Desde el momento en que Casanova perdió su virginidad en un ménage à trois con dos jóvenes mujeres de la nobleza veneciana, comenzó una vida llena de aventuras sexuales. Soldado, espía, diplomático, escritor, aventurero, y recordado principalmente por su autobiografía, que estableció su reputación como el héroe erótico más famoso.
Las Memorias de Casanova o también conocido como Historia de mi vida es un relato fascinante, en el que narra sus aventuras con 132 mujeres – de acuerdo a su propias cuentas -, pero también nos ofrece un retrato íntimo de las costumbres y la vida en el siglo XVIII. No solo fue un mujeriego, sino que emprendió innumerables proyectos, empleos, iniciativas…, e incluso fue llevado a los tribunales de media Europa y contratado por Luis XV para hacer de espía. Una vida singular.
Giacomo Casanova nació en Venecia en <b<1725 y fue hijo de comediantes; su madre fue Zaretta Farussi, una actriz que viajaba por toda Europa con sus espectáculos; su padre, Gaetano Casanova falleció cuando Giacomo tenía 8 años. En su infancia sufrió de hemorragias nasales, y sus padres pensaron que no iba a vivir mucho tiempo. En su pubertad, de cuando en cuando le daba por vestirse de mujer. Según nos cuenta su autobiografía, aprendió a leer en menos de un mes y al apercibir el despejo y habilidad intelectual de Giacomo, lo destinaron a la carrera eclesiástica, para la cual le enviaron a un internado y le hicieron recibir instrucción del abate Gozzi. Con él hizo progresos en latín y cuatro años después hizo un par de tesis, una sobre derecho civil y otra sobre canónico. Aprendió filosofía y ciencia del senador veneciano Malipiero, pero su relación se esfumó cuando Casanova tuvo un lío con la favorita del senador, una cantante llamada Teresa. Y este y otros escándalos motivaron su expulsión del seminario.
Contrajo una enfermedad venérea en la adolescencia y posteriormente la sífilis y la gonorrea, cosa normal si atendemos a su promiscuidad. Aunque su vida sexual fue muy animada, no le gustaba participar en las orgías, que eran populares entre la alta sociedad.
Con 21 años su madre lo envió a Roma para que entrase al servicio del cardenal Acquaviva, embajador de España ante la Santa Sede; pero eso no le impidió continuar sus escarceos amorosos, algo que sería perdonable de no ser por su imprudencia (ocultó en el palazzo de la Plaza de España, residencia oficial del cardenal, a una chica escapada de su casa); de nuevo es expulsado y a partir de este hecho empiezan sus grandes viajes, vagabundeos y aventuras, nomadeando por toda Europa. En esta primera etapa pasa por Corfú y Constantinopla, para luego volver a Venecia y hacerse soldado y violinista, aunque se cansó pronto de este oficio. Sus affaires (aventuras amorosas de corta duración) son continuos allá por donde va.
Su inteligencia y amplios conocimientos le hicieron pasar por médico ante un patricio veneciano. Casanova logró curarlo de un reciente infarto y consiguió que le entregara una gran suma de dinero, que aprovechó para iniciarse en la magia y la cábala. Pero llegó a los oídos de la Inquisición que poseía libros prohibidos y se vio obligado a huir de Venecia. Llegado a Ancona en febrero de 1744, y constreñido a pasar la cuarentena en el lazareto, tuvo allí una relación con una esclava griega y luego vivió una de sus más extrañas aventuras al enamorarse (hasta el punto en que se podía enamorar un libertino) de un eunuco o castrato, Bellino, convencido de que se trataba en realidad de una mujer, algo que en efecto resultó ser, pues era una muchacha, Teresa, que había fingido serlo para sobrevivir huérfana como cantante en el teatro de la Iglesia, donde estaba prohibida la actuación de mujeres. Entre 1749 y 1752, recorrió Milán, Cremona, Cesena, Parma, de nuevo Milán, Génova, Lyon, París y Dresde. En esta época se hizo pasar por financiero, diplomático, ocultista, publicista y a fin de cuentas charlatán, frecuentando las mesas de juego e ingresando en la Masonería francesa.
En 1753 vuelve a Venecia y en 1755 es arrestado y encarcelado en los Piombi, o prisión de los ‘Plomos’ por impiedad y prácticas mágicas y esotéricas. Un año después se escapó increíblemente, acompañado de un monje que conoció en prisión. Su largo exilio durará 18 años. Primero marchó a París, donde se codeó con Luis XV, Madame de Pompadour y su corte. Tuvo gran confianza por parte de los reyes y se le atribuye la invención de la lotería estatal francesa en 1757, involucrando en ella a gran número de celebridades y personas notables, además de realizar diversas misiones secretas y visitar a Voltaire. Sin embargo, no desaparecían sus ajetreos. Cometió un fraude en un negocio textil y falsificó letras de cambio. De nuevo huye y vagabundea por Europa; el motivo de tantos cambios de residencia suele ser siempre el mismo: unas cartas que denuncian sus actividades y motivan su proceso de expulsión por las autoridades, a lo que él se anticipa siempre inteligentemente, antes de que se le cierren las puertas.
Poco después apareció por Zúrich donde se enclaustra en una abadía; en Roma recibe una condecoración del papa Clemente XIII; deja embelesado a Federico II el Grande de Prusia, quien llegó a ofrecerle el mando de los cadetes de su ejército, conoce a Catalina la Grande en San Petersburgo; estuvo también en Inglaterra y pasó a España con la esperanza de obtener un puesto en la administración de Carlos III; en Barcelona es arrestado en la cárcel durante 42 días por un affaire con la esposa del Capitán General del ejército (1768). En fin, pasa de la conversación con Voltaire y Rousseau a los tratos con rufianes y prostitutas, y de la amistad del general Aleksandr Suvórov y la de otro gran aventurero y ocultista, el conde Alessandro di Cagliostro a las riñas tabernarias.
Deambula ahora por Italia, en donde tiene más escarceos amorosos, y visita por segunda vez a su hija Leonilda en Nápoles. Ella está casada con un noble masón por el cual Casanova tiene gran simpatía, ya que él también era masón. Como el noble no puede darle un hijo a su esposa ya que está gravemente afectado por la gota, le pide a Casanova que se acueste con ella (sin saber que es el padre). Así pasan unas semanas en la casa de campo del noble en donde tiene affaires con una de las doncellas con el propósito de disimular sus movimientos en la casa, con Leonilda y con Lucrezia (la madre de su hija y suegra del noble).
En 1776 fallece su madre en Dresde. Para poder volver de nuevo a su Venecia natal y perdonarle la fuga de años antes le piden cumplir una misión diplomática a favor de la ciudad y actuar como espía para la Inquisición; regresa pues en 1774, aunque no delata a nadie y sus informes son deliberadamente elípticos; en 1779 inicia su vida marital con la costurera Francesca Buschini y prueba fortuna como empresario teatral. En 1781 los inquisidores prescinden de sus servicios, aunque lo contratan para asuntos puntuales. Sin embargo, otra vez es expulsado por vengarse de una acusación por deudas de un noble llamado Carlo Grimani al publicar contra él un libelo en 1782 en donde decía que este era hijo ilegítimo, y de nuevo marcha al exilio en 1783 hacia Trieste.
Otra vez comienza un tour de viajes partiendo de Viena y pasando por Bolzano, Augsburgo, Aquisgrán, Maguncia, Frankfurt, Spa, París y de nuevo Viena, donde trabaja un tiempo como secretario del embajador Sebastiano Foscarini; el 20 de septiembre mantiene una reunión en París con Benjamín Franklin; marcha después a Dresde, Berlín y Praga; allí se encuentra con Lorenzo da Ponte y con Wolfgang Amadeus Mozart cuando estaban escribiendo la ópera Don Giovanni. Se dice que esta ópera está inspirada un poco en los romances e historias que contó al compositor y su libretista cuando se volvió a encontrar con él una vez más en Viena. En 1785 se había hecho amigo del conde de Waldstein, miembro de la masonería, algo que comparte con Casanova, y este conde le ofrece a Casanova hacerse cargo de la biblioteca de Dux en Bohemia; este acepta, y este será su último trabajo. En 1795 fallece uno de sus hermanos pintores, Giambattista, director de la Academia de pintura de Dresde, y se entrevista con Goethe en Weimar ese mismo año. No llega a ser feliz en Bohemia y comienza a escribir sus memorias como terapia contra su tristeza. No llegó a terminarlas, ya que murió el 4 de junio de 1798 con 73 años, quedándole 27 años de aventuras amorosas y demás avatares por narrar. Dejó escrito en el prólogo de sus memorias:
Comienzo declarando al lector que, en todo cuanto he hecho en el curso de mi vida, bueno o malo, estoy seguro de haber merecido elogios y censuras, y que, por tanto, debo creerme libre y que entre los tormentos del Infierno, ningún sacerdote ha mencionado jamás el aburrimiento.
¿Cómo tuvo Casanova tanto éxito para seducir a las mujeres más hermosas de Europa?
Pues tenía el raro don para un hombre de la época de dirigirse a ellas como si fueran sus iguales. En una época en que los hombres tomaban lo que querían, Casanova sabía cómo preguntar primero. Asimismo, se prestaba al placer de la mujer, relegando a un segundo plano el egoísmo en ocasiones de los hombres en este aspecto.
Fragmentos de Historia de mi vida
Mi madre me trajo al mundo el 2 de abril de 1725, en Venecia. Hasta mi noveno año fui estúpido. Pero tras una hemorragia, de tres meses, me mandaron a Padua, donde me curaron, recibí educación y vestí el traje de abate para probar suerte en Roma. En esta ciudad, la hija de mi profesor de francés fue la causa de que mi protector y empleador, el cardenal Acquaviva, me despidiese. Con dieciocho años entré al servicio de mi patria [Venecia] y llegué a Constantinopla. Volví al cabo de dos años y me dediqué al degradante oficio de violinista… pero esta ocupación no duró mucho, pues uno de los principales nobles venecianos me adoptó como hijo. Así, viajé por Francia, Alemania, fui a Viena…
Un día en que su doncella le cortaba a la señora F. las puntas de sus largos cabellos en mi presencia, me distraía recogiendo los pequeños y bonitos mechones y los iba colocando sobre el tocador, excepto un mechoncito que me metí en el bolsillo, pensando que no se daría cuenta. Pero, en cuanto estuvimos solos, me dijo con dulzura, pero un poco seria que le devolviese aquel rizo que había recogido. Me pareció que me trataba con un rigor tan cruel como injusto, pero obedecí y con aire desdeñoso arrojé el rizo sobre el tocador.
— Caballero, estáis faltándome.
— No, señora. No os costaba nada fingir que no advertíais este inocente robo.
— No me gusta fingir.
— ¿Tanto os molesta un robo tan pueril?
— No es eso. Pero ese robo demuestra unos sentimientos hacia mí que a vos, que sois hombre de confianza de mi marido, no os está permitido alimentar.
Me encerré en mi cuarto, me desvestí y me eché en la cama. Me fingí enfermo. Por la tarde fue a verme y me dejó un paquetito al darme la mano. Cuando lo abrí, a solas, descubrí que había querido reparar su avaricia regalándome unos mechones larguísimos. Con ellos me hice un cordón muy fino, en uno de cuyos extremos hice poner un lazo negro, para poder estrangularme si alguna vez el amor me llevaba a la desesperación. El resto lo corté con unas tijeras, lo reduje a un polvo muy fino y le encargué a un confitero que en mi presencia lo mezclase con una pasta de ámbar, azúcar, vainilla, cabello de ángel, alquermes y estoraque. Aguardé a que las grageas estuvieran dispuestas antes de irme. Las guardé en una preciosa bombonera de cristal de roca, y cuando la señora F. me preguntó su composición le dije que tenían algo que me obligaba a amarla.
Fuentes: es.wikipedia.org y hdnh.es