con un largo pico, era para evitar que los doctores se acercaran al aliento de los pacientes infectados. Este diseño, aunque extraño y tétrico, tiene un paralelo sorprendente con el equipo médico moderno, como el tapabocas que usan hoy los profesionales de la salud para protegerse de los pacientes y, a su vez, evitar la transmisión de gérmenes.
De forma similar, los guantes de goma actuales cumplen un propósito esencial para prevenir el contagio. De este modo, la máscara del médico de la peste puede considerarse un precursor de las medidas de protección sanitaria que utilizamos hoy en día.
Tratamientos inusuales: sangrías y remedios extraños
En cuanto al tratamiento de la peste, se recurría a métodos que hoy en día parecen inusuales o incluso peligrosos. Se realizaban sangrías (sacar sangre del paciente para «limpiarlo»), y se aplicaban sapos y sanguijuelas sobre los bubos para tratar de extraer los fluidos infectados. Aunque estas prácticas no eran efectivas, eran parte del protocolo médico de la época.
Nostradamus: el doctor de la peste más famoso
Uno de los médicos más famosos de la época fue Nostradamus, quien se destacó por dar consejos que hoy en día parecerían sabios para tratar la peste negra. Entre sus recomendaciones estaban: eliminar los cuerpos infectados, tomar aire fresco, beber agua limpia, preparar jugos de escaramujos y evitar las sangrías. Nostradamus se convirtió en una figura de referencia para detener la propagación de la pandemia de la peste.

El uniforme del médico de la peste: origen y legado
El uniforme de los médicos de la peste, que ha quedado grabado en la memoria colectiva como una imagen tétrica y extraña, fue inventado por Charles de L’Orme en 1619 y utilizado por primera vez en París. Este traje especial consistía en una larga túnica de cuero, guantes, sombrero de ala ancha y la máscara de pico de ave, que se popularizó rápidamente por toda Europa. La máscara tenía la forma de un pico de ave porque existía la creencia de que los pájaros transmitían la peste, lo que llevaba a la gente a pensar que su forma ayudaría a alejar el contagio. Lo irónico es que los pájaros en realidad eran inmunes a la bacteria que causaba la enfermedad.
La cuarentena: un mecanismo de protección ante el miedo al contagio
Médicos y pacientes estaban sometidos a cuarentena para evitar la propagación de la peste. Esto significaba que no podían reanudar sus actividades cotidianas hasta que transcurrieran 40 días sin mostrar síntomas de infección. Esta medida de aislamiento se convirtió en un protocolo fundamental durante las epidemias, demostrando una de las primeras formas de prevención sanitaria.
Venecia: la ciudad de las sombrías prácticas
Venecia fue una de las ciudades que más sufrió durante la peste y, a la par, se hizo célebre por las prácticas extremas y desgarradoras que empleaban para lidiar con los infectados. Bastaba que alguien estornudara o mostrara algún síntoma para que lo embarcaran, junto con los moribundos, a la isla Poveglia o a otras islas de la Laguna de Venecia. Estos lugares se convirtieron en cementerios vivientes, donde los enfermos eran abandonados a su suerte, condenados a morir en total desamparo.
El panorama para los médicos no era mucho mejor. En 1348, Venecia contrató dieciocho médicos para hacer frente a la peste, pero al final de la crisis, solo quedaba uno. Doce médicos desaparecieron, probablemente huyendo aterrados por la situación, mientras que los otros cinco murieron a causa de la enfermedad.
