A fines de la década de 1930, Albert Hofmann era un joven químico que no se imaginaba lo que le depararía el futuro al descubrir el LSD. En ese entonces trabajaba para Sandoz Pharmaceuticals en Basilea, Suiza y se le encargó investigar los alcaloides del ergot, un hongo parásito que crece en el centeno y en otros granos. Hofmann buscaba derivados del cornezuelo semisintético que fueran activos como estimulantes respiratorios y circulatorios.
Estaba trabajando con ácido lisérgico, el armazón químico básico de los alcaloides del cornezuelo de centeno, y creó lo que pretendía ser un producto similar a un estimulante ya conocido, la niketamida o dietilamida de ácido nicotínico, comercializado por entonces como Coramina (estimulante del ciclo respiratorio). Al introducir la sustitución de dietilamida en el núcleo de ácido lisérgico, esperaba desarrollar un análogo de la coramina que fuera un estimulante efectivo, pero no tuviera ningún efecto en el útero (los alcaloides del cornezuelo de centeno son bien conocidos por su efecto estimulante en los tejidos uterinos y todavía se usan en obstetricia para este fin).
El resultado fue LSD-25: el vigésimo quinto de una serie de derivados del cornezuelo de centeno que Hofmann sintetizó en su laboratorio. Cuando produjo este compuesto por primera vez, Hofmann lo envió al departamento de farmacología, cuyo personal lo sometió a la batería habitual de ensayos biológicos con animales. No dio resultados reseñables. Hofmann aparcó el producto con la resignación habitual en el que acaba de comprobar que el fruto de sus esfuerzos ha resultado estéril. Se puso a trabajar en otros compuestos y se olvidó del LSD-25.
Extrañamente impulsado por un “presentimiento peculiar”, Hoffman decidió volver a revisar el 16 de abril de 1943 las propiedades del compuesto prometedor, pero en apariencia ineficaz que había sintetizado cinco años antes. Como buen químico concienzudo y meticuloso que era, Hofmann no se conformó con recuperar la muestra que se conservaba en los archivos del laboratorio: prefirió sintetizar de nuevo el compuesto, porque desconocía si sus propiedades se conservaban o no pasado un cierto tiempo.
De alguna manera, en el curso de la síntesis, según cuenta la historia, Hofmann fue expuesto accidentalmente a lo que debe haber sido una cantidad muy pequeña del LSD-25 recién sintetizado. Sintió náuseas y un ligero mareo. En vista de que estas leves molestias le impedían seguir trabajando se fue a casa, donde cayó, minutos después, en un estado de ensoñación extrañamente lúcido.
Su imaginación estaba altamente estimulada y una cascada caleidoscópica de visiones se precipitaba tras sus párpados cerrados. Después de un par de horas, las visiones se desvanecieron. Tres días después, el 19 de abril, intuyendo que el LSD que había sintetizado recientemente podía haber sido el causante de su extraña experiencia, Hofmann regresó al laboratorio e ingirió de manera deliberada lo que pensó que sería una dosis muy ligera y probablemente no activa: 0.25 miligramos, o 250 µg. Ahora sabemos que 250 µg es una dosis de LSD más que considerable, pero Hofamann no podía imaginar siquiera que lo que tenía entre manos era una de las sustancias psicoactivas más potentes que existen.
Una vez más Hofmann decidió volver antes a casa, pero debido a las restricciones de la segunda guerra mundial para la movilidad en coche Hofmann tuvo que hacerlo en bicicleta, no sin antes pedirle a su asistente de laboratorio que lo acompañara, probablemente ante la incertidumbre de lo que podría pasar. Fue en ese viaje cuando sintió que el tejido de la realidad se estaba derritiendo y transformando a su alrededor.
Como curiosidad, ese memorable viaje de regreso, literal y figurado, es el que se recuerda cada 19 de abril con el Día de la bicicleta.
Durante la década del 50 atrajo la atención de algunos investigadores por su interés potencial para tratar enfermedades mentales como la esquizofrenia, la depresión o la adicción.
Hofmann insistió durante años en ese potencial médico, pero en los 60 el LSD se convirtió en una popular droga urbana.
Según el video de la American Chemical Society, con el tiempo se empezó a correr la voz fuera del laboratorio sobre el extraordinario poder del LSD para alterar la mente.
Las estrellas de rock y la contra cultura de esa década adoptaron el LSD como una droga habitual, pero pronto empezaron a emerger historias de usuarios que desarrollaron daños psicológicos permanentes a raíz de su abuso.
«Aunque la cultura de esta era quedó definida por su sensación de libertad y expresión, el uso no regulado y a menudo irresponsable del LSD condujo a una percepción negativa de la droga«, dice el video de la serie Reactions de la sociedad química estadounidense.
En efecto, muchos países prohibieron esta y otras drogas psicodélicas durante los años 70 y en general los laboratorios químicos dejaron de investigar con ellas.
Fuentes: elperiodico.com y bbc.com
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