Si hiciéramos un ranking de los mitos de la historia que arrastramos desde el colegio, el de un Napoleón diminuto se llevaría la corona. La broma fácil de “es bajito, pero mandón” se coló en caricaturas, cómics y hasta en chistes de tíos en la sobremesa. Sin embargo, los registros militares franceses lo describen con 5 pies 2 pulgadas del viejo sistema galo, que equivalen a 1,69 m modernos: exactamente la estatura media de un varón europeo de 1800. ¿Por qué la confusión? Principalmente porque los británicos—enemigos número uno del corso—traducían esos “pies franceses” a su propio sistema y lo pintaban literalmente más bajo para ridiculizarlo.
Luego llegó la propaganda: un general pequeño contra un imperio gigantesco resulta un relato perfecto para periódicos sensacionalistas. El uniforme, con casaca cerrada y sombrero bicornio, alargaba el torso y hacía parecer sus piernas más cortas en los retratos. De ahí al imaginario popular solo hubo un paso.
El efecto “grandeza inversa”
Este fenómeno es casi de manual: exagerar un defecto físico del adversario para minimizar sus logros. En pleno siglo XXI, la imagen del “pequeño Napoleón” sigue en libros de texto y memes. Así, el falso dato reaparece cada cierto tiempo como prueba de que muchos mitos de la historia persisten por pura inercia cultural.