Simón Bolívar fue un militar y político venezolano, fundador de las repúblicas de la Gran Colombia y Bolivia. Fue una de las figuras más destacadas de la emancipación hispanoamericana frente al Imperio español. Contribuyó a inspirar y concretar de manera decisiva la independencia de las actuales Bolivia, Colombia, Ecuador, Panamá, Venezuela y Perú.
Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar Palacios Ponte y Blanco nació el 24 de julio de 1783 en Caracas. Sus padres pertenecían a dos importantes linajes caraqueños. Todo parecía preparado para que Simón y sus hermanos administraran las cuantiosas propiedades de la familia, tal como había sucedido durante los dos siglos anteriores.
Pero pronto la desgracia se cernió sobre él: cuando contaba tres años murió su padre; y a los nueve falleció su madre, que nunca le mostró demasiado cariño. Simón quedó al cuidado de su abuelo, Feliciano Palacios.
Pero su carácter rebelde construyó con la desobediencia una barrera infranqueable. El pleito judicial por quién había de administrar su fortuna concluyó con el traslado forzado de Bolívar a casa de un maestro llamado Simón Rodríguez.
Por fortuna, Simón Rodríguez, expósito, autodidacta y que había sido nombrado maestro por el cabildo de Caracas en la escuela de primeras letras para niños, resultó ser el profesor más adecuado para el joven Bolívar. Sea porque Rodríguez ya aplicaba su propio y original modelo pedagógico, sea porque el niño fue forzado a ello, la relación acabó dando sus frutos.
En 1799, cuando murió su abuelo, Bolívar fue enviado a estudiar a Madrid. Al llegar tuvo la educación que todo joven de su clase debía recibir: lenguas extranjeras, danza, matemáticas, equitación, historia.
En Madrid conoció a una joven, María Teresa Rodríguez del Toro, de quien se enamoró perdidamente. En 1802 se casó con ella y regresó a Venezuela dispuesto a atender sus haciendas; pero, apenas ocho meses después, María Teresa murió en Caracas de una violenta fiebre, incapaz de soportar el clima del trópico. Éste fue, quizás, el primero de los acontecimientos que orientaron su destino de forma muy distinta a la que había planeado.
Arrasado por la pena, volvió a España, pero, presa de dolorosos recuerdos, enseguida se estableció en París, donde vivió una existencia disipada y durante la cual hizo uso holgado de su fortuna. Sin embargo, los días derrochadores de Bolívar en Francia se truncaron repentinamente cuando supo que su antiguo y querido maestro caraqueño estaba en París. Le propuso recorrer Italia para recuperar la estabilidad emocional, viaje que daría lugar a dos episodios que cambiaron de nuevo el cariz de la vida de Bolívar.
El primero, en Milán, cuando pudo ver de cerca a Napoleón Bonaparte, su admirado héroe, ahora rey de Italia; y el segundo, quizá levemente idealizado en el relato que dejó Rodríguez, el conocido como Juramento del monte Sacro, cuando Bolívar, arrodillado en el Aventino de Roma, proclamó: “No daré descanso a mi brazo ni a mi espada hasta el día en que hayamos roto las cadenas del dominio español que nos oprime”.
De aquí en adelante, su vida tomó un rumbo definitivo; los siguientes veinte años fueron los que le dieron brillo militar y político, al hilo de los acontecimientos que jalonaron el proceso de independencia de América del Sur. En 1806, Francisco de Miranda, el Precursor, invadió infructuosamente Coro, cerca de la costa venezolana; la aventura no tuvo éxito, pero llenó de esperanza a Bolívar, que retornó entonces a América. Fue entonces cuando comenzó la vida pública de Bolívar; desde la Sociedad Patriótica de Caracas se distinguió por sus ardientes llamamientos a la independencia, y enseguida se integró, con el grado de coronel, en el ejército que al mando de Francisco de Miranda debía defender a la república de la reacción española.
La Primera República, la “patria boba”, no duró más de dos años: el ejército español, mejor preparado que el venezolano, pronto impuso su ley. El propio Bolívar cometió un gravísimo error al dejar a merced del enemigo la munición y las armas en la plaza de Puerto Cabello, tras lo cual a Miranda no le quedó más remedio que capitular para evitar un innecesario derramamiento de sangre.
Miranda negoció con el comandante del ejército español, Domingo de Monteverde, los términos de la capitulación. El Precursor aceptó las duras condiciones de la rendición porque no le quedaba otra salida, pero sus compañeros lo consideraron un traidor. La admiración por el viejo general empezó a apagarse y el 31 de julio de 1812, por razones que aún no están del todo claras, Miranda fue entregado a los españoles.
Bolívar decidió continuar tras el sueño independentista. En agosto de 1812 escapó a Curaçao y en octubre se trasladó a Cartagena de Indias. Su intención era liberar Nueva Granada al mismo tiempo que Venezuela. Escribió entonces el primero de sus grandes documentos políticos, el Manifiesto de Cartagena, en el que planteaba la reconquista de Caracas como paso fundamental para la independencia de todo el continente, que configuraría un nuevo Estado llamado Colombia.
A continuación, Bolívar protagonizó una de las hazañas militares más asombrosas de la historia: la “Campaña admirable”, origen de la Segunda República venezolana. Partió el 14 de mayo de 1813; con movimientos rápidos y acciones arriesgadas (él y su ejército cruzaron las escarpadas cumbres de los Andes venezolanos a caballo) desplegó sus condiciones de líder militar. Dos meses después lanzó la proclama de “Guerra a muerte” en Trujillo, con la intención de dar un giro nacional a la guerra. Tras varias batallas victoriosas (Cúcuta, Niquitao, Los Horcones), el ejército patriota tomó Valencia, San Carlos y La Victoria, y en agosto de 1813 entró triunfalmente en Caracas.
Bolívar era el capitán general de los Ejércitos de Nueva Granada y Venezuela, y la Municipalidad le concedió el título de Libertador y el cargo de capitán general, equivalente a general en jefe. El ejército patriota, hostigado por todas partes por enemigos de la independencia, se vio obligado a emigrar al oriente del país con casi toda la población de Caracas. Era el fin de la Segunda República.
Bolívar viajó a Bogotá y a Cartagena. De allí partió a Kingston, donde escribiría la célebre Carta de Jamaica en la que, según Uslar Pietri, “describió el más completo y deslumbrante panorama de la situación y del futuro del continente”. Se embarcó luego hacia Haití donde conoció al presidente haitiano Pétion. Pese a la derrota y los recelos de los otros líderes, insistió en permanecer como jefe supremo del ejército, y con el apoyo decisivo de algunos generales (José Antonio Páez en los Llanos, Manuel Piar en Guayana) logró dar nuevo impulso a la lucha. De este modo, en 1817, después de desembarcar en isla Margarita, tomó Guayana. Fundó el primer periódico, el Correo del Orinoco, y convocó en 1819 un congreso en la población de Angostura, donde pronunció el más importante de sus mensajes políticos: el Discurso de Angostura.
A continuación, Bolívar organizó una de sus campañas más célebres: la liberación de Nueva Granada (la actual Colombia). Al frente de un ejército de unos 3.000 hombres, repitió la hazaña de 1813 y atravesó en plena temporada de lluvias las cumbres de los Andes; así sorprendió al ejército español dirigido por el brigadier José María Barreiro, al que venció en la batalla de Boyacá, el 7 de agosto de 1819. De vuelta a Angostura, Bolívar logró que se aprobara la constitución de la República de Colombia (o Gran Colombia), que integraba las actuales Venezuela y Colombia. Venezuela, sin embargo, seguía en manos españolas.
En junio de 1821, la victoria de los independentistas en la llanura de Carabobo, frente a Caracas, selló la independencia de Venezuela. El congreso de Cúcuta eligió a Bolívar presidente de Colombia y le otorgó amplios poderes ejecutivos, que ratificaban su modelo de un Estado centralizado que evitara por igual los extremos de la monarquía y de la anarquía democrática.
Bolívar persistió en su empeño de ampliar el territorio de la República recién fundada. El siguiente paso fue Ecuador. En 1822, durante su marcha hacia Quito derrotó a las tropas hispánicas en Bomboná. Mientras, uno de sus generales más queridos, Antonio José de Sucre, consiguió una victoria aplastante en las faldas del volcán Pichincha, con la que liberó el virreinato del Perú, que Bolívar anexionó a Guayaquil. En el sur, José Francisco de San Martín, que se había enfrentado con éxito a los españoles en Argentina y Chile, se había declarado “Protector del Perú” con la intención, semejante a la de Bolívar, de llevar la independencia a todo el continente. Tras la liberación de Chile, y apoyado por la flota del aventurero inglés lord Cochrane, San Martín desembarcó en Lima y estableció el Protectorado, ante el recelo de la opinión pública conservadora de la ciudad.
El empuje evidente del ejército libertador de Bolívar forzó la conferencia entre ambos líderes en Guayaquil, el 27 de julio de 1822. Como consecuencia, San Martín dejó el camino libre al Libertador. En 1824, Bolívar derrotó al general español José de Canterac en Junín. Sucre, por su parte, venció al ejército del último virrey peruano, José de la Serna, conde de los Andes, en Ayacucho, a finales de 1824. Con ello se cerró el ciclo de batallas y la guerra de independencia se dio por concluida. Doce años de luchas permitieron a Bolívar y al ejército patriota que logró concentrar expulsar definitivamente a las tropas de Fernando VII de América del Sur. España no sería nunca más dueña de territorio continental.
La guerra había terminado, pero la intriga política no había hecho más que empezar. Bolívar se encontraba en el pináculo de su carrera y brillaba como el Libertador de todo un continente. La Gran Colombia que presidía agrupaba un vasto espacio en la mitad norte de América del Sur, los actuales estados de Venezuela, Colombia, Ecuador y Panamá; Perú y Bolivia, liberados por él mismo y por Sucre, se mantenían en su órbita. Pero Bolívar iba incluso más allá. En 1818 soñaba: “La América unida, si el cielo nos concede este deseado voto, podrá llamarse la reina de las naciones y la madre de las repúblicas». Ya presidente de Colombia, imaginaba una “liga americana” que uniría su república con los demás estados hispano-americanos independientes (México, Perú, Chile y Argentina) en una federación que tendría una presencia propia en la política internacional.
Pero pronto sus antiguos compañeros de lucha se convirtieron en enemigos: Páez se alejó de él, Santander no lo quería en Nueva Granada y Santa Cruz revocó la constitución bolivariana de Perú. Acusado de ansias imperiales, en 1828 asumió la dictadura tras una conspiración en Bogotá que estuvo a punto de costarle la vida. Hastiado de las rencillas, las ambiciones y los crímenes políticos, frustrado porque había «arado en el mar”, en enero de 1830 convocó un congreso en el que presentó su dimisión irrevocable. En unos meses su república unificada se disolvió, dejando en su lugar una serie de países independientes gobernados por caudillos militares.
Los veinte años que había pasado recorriendo el continente a caballo habían minado la salud y los ánimos de Bolívar, que dedicó su vida y su fortuna a llevar a cabo el juramento que hizo junto a su maestro al pie del monte Aventino. Falleció en Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830, completamente empobrecido, alejado de la vida pública, culpado de un afán desmedido de poder, perseguido con saña por sus envidiosos enemigos. El último deseo de su testamento político revela de qué calibre fue la bravura que lo guió incluso a las puertas de la muerte, la máxima dificultad: “Si mi muerte contribuye para que cesen los partidos y se consolide la unión, yo bajaré tranquilo al sepulcro”.
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