Cuando las oleadas de peste diezmaban Europa, muchas personas se dedicaban al saqueo de los hogares que quedaban sin mayores a cargo. Los que eran médicos huían antes que los pacientes, pues sabían lo que se venía. Otros se la agarraban con víctimas propiciatorias acusadas de causar la desgracia, que en general eran las minorías de cada país, o las brujas, o los herejes.
Los microbios no se conocían y la superstición se superponía a la investigación, de manera que hasta las academias explicaban la aparición de la peste a cosas tan disparatadas como la conjunción de los astros y la mala reputación de Marte, Júpiter y Saturno.
Aunque no conocían la causa, les quedaba claro el contagio, directo o indirecto. Aunque fueras sacerdote o noble, la podías contraer, no era un padecimiento exclusivo de los pobres… pero si no estabas en contacto con enfermos, era probable que no la padecieras. De manera que los médicos para atender a los enfermos debían vivir aislados del resto de la población y despedirse de sus familiares y amigos. Esa terrible exigencia era compensada con un contrato que les brindaba salario y regalías, a cambio del riesgo que tomaban y los perjuicios que sufrían. Además de esto, se les permitía realizar autopsias, las cuales normalmente estaban prohibidas en Europa Medieval, para poder realizar investigaciones para encontrar una cura para la plaga.
Muchos de estos médicos tomaban precauciones para atender sus pacientes. Se vestían con una larga túnica de cuero, guantes y sombrero de ala ancha. En su mano llevaban un bastón que usaban para remover pacientes evitando en lo posible el contacto físico pero lo más sorprendente es el segundo uso que tenía ese bastón. Muchos pacientes entendían que estaban sufriendo un castigo de Dios por sus pecados y entonces le pedían al médico que les pegara con ese bastón como parte de su arrepentimiento.
Pero lo más característico del uniforme del médico de la peste, era la máscara con su largo pico aviar. También tenía cristales para proteger los ojos y el galeno respiraba a través de ese pico para filtrar las miasmas, malos olores… o lo que fuera que andaba en el aire o en la proximidad de los agonizantes pacientes. También los protegía de los frecuentes estallidos de las pústulas bubónicas. En el pico se ponían y se renovaban con frecuencia, trozos de ámbar gris, hojas de menta, mirra, láudano, pétalos de rosa, alcanfor, clavo de olor y todo lo que al médico le pareciera que podía neutralizar toda esa maldad que había en el aire. En aquel tiempo se pensaba que la peste se contagiaba por vía aérea y que penetraba en el cuerpo por los poros de la piel.
Otra de las razones por las que tenía esa forma era por que el pico impedía que el doctor se acercase al aliento del infectado.
Será extraña, exagerada y tétrica, pero si lo piensas mejor, resulta que esa máscara equivale al tapabocas que hoy usan todos los profesionales de la salud, para protegerse de los pacientes y para proteger al mismo paciente de los gérmenes que ellos pueden portar inadvertidamente. De los guantes de goma se podría decir lo mismo.
Para tratar a los enfermos hacían sangrías (sacar sangre para hacer limpieza), utilizaban sapos y sanguijuelas en los bubos cada día, aunque no surtía mucho efecto.
El doctor de la peste más famoso fue Nostradamus, el cual daba consejos como eliminar cuerpos infectados, tomar aire fresco, tomar agua limpia, beber un jugo preparado con escaramujos y no sangrar al paciente. Nostradamus fue un referente para detener la pandemia de la peste negra.
Véase también La peste negra, la epidemia más mortífera de Europa