No importa en qué parte del mundo se encuentren, hay algo que los niños de todas las culturas tienen en común: las travesuras. Desde que éramos pequeños, la fascinación con lo prohibido nos ha llevado a portarnos mal, ya sea robando un caramelo o rehusándonos a ir a dormir a cierta hora. La disciplina es algo que se aprende y para lograr este objetivo, los padres de todo el mundo recurren a varias tácticas para controlar los desenfrenados caprichos de sus hijos. Una de estas tácticas, y quizás la más efectiva, consiste en mencionar a un personaje que se encarga de aquellos niños que no escuchan a sus padres. Simplemente oír su nombre es suficiente para apaciguar incluso al más rebelde de los niños. Me refiero al inconfundible espectro de la noche, visitante no deseado en las pesadillas de miles de niños latinos: El cuco.
La tradición afirmaba que el cuco comía a los niños o se los llevaba a su escondite ubicado en un lugar impreciso y muy lejano.
Para referirnos al Cuco hace falta una revisión de cómo llegó a surgir este personaje tan ligado a los miedos infantiles, al menos hasta hace un tiempo. En primer lugar, tengamos en cuenta la tradición celta de las cabezas cortadas: se decapitaba a los enemigos vencidos en batalla, pues se consideraba a la cabeza como asiento del alma, y de esta manera el vencedor se veía engrandecido por efecto de poseer tal talismán. De allí deriva la costumbre, habitual en muchas regiones europeas, de vaciar calabazas y nabos, y calar en ellas rostros ceñudos como elementos de protección.
En Portugal, Galicia y otros lugares, además de esta tradición celta, debemos considerar la palabra coco, de uso más bien infantil, que refiere a ciertos frutos y vegetales esferoides. Se configura así una primera relación entre coco y cabeza, de donde va a derivar el concepto del Coco como fantasma con una calabaza hueca con tres agujeros, imitando los ojos y la boca en lugar de una cabeza. La función de tal construcción se mantiene hasta la actualidad: asustar a los niños que no quieren dormirse amenazándolos con que tal criatura los va a comer si no obedecen.
Según el etimólogo Corominas, los miembros de la tripulación del almirante portugués Vasco da Gama denominaron coco al fruto que todos conocemos, haciendo referencia a los tres agujeros que presenta, a la manera de una boca y dos ojos configurando el rostro de una cabeza peluda; influenciados evidentemente por la imagen del fantasma infantil. Todavía hoy se llama coloquialmente coco a la cabeza, en expresiones como «comer el coco», «tener mucho coco», «estar mal del coco» o «patinarle a uno el coco». Posteriormente el concepto habría sido introducido en América a través de los territorios conquistados por Portugal y España, y de allí llegó hasta nuestros días. Existen muchas otras hipótesis sobre el origen de este monstruo, que tienen en cuenta las múltiples variantes etimológicas en distintas regiones, aunque generalmente relacionadas a la palabra cabeza. En Argentina y gran parte de Latinoamérica se lo denomina Cuco, aunque en otros países se lo conoce como Coco (España, México), Cuca (Brasil), etc.
La forma cuco, mayoritaria en el Cono Sur y ciertas áreas de Centro América, puede deberse a un cruce entre el coco europeo y alguna deidad de origen africano (el diablo bantú Kuku) o maya (el dios Kukulcan).
También se postula que es una deformación de la palabra cucurucho, que es el nombre del capirote que usaban los condenados por la inquisición en sus manifestaciones callejeras y asustaban a los niños físicamente por la forma grotesca que tiene y psicológicamente por ser personas «malas» frente a la Iglesia Católica.
La particularidad del Cuco es que, más allá de la imagen portuguesa del fantasma con cabeza de calabaza, no tiene una descripción física determinada, al menos en América Latina. Es por esto que el lugar desde donde el Cuco acecha o aparece, siempre es un lugar oscuro: debajo de la cama, dentro del clóset o armario… El miedo al Cuco se utiliza principalmente para obligar a los niños a irse a dormir a la hora apropiada, y a comer lo que se les sirve, aunque no les guste. También se lo puede invocar de forma general para que los niños realicen las tareas que no les agradan. Lo que asusta del Cuco no es una imagen o característica física, sino el castigo que imparte: se come a los niños desobedientes, o los secuestra de sus casas para llevarlos a un lugar desconocido, del que nunca vuelven.
La forma en que suele operarse la amenaza del Cuco (que es en realidad una amenaza de los padres, extrañamente amalgamada con la tranquilidad que pueden brindar al niño sus voces) es a través de las canciones de cuna o nanas. La más antigua que se conoce es del siglo XVII, y se encuentra en una obra dramática, el Auto de los desposorios de la Virgen de Juan Caxés.
Ea, niña de mis ojos,
duerma y sosiegue,
que a la fe venga el coco
si no se duerme.
La forma más conocida de esta nana es:
Duérmete niño,
duérmete ya,
que viene el cuco
y te comerá.
A veces al final se utiliza «te llevará» en lugar de «te comerá», y dependiendo del lugar, quien vendrá es el Cuco, el Coco, etc. Más allá de las nanas que se han conservado, el monstruo parece ser conocido desde mucho tiempo antes.
En algunas regiones se establecen ciertas relaciones de comparación y hasta de identificación entre el Cuco y el diablo, así como también una oposición respecto del ángel de la guarda, que protege a los niños del mal. Pero básicamente se trata del monstruo que encarna un miedo infantil universal, al igual que el Hombre de la Bolsa o Viejo del Saco, y que no excede ese ámbito de influencia.
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Fuentes: