Juana de Arco, nació el 6 de enero del año 1412 en el seno de una familia campesina francesa acomodada. Vivió en una Francia marcada por la Guerra de los Cien años, que enfrentaba al país galo y a Inglaterra por el trono francés.
Durante los últimos años de la Guerra de los Cien Años, las batallas se intensificaron. Se enfrentaron el heredero al trono, Carlos VII, y Enrique VI de Inglaterra.
Mientras su país estaba en plena guerra, Juana de Arco comenzó a experimentar una serie de sucesos que calificó como divinos. Con tan solo 13 años, la joven Juana aseguró haber visto a San Miguel, Santa Catalina y Santa Margarita.
Estas visiones cambiaron el destino de la doncella. Según se cree, estas visiones le ordenaron llevar una vida “devota y piadosa”. Años más tarde, fue Dios el que la encomendó otra misión: debía ir con un ejército francés para alejar a las tropas inglesas de la ciudad de Orleans, donde la resistencia francesa aguantaba desde hacía mucho los ataques del ejército inglés y recuperar el trono.
En torno a 1428, Juana de Arco partió hacia Vaucouleurs, lugar en el que se encontraban las tropas de Carlos VII. La joven guerrera pidió alistarse en sus filas, pero la rechazaron.
Juana, sin embargo, no cejó en su empeño. Pocos meses después, los ingleses tomaron la delantera en el conflicto con el asedio de Orleans. Esto hizo que el ejército del francés se trasladara a la localidad de Chinon.
Hasta allí acudió Juana de Arco. Con insistencia volvió a pedir a Carlos VII que le permitiera dirigir a parte de sus tropas e informarle de cuál era la situación. La posición de los franceses se estaba debilitando y Carlos VII tuvo que confiar en la guerrera.
En 1429, Juana de Arco, bajo órdenes divinas, dirigió el ejército de más de cinco mil hombres logrando en cuestión de cuatro días, levantar el sitio a la ciudad asediada durante seis meses.
Juana siguió avanzando. Las victorias que obtuvo a continuación cambiaron el rumbo de la Guerra de los 100 años entre Francia e Inglaterra en favor de Francia, abrieron el camino para reunificar al país e hicieron posible la coronación del Carlos VII en Reims, un evento tanto político como religioso que asentó su poder como soberano de Francia.
Gracias a la victoria comandada por Juana de Arco, Francia comenzó a aventajar a Inglaterra. Poco a poco fue recuperando territorios hasta que, finalmente, reconquistó Francia, aunque eso no lo vería la joven doncella.
Acusada de herejía
Tras cumplir su cometido, Juana dejó de escuchar las voces de aquellos santos que le encomendaron tan osada tarea y decidió regresar a casa. Un deseo que se vio interrumpido por la insistencia de sus superiores, que solicitaron su presencia en el ataque contra París de ese mismo año o el asedio de Compiègne.
Tras el fracaso de la última batalla, fue hecha prisionera y entregada a los ingleses, que la acusaron de herejía y la condenaron a morir en la hoguera. Juana de Arco no se retractó, sino que reafirmó sus revelaciones.
¿Qué hizo el rey ante esta situación?
No hizo nada en absoluto. El silencio fue su respuesta.
Carlos escribió una carta publica diciendo que: “Juana se había vuelto demasiado arrogante, orgullosa y había dejado de escuchar al rey, por eso había sido capturada y ya no contaba con el apoyo de Dios.”
De esa forma, traicionada por su país, la mañana del 30 de mayo de 1431, con unos 19 años, fue atada a una estaca y quemada viva en la plaza del Mercado Viejo de Ruán, al noroeste de Francia, y sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Fue beatificada en 1909 y en 1920 fue declarada santa por el papa Benedicto XV.
¿Poder divino?
¿Cómo pudo siendo mujer, casi una niña en realidad, sin conocimiento militar o político alguno, analfabeta y campesina jugar un papel tan determinante en la historia de Francia?
Lo que resultó clave para revertir la situación fue la fe, el propósito y la profunda convicción de que, si ella dirigía a las tropas contra los ingleses en Orleans, Dios estaría de su lado y ganarían la batalla. Ya que, de hecho, ella nunca luchó. En vez de un hacha o una espada, ella cargaba un estandarte.
Dividida, empobrecida, habiendo perdido territorio y con un ejército inadecuado y desmoralizado, lo que Francia necesitaba realmente era un «milagro» para salir del estancamiento en el que se encontraba.
Y eso fue, precisamente, lo que ofrecía la carismática y convencida Doncella de Orleans.
Juana fue pueblo por pueblo y reunió a pequeños grupos (de hombres) a quienes inspiró en momentos en que Francia era un desorden. Ella tenía sentido común y la gente creía en ella, que insistía en lo que le habían dicho las voces que escuchaba. Brindó liderazgo moral, y a veces es esa persistencia e insistencia la que infunde en otros compromiso y coraje.
La ciudad de Orleans quería creerle, los hombres bajo su mando querían creerle. Juana convenció a suficientes personas y, quienes no estaban tan convencidos, pensaron simplemente que, en una situación como la que se encontraban, valía la pena probar
Juana resultó una líder excepcional, en un momento excepcional, que transformó a pura fuerza de convicción el entorno que la rodeaba.
Si inspiras a la gente, puedes realmente hacerla trabajar en equipo y lograr cosas. Y ella parece haberlo logrado.
La mayoría de la información fue sacada de: canalhistoria.es y bbc.com