Terror

Alexander Pichushkin, el “Maníaco del Martillo”: La historia del asesino del ajedrez

En Rusia, un hombre aterrorizó Moscú con una serie de asesinatos brutales. Alexander Yuryevich Pichushkin, apodado «El Maníaco del Martillo», acabó con la vida de 61 personas con un solo objetivo: completar un macabro tablero de ajedrez. Su método era brutal, pero su confesión resultó aún más escalofriante: “Me gusta el sonido de un cráneo partiéndose”.

Cada víctima representaba una casilla del tablero, donde pegaba una moneda tras cada crimen. Llevaba un diario detallado, anotando con precisión los detalles más perturbadores de sus asesinatos. Sus crímenes le valieron otros apodos como «El Asesino del Ajedrez» y «El Maníaco de Bittsevsky», en referencia al parque del sur de Moscú donde cometió la mayoría de sus homicidios.

Nacido el 9 de abril de 1974 en Óblast de Moscú, Pichushkin tuvo una infancia poco documentada. Sin embargo, su primer asesinato a los 18 años despertó un impulso que mantuvo latente hasta el año 2000, cuando desató su ola de terror.

Su captura en 2006 puso fin a su perturbador juego. Su historia sigue siendo una de las más escalofriantes de Rusia, un caso que demuestra cómo la obsesión puede cruzar los límites de la razón y convertirse en una auténtica pesadilla.

Alexander Pichushkin: la mente perturbada detrás de «El Maníaco del Martillo»

Un asesino en serie es aquel que acaba con la vida de al menos tres personas, impulsado por una satisfacción psicológica. En la mayoría de los casos, sus crímenes responden a deseos de poder, control o compulsión sexual. Alexander Pichushkin no fue la excepción.

Su infancia estuvo marcada por la ausencia. Su padre lo abandonó cuando era un bebé, dejando a su madre, Natalya, a cargo de su crianza. A los 4 años, una caída desde un columpio le provocó una lesión cerebral, lo que llevó a que lo inscribieran en una escuela para niños con discapacidad. Este hecho lo convirtió en un niño solitario y retraído, sin amigos en su vecindario.

A pesar de su aislamiento, tenía un vínculo cercano con su abuelo. Su muerte lo sumió en una profunda depresión, y su madre, en un intento por animarlo, le regaló un perro. Alexander adoraba a los animales y solía pasear con su mascota en el parque Bittsevsky, el mismo lugar donde, años después, sembraría el terror.

A los 17 años, se enamoró de Olga Maksheeva, pero ella lo dejó por un hombre mayor. Esta traición encendió en él una ira incontrolable que, un año después, lo llevó a cometer su primer asesinato. Fue el inicio de una oscura transformación que lo convertiría en uno de los criminales más aterradores de Rusia.

Alexander Pichushkin: del primer asesinato a una ola de terror en Moscú

En 1992, Alexander Pichushkin cometió su primer asesinato al lanzar a un compañero de clase por una ventana. Sin embargo, su crimen pasó desapercibido debido a la atención mediática que recibía el juicio de Andrei Chikatilo, el infame «Carnicero de Rostov». La muerte de su compañero fue declarada suicidio, permitiéndole seguir libre. Años después, en su confesión, describió ese momento con escalofriantes palabras: “Fue como el primer amor, inolvidable”.

Ese mismo año, el cuerpo de Sergei, el hombre que le había arrebatado a su amor adolescente Olga Maksheeva, apareció en su departamento. Pichushkin fue interrogado, pero sin pruebas en su contra, quedó libre.

Sorprendentemente, su instinto asesino pareció apagarse por varios años. No fue hasta el año 2000 que inició una brutal serie de homicidios en el parque Bittsevsky, una zona boscosa de Moscú. En 2001, los habitantes comenzaron a sospechar que un asesino en serie estaba detrás de la desaparición de vagabundos y ancianos.

Pichushkin tenía un macabro método para atraer a sus víctimas. Se acercaba a ellas fingiendo estar de luto por su perro, las invitaba a beber vodka en su supuesta tumba y luego acababa con sus vidas. Si eran mujeres, utilizaba falsas promesas de citas para atraparlas. Su frialdad quedó reflejada en una de sus confesiones más aterradoras: “Una vida sin homicidios para mí es como una vida sin alimentos para ustedes”.

El brutal método de Alexander Pichushkin: golpes, trampas y un macabro final

Cuando sus víctimas estaban intoxicadas, Alexander Pichushkin las atacaba por la espalda con un martillo, una tubería o la misma botella de vodka con la que las había embriagado. Para deshacerse de los cuerpos, los arrojaba a las alcantarillas del parque Bittsevsky. Si alguno sobrevivía a los golpes, terminaba ahogado.

Las escenas del crimen eran escalofriantes: muchas de sus víctimas fueron encontradas con una botella rota incrustada en el cráneo, una firma macabra que lo caracterizaba. En 2002, el cadáver de Olga Maksheeva, su amor de juventud, apareció flotando en una fuente del parque.

Durante cinco años, Pichushkin continuó su ola de asesinatos en el mismo parque donde paseaba con su perro de niño. En febrero de 2007, después de un período de inactividad, volvió a matar solo para demostrarle a la Policía que seguía libre.

Meses después, invitó a Marina Moskaleva, una compañera de trabajo, a caminar por el parque. Antes de salir, ella dejó una nota a su hijo indicando con quién estaría. Aquella decisión selló el destino del asesino.

El 14 de junio de 2007, el cuerpo de Marina fue hallado en las afueras del parque. La nota permitió rastrear a Pichushkin, quien fue arrestado con un martillo en la mano. Sin oponer resistencia, confesó sus crímenes con una frialdad estremecedora: “Solo mataba a personas que se quejaban de su vida, me sentía como un padre”.

El tablero de la muerte: las perturbadoras confesiones de Alexander Pichushkin

Cuando la Policía registró la casa de Alexander Pichushkin, encontró una pieza clave para entender su mente: un tablero de ajedrez con 61 monedas pegadas, cada una representando una víctima. Durante el interrogatorio, explicó su escalofriante objetivo: llenar todas las casillas con asesinatos.

Como prueba, entregó un diario detallado con un esquema del tablero y datos sobre sus crímenes. Con una frialdad absoluta, afirmó: “Salvaron la vida de muchas personas al atraparme. Nunca me hubiera detenido, nunca”.

Ya bajo custodia, confesó 61 asesinatos, aunque la Policía solo pudo confirmar 49 víctimas. Para él, este número era insuficiente. Se indignó porque no le reconocieron todos sus crímenes, como si su “obra” estuviera incompleta.

Cuando la prensa le preguntó por qué lo hacía, su respuesta fue tan impactante como sus actos: afirmaba que experimentaba orgasmos al ver a sus víctimas agonizar. Sus declaraciones dejaron claro el nivel de sadismo que lo impulsaba:

  • “Una vida sin homicidios para mí es como una vida sin alimentos para ustedes”.

  • “Solo mataba a personas que se quejaban de su vida, me sentía como un padre, porque era yo quien les abría la puerta a otro mundo”.

  • “Me gusta el sonido de un cráneo partiéndose”.

El caso de «El Maníaco del Martillo» sigue siendo una de las historias criminales más perturbadoras de Rusia..

El juicio de Alexander Pichushkin: el asesino que quería ser el número uno

Durante su interrogatorio, Alexander Pichushkin reveló detalles aún más escalofriantes sobre sus crímenes. En 2001, afirmó haber matado a 11 personas y aseguró que en un solo mes llegó a estrangular a seis.

Lo más inquietante fue su confesión de admiración por Andrei Chikatilo, conocido como el «Carnicero de Rostov». Frente a las cámaras, exigió ser reconocido como el asesino más letal de Rusia, ya que, según él, había superado el número de víctimas de su macabro ídolo.

Dado el impacto de sus crímenes, durante el juicio, las autoridades tomaron medidas extremas de seguridad. Pichushkin fue colocado en una caja de vidrio reforzado para protegerlo de los familiares de sus víctimas, quienes deseaban hacer justicia por sus propias manos.

Antes de enfrentar su condena, fue sometido a una evaluación psiquiátrica en el Instituto Serbsky de Moscú. Los especialistas determinaron que tenía plena capacidad mental y podía ser juzgado.

El 24 de octubre de 2007, el juez Vladimir Usov leyó el veredicto durante una hora. Pichushkin fue condenado a cadena perpetua, con los primeros 15 años en confinamiento solitario.

El fallo dejó insatisfechas a muchas personas, ya que la pena de muerte había sido suspendida en Rusia desde 1996. El intelectual Alexander Fyodorov expresó la indignación de muchos: «Pichushkin merece más que una cadena perpetua. Un escuadrón de fusilamiento sería un castigo muy liviano para él”.

Fuentes:

Andrés R.

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