A principios de la década de 1970, un estudiante de la Universidad de Tokio y su tutor dieron un paso clave en la historia de la fotosíntesis artificial. Descubrieron que electrodos de dióxido de titanio podían separar lentamente el agua cuando se exponían a un haz de luz brillante. Esta fue una de las primeras pruebas de que podríamos imitar el proceso natural de fotosíntesis en un laboratorio, ¡un avance monumental!
Pero esto no quedó ahí. En 1974, el químico Thomas Meyer, profesor de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, dio otro gran paso al descubrir que un colorante basado en rutenio reaccionaba de manera fascinante al ser iluminado. Este colorante oxidaba el agua, es decir, le quitaba electrones, lo que es un paso importante para dividir las moléculas de agua y liberar oxígeno. Esta reacción fue clave para entender cómo podríamos generar energía limpia a partir de la luz, tal como lo hace la naturaleza con la fotosíntesis.
Estos descubrimientos sentaron las bases de lo que ahora conocemos como tecnologías de energía solar avanzada. Aunque todavía estamos lejos de replicar a gran escala el proceso de la fotosíntesis natural, estos primeros experimentos fueron como lanzar la chispa que hoy sigue encendiendo la investigación sobre energía limpia y sostenible. Y lo mejor es que la fotosíntesis artificial sigue avanzando, prometiendo un futuro en el que podamos producir energía a partir de la luz solar de una forma mucho más eficiente. ¡Quién sabe qué descubrimientos vienen en los próximos años!