Distribución geográfica: cuando el sol dicta el tono
La relación entre la radiación ultravioleta (UV) y el color de la piel no es una simple coincidencia. Hay una correlación directa: en zonas del planeta con mayor exposición solar —como las regiones cercanas al Ecuador— predominan las personas con piel más oscura, rica en melanina, como mecanismo de defensa natural. En cambio, a medida que nos alejamos de los trópicos y nos acercamos a los polos, donde los rayos UV escasean, aparece una mayor proporción de pieles claras, que permiten absorber mejor esa limitada radiación para producir vitamina D.
Claro, la cosa no es tan matemática. La latitud influye, pero también lo hacen otros factores: el tipo de alimentación (por ejemplo, si incluye pescados ricos en vitamina D y calcio), el clima (¿muchas nubes en invierno?), la vestimenta y hasta las costumbres culturales. Todo esto puede reforzar o debilitar la relación entre radiación solar y pigmentación cutánea.
Y aquí viene lo importante: el color de piel, igual que el tipo de pelo o la contextura física, no son más que adaptaciones al entorno. No tienen nada que ver con la inteligencia, la valía o las capacidades de una persona. Son respuestas evolutivas, no etiquetas para dividirnos. Lamentablemente, aún hay quienes insisten en usar estos rasgos como excusa para la discriminación. Pero, como nos demuestra la biología, todos somos parte de la misma especie… solo que con diferentes filtros solares incorporados.