El carbono, ese elemento químico que está en todas partes, es fundamental en la naturaleza. ¡Y no estamos hablando solo de los lápices! Este elemento se encuentra en todos los seres vivos y, según cómo se organicen sus átomos, puede formar materiales con propiedades muy distintas. Uno de esos materiales, el grafeno, es un verdadero fenómeno en el mundo de la ciencia.
Imagina un montón de pequeñísimas partículas de carbono que se agrupan de forma extremadamente densa en láminas de dos dimensiones, tan delgadas que tienen el tamaño de un solo átomo. Si alguna vez has visto un panal de abejas, entonces ya tienes una idea de cómo se organiza esta estructura: celdas hexagonales. Pero ojo, no te estoy hablando de una estructura 3D, sino de una superficie plana, como un folio.
El grafeno se obtiene del grafito, un material que todos conocemos, pues es el que da vida a la mina de los lápices. Además, el grafito también se usa en una gran cantidad de objetos cotidianos, desde los ladrillos hasta los electrodos de las baterías. Así que, aunque el grafeno suene como algo muy futurista, su origen está en algo que usamos todos los días.
Aunque se conocía desde la década de 1930, el grafeno fue descartado por mucho tiempo, ya que se pensaba que era demasiado inestable. ¡Pero los genios rusos, Novoselov y Geim, decidieron no rendirse! En 2004, consiguieron aislarlo a temperatura ambiente, lo cual fue un avance tremendo. Y no solo eso, este increíble descubrimiento les valió el Premio Nobel en 2010, porque el grafeno tiene propiedades que están revolucionando todo, desde la electrónica hasta la medicina. ¡Un material de película!