¿Y qué onda con el tiempo cuando hablamos de velocidades cercanas a la luz? Pues aquí es donde entra la magia de la relatividad de Einstein. Según su teoría, la velocidad de la luz es constante, sin importar dónde estés o qué tan rápido vayas. Nada de sumar velocidades como cuando lanzas una pelota desde un tren en movimiento.
Como la velocidad es igual a distancia dividida por tiempo (v = d/t), si la distancia recorrida aumenta pero la velocidad se mantiene, entonces algo tiene que ceder… y ese algo es el tiempo. ¿Cómo? Gracias a la dilatación del tiempo.
Este fenómeno, planteado por la teoría de la relatividad especial, dice que moverse a través del espacio altera el ritmo al que fluye el tiempo. Cuanto más rápido te mueves en el espacio tridimensional, más lento avanza tu “reloj” en la cuarta dimensión: el tiempo. Pero ojo, esto se nota sólo desde la perspectiva de alguien que está quieto.
Un ejemplo real: los astronautas en la Estación Espacial Internacional, que se desplazan a unos 7,66 km/s, experimentan el tiempo 0,007 segundos más lento cada día comparado con nosotros en la Tierra. Es una minucia, pero confirma que el tiempo es… relativo.
Así que sí, técnicamente si vas lo suficientemente rápido, envejecerías más lento. Ideal para evitar las arrugas, pero lamentablemente no es tan práctico como suena. A menos que tengas una nave con motor de curvatura… y un buen seguro espacial.