Cuando pensamos en una prisión, difícilmente se nos viene a la cabeza un lugar cómodo, cordial o lleno de amabilidad. Estos espacios, enormes y sobrepoblados, albergan a delincuentes peligrosos y criminales de alto perfil que cumplen condenas por delitos graves. Sin embargo, más allá del castigo legal, en muchas cárceles del mundo las condiciones de vida rozan lo inhumano. En países con altos índices de pobreza, el hacinamiento extremo, la falta de higiene, las enfermedades y la violencia son parte del menú diario. Todo esto alimentado por la escasa inversión estatal y un abandono institucional tan brutal como los propios crímenes de muchos internos. El resultado: motines frecuentes, abusos sistemáticos y una convivencia marcada por el caos.
Bang Kwang, conocida irónicamente como el “Hotel Hilton”, es una de las cárceles más duras de Tailandia. Aquí, ningún preso cumple una condena menor a 25 años. Y eso no es lo más inquietante: el 10% de los internos está en el corredor de la muerte, y todos llevan bolas de hierro encadenadas a los pies las 24 horas del día. ¿Parece una exageración? Pues no lo es. El acceso al agua y a la comida es limitado, lo que convierte a la supervivencia en una batalla constante. En este entorno, la ley del más fuerte manda: las peleas y los asesinatos entre internos son parte de la rutina. En Bang Kwang, el verdadero castigo no está en la condena, sino en sobrevivir un día más.