Los sueños son una parte fundamental de nuestra experiencia como seres humanos. Aunque a veces no recordemos lo que soñamos, o incluso preferiríamos olvidar ciertas pesadillas, la realidad es que todos soñamos. Estas enigmáticas aventuras nocturnas nos conectan con aspectos profundos de nuestra mente, y su presencia ha dejado huella en la historia, la mitología y la religión. Pero surge una pregunta: ¿son los sueños meros caprichos de nuestro cerebro o tienen un propósito más trascendental?
¿Cuánto tiempo pasamos soñando?
Aunque dormimos un tercio de nuestra vida, los sueños solo ocurren en ráfagas de pocos minutos durante las fases REM. Sin embargo, si sumamos todos esos instantes a lo largo de nuestra existencia, ¡habremos pasado cerca de seis años soñando! Es fascinante pensar que en esos seis años vivimos mundos completamente diferentes, con reglas propias y narrativas que desafían la lógica.
Durante el sueño, el cerebro trabaja a toda máquina. De hecho, su actividad es tan intensa que necesita el doble de flujo sanguíneo que cuando estamos despiertos. Irónicamente, una parte crucial del cerebro se “apaga” mientras dormimos: el centro lógico. Esta desconexión es lo que da a los sueños ese aire surrealista, con escenas que parecen sacadas de una película de Dalí.
Además, para evitar que representemos físicamente nuestros sueños (imagina saltar de la cama intentando volar), el cerebro emite señales que paralizan temporalmente nuestros músculos mediante la médula espinal. Este mecanismo de seguridad evita que nuestros sueños se conviertan en desastres reales, aunque a veces esta desconexión falla, lo que puede resultar en experiencias como el sonambulismo o incluso en episodios de parálisis del sueño.
¿Qué sucede mientras soñamos?
Aunque durante los sueños nuestro cuerpo permanece prácticamente inmóvil gracias a la parálisis temporal que el cerebro induce, hay una excepción notable: nuestros ojos. Durante la fase REM (Movimiento Ocular Rápido en español), los ojos se mueven de manera sincronizada con la actividad de nuestro sueño. Es como si estuvieran siguiendo la acción de una película onírica proyectada en nuestra mente.
¿Para qué soñamos?
El sueño no es solo un descanso reparador; es también una especie de “taller nocturno” para nuestro cerebro. Una de sus funciones más importantes es clasificar y depurar los recuerdos. Es en este tiempo cuando el cerebro decide qué información del día vale la pena conservar y cuál puede desecharse. Así, si has pasado horas estudiando, dormir bien permitirá que esa información se asiente mejor en tu memoria, mientras que una noche en vela intentando memorizar solo aumentará tu agotamiento.
Además, mientras soñamos, nuestra mente parece buscar soluciones a los problemas que nos ocupan durante el día. ¿Alguna vez te has despertado con la respuesta a un dilema que te tenía bloqueado? No es casualidad. Soñar es como un laboratorio mental donde el cerebro, libre de distracciones, puede abordar cuestiones desde perspectivas creativas e inesperadas. A veces, el mejor consejo es realmente dormir sobre ello.
Los sueños suelen ser un espejo de lo que ocupa nuestra mente, aunque rara vez de forma literal. La mayoría de las veces, adoptan formas simbólicas para representar nuestros miedos, deseos y conflictos internos. Por ejemplo, una pesadilla recurrente como soñar que estamos desnudos en un lugar público puede reflejar sentimientos de vulnerabilidad o falta de confianza en uno mismo. Estos escenarios, aunque incómodos, son una forma en que nuestra mente aborda y expresa lo que nos preocupa en la vigilia.
Sin embargo, los sueños no solo exponen nuestros temores; en algunos casos, pueden ayudarnos a enfrentarlos. Según ciertas teorías, al experimentar lo que nos asusta en un entorno simbólico y controlado, como el de un sueño, nuestro cerebro reduce la carga emocional asociada a ese miedo. Este proceso, conocido como “extinción del miedo”, funciona como una especie de terapia nocturna. Claro, no es infalible, pero a veces el simple hecho de soñar puede ser una vía de escape o incluso una herramienta para sanar.
El legado de Freud en la interpretación de los sueños
Cuando se trata de explorar el mundo onírico, es imposible no mencionar a Sigmund Freud. Este pionero del psicoanálisis sostenía que los sueños son una manifestación de nuestros deseos más profundos, a menudo reprimidos. Para Freud, cada sueño contenía un significado oculto, una clave para entender los anhelos y conflictos del subconsciente.
Aunque la teoría freudiana de los sueños como vehículos de deseos no explica todas las preguntas sobre el fenómeno, no deja de ser una perspectiva influyente. Su enfoque marcó un antes y un después en el estudio de los sueños, abriendo la puerta a múltiples interpretaciones y teorías que buscan descifrar este fascinante universo nocturno. Al final, los sueños son como un acertijo en el que nuestro cerebro nos deja las pistas para conocernos mejor.
El sueño como terapia emocional
Soñar no solo es un espectáculo nocturno de imágenes y sensaciones; también puede desempeñar una función terapéutica, especialmente cuando se trata de mitigar recuerdos dolorosos o reducir el impacto emocional de experiencias difíciles.
Un experimento reciente aportó evidencia sobre este efecto. Los investigadores realizaron escaneos cerebrales a participantes que habían visto imágenes provocativas o emocionalmente cargadas antes de dormir. Durante la fase REM, la etapa del sueño en la que ocurren la mayoría de los sueños, se detectó un descenso en la actividad de las áreas cerebrales responsables de las emociones, como la amígdala. Este hallazgo sugiere que el cerebro procesa estas experiencias mientras soñamos, disminuyendo su intensidad emocional.
A la mañana siguiente, los participantes mostraron una notable reducción en la carga emocional asociada a las imágenes vistas el día anterior. Este resultado refuerza la idea de que la fase REM no solo consolida recuerdos, sino que también ayuda a regular nuestras emociones, permitiéndonos afrontar situaciones complicadas con mayor resiliencia.
Sin embargo, mucho acerca del sueño sigue siendo un misterio. Como señala Matthew Walker, neurólogo de la Universidad de Berkeley y autor principal del estudio, aún no entendemos del todo la relación entre el sueño y el bienestar emocional, aunque los beneficios parecen claros.
No obstante, ya existían numerosas evidencias anecdóticas sobre el efecto positivo del sueño, desde esa sensación de claridad mental tras una buena noche de descanso hasta su capacidad para ayudarnos a superar días emocionalmente agotadores. Ahora, la ciencia comienza a respaldar con datos lo que muchos hemos intuido durante siglos: dormir bien es una forma de sanar.
Los datos clínicos han demostrado que trastornos como la ansiedad y el estrés postraumático pueden provocar problemas significativos de sueño. Esto evidencia la estrecha relación entre nuestras emociones y nuestras experiencias oníricas, un vínculo que aún guarda muchos misterios por descubrir.
El experimento: cuando dormir marca la diferencia
Para profundizar en esta conexión, Matthew Walker y su equipo realizaron un experimento con 34 voluntarios jóvenes y sanos. Los participantes fueron divididos en dos grupos y expuestos a 150 imágenes que iban desde escenas neutrales, como objetos cotidianos, hasta fotografías impactantes, incluyendo retratos de accidentes que rayaban en lo macabro. Estas imágenes, ampliamente utilizadas en investigaciones psicológicas, tenían un propósito claro: medir la reacción emocional de los participantes.
El primer grupo visualizó las imágenes en dos sesiones, una por la mañana y otra por la noche, sin dormir entre ambas. En cambio, el segundo grupo las observó antes de acostarse y nuevamente a la mañana siguiente, después de haber dormido. Los resultados fueron reveladores: los participantes que durmieron entre las visualizaciones mostraron una respuesta emocional significativamente más suave en comparación con su reacción inicial.
Los escaneos cerebrales realizados durante la fase REM arrojaron pistas fascinantes. La actividad en la amígdala, responsable de procesar emociones intensas, disminuyó considerablemente, mientras que el córtex prefrontal, asociado con el razonamiento y el control, asumió un papel más activo. Este equilibrio permitió a los participantes procesar las imágenes de manera más racional y menos emocional.
Este estudio no solo reafirma el papel crucial del sueño en la regulación emocional, sino que también abre una puerta a posibles tratamientos para trastornos relacionados con el estrés y la ansiedad. Dormir bien no solo es un placer, sino una necesidad para mantener nuestra salud emocional en equilibrio.
Cuando experimentamos un evento emocionalmente intenso, nuestro cuerpo responde activando la química del estrés, priorizando la memoria del evento en nuestro cerebro. Según Matthew Walker, esta priorización no termina al finalizar el suceso; durante el sueño, el cerebro vuelve a procesar el hecho, separando sus aspectos emocionales de los de memoria. Este proceso, que Walker describe como una especie de “terapia nocturna”, es una estrategia evolutiva que permite recordar lo sucedido sin revivir constantemente la carga emocional que lo acompaña.
Sin embargo, no todo experto está completamente de acuerdo con esta visión. David Kuhlmann, médico y especialista en sueño del Bothwell Regional Health Center en Missouri, señala que los hallazgos del equipo de Walker podrían estar empujando un poco los límites de sus conclusiones. Para Kuhlmann, el sueño REM no es una “cura mágica” que elimine los malos recuerdos o las emociones negativas. En su lugar, el sueño parece mejorar nuestra capacidad para afrontar el estrés y regular las emociones, un beneficio invaluable pero diferente al de borrar los recuerdos desagradables.
Ambos expertos coinciden en un punto crucial: el sueño, especialmente el sueño REM, está subestimado en el ámbito médico y en nuestra sociedad en general. Walker enfatiza que, lejos de ser un estado pasivo, el cerebro durante el sueño realiza funciones reparadoras clave, desmontando la vieja creencia de que simplemente “descansa”.
El sueño como aliado emocional
Los descubrimientos recientes refuerzan la idea de que dormir bien tiene un impacto directo en nuestra salud emocional y mental. A lo largo de la noche, el cerebro no solo organiza y almacena recuerdos, sino que también procesa emociones, ayudándonos a enfrentarlas de manera más racional. Aunque no es la cura para todos los problemas emocionales, el sueño REM juega un papel crucial en nuestra resiliencia emocional y en la construcción de estrategias para afrontar el estrés diario.
Ampliando las fuentes
Además de los estudios de Walker, investigaciones publicadas en revistas científicas como Nature Reviews Neuroscience y Current Biology respaldan la idea de que el sueño REM es fundamental en la regulación emocional. Por ejemplo, un estudio liderado por la Universidad de Rochester encontró que durante el sueño el cerebro elimina desechos metabólicos acumulados durante el día, un proceso que podría influir en el manejo de las emociones y la prevención de trastornos como la depresión y la ansiedad.
Otro trabajo de la Universidad de California concluye que las personas con un sueño REM de calidad reportan niveles más bajos de reactividad emocional ante situaciones de estrés. Estos hallazgos subrayan la importancia de priorizar el descanso como parte integral de una vida saludable.
A pesar de estos avances, aún queda mucho por explorar. Como señala Kuhlmann, la ciencia del sueño está en sus primeras etapas, y estudios como el de Walker representan pasos significativos hacia una comprensión más profunda de su relación con nuestra salud emocional. Mientras tanto, el mensaje es claro: subestimamos el poder del sueño y sus beneficios para el bienestar emocional.
Temática sugerida por: Yaressi Marroquin
Fuentes
“Why We Sleep” – Matthew Walker, libro sobre el impacto del sueño en la salud y las emociones.