Ciencia

La química del amor (Parte 1): ¿Qué ocurre en tu cerebro cuando te enamoras?

Los antropólogos señalan que los humanos tenemos tres grandes «tendencias cerebrales» que influyen en nuestras relaciones. La primera es bien conocida: el impulso sexual, esa chispa instintiva que nos empuja a actuar sin pensar demasiado. La segunda se relaciona con el amor romántico, donde surgen conexiones intensas, a veces un tanto caóticas, con dosis elevadas de dependencia emocional y dramas que podrían llenar varias temporadas de una serie. Y por último, está el apego saludable, ese estado maduro y tranquilo donde una relación de pareja se construye con complicidad, equilibrio y beneficio mutuo.

Pero seamos honestos, aunque todo eso está muy bien, lo que más nos intriga es el momento mágico (y a veces caótico) del enamoramiento. Esa química del amor que aparece sin previo aviso, que acelera el corazón y nubla el juicio. Ese proceso raro y fascinante que nos puede hacer suspirar por alguien completamente incompatible… o llevarnos directo a la persona perfecta, esa con la que todo fluye. ¿Magia, biología o una mezcla de ambas? Sea lo que sea, lo cierto es que nadie escapa a ese torbellino emocional que tanto puede elevarnos como revolcarnos. Y sí, todo empieza con una mirada… o con un match.

Cada uno de nosotros tiene preferencias amorosas muy particulares, a veces tan profundas que ni siquiera somos del todo conscientes de ellas. Son elecciones idiosincráticas, marcadas por nuestras experiencias, nuestra personalidad y hasta por lo que negamos querer. Aun así, la ciencia muestra una constante curiosa: solemos enamorarnos de personas con características similares a las nuestras. ¿Ejemplos? Grado de inteligencia, sentido del humor, valores compartidos… sí, todo eso influye más de lo que creemos.

Pero aquí viene lo interesante. Puedes estar en una clase con treinta personas que comparten contigo gustos, ideales e incluso estilo de vida, y aún así no sentir ni una chispa por la mayoría. Entonces, ¿por qué sí con una sola? ¿Qué activa realmente esa química del amor que lo cambia todo? Es como si el cerebro, más que hacer una lista lógica, se guiara por una especie de radar secreto que detecta «algo más». Algo que no siempre se puede explicar con palabras.

Y ahí es donde la cosa se vuelve mágica… o misteriosa. Porque aunque la afinidad importa, también entran en juego otros elementos menos obvios: el tono de voz, una mirada inesperada, o incluso cómo huele esa persona. Todo eso puede desencadenar el famoso «hechizo» del que nadie escapa. ¿Biología? ¿Destino? ¿Casualidad? Sea lo que sea, el amor nunca deja de sorprender.

El aroma secreto de nuestros genes

Puede sonar a ciencia ficción, pero no lo es: lo que más influye en la atracción inconsciente no son los genes visibles, sino algo más sutil… el olor. Y no cualquier olor, sino el que emite nuestro sistema inmunitario. En concreto, las protagonistas son las proteínas MHC (Complejo Mayor de Histocompatibilidad), encargadas de activar nuestras defensas, pero que también juegan un rol clave en el juego del amor.

Estas proteínas liberan señales químicas imperceptibles que influyen en a quién encontramos atractivo. Por ejemplo, los estudios muestran que muchas mujeres se sienten inconscientemente atraídas por hombres con un sistema inmunitario muy distinto al suyo. ¿Por qué? Pues porque ese contraste mejora la diversidad genética de la posible descendencia, lo que daría lugar a niños con un sistema inmune más fuerte. Vamos, pura estrategia evolutiva.

Así, sin saberlo, nuestro cuerpo va buscando el equilibrio ideal: alguien que comparta ciertos rasgos, pero que sea lo bastante distinto como para enriquecer la combinación. Ni tan iguales, ni tan diferentes. Y ese «olfato biológico» no solo actúa con las caras o las voces, sino también con el olor corporal. Es una especie de Tinder químico que llevamos incorporado y que, nos guste o no, tiene mucho que decir en nuestras elecciones afectivas.

La droga del amor: ¿por qué engancha tanto?

No es metáfora: el amor es una droga. Y no solo por lo que sentimos, sino por lo que pasa en nuestro cerebro cuando nos enamoramos. Ese subidón que te acelera el corazón, la euforia al ver a alguien, o ese bajón cuando te ignora… todo tiene una explicación bioquímica. Como apunta un estudio del Colegio de Medicina Albert Einstein, el cerebro reacciona al amor y al desamor de forma muy parecida a una adicción. Y sí, eso incluye el famoso “mono” cuando esa persona no está.

Cuando nos enamoramos, nuestro cerebro suelta una bomba de dopamina, serotonina y oxitocina. Resultado: energía desbordante, alegría gratuita y una percepción idealizada de la vida (y de la otra persona, claro). Pero aquí viene el giro: con el tiempo, los receptores neuronales se acostumbran al exceso de químicos, igual que ocurre con el uso prolongado de ciertas drogas. A eso se le llama habituación.

Y cuando esa “cascada química” baja, muchas personas piensan que el amor se ha acabado. En realidad, solo se ha estabilizado. Pero como ya no se siente la euforia inicial, entra la confusión: “¿Ya no me gusta?”… Y puede que, sin necesidad real, empiece la crisis.

Romper no siempre es la solución. El cerebro necesita tiempo para reajustarse a un nuevo equilibrio neuroquímico. Así que, si estás en esa etapa de bajón, recuerda: el amor no se fue, solo se calmó un poco.

La oxitocina: un abrazo vale más que mil palabras

Si el amor puede hacernos perder la razón, la oxitocina tiene mucho que ver en ello. Esta hormona, conocida como “la hormona del abrazo” o “el pegamento del amor”, es una de las grandes responsables de que sigamos enganchados a una persona después del flechazo inicial. Según neurólogos como Gareth Leng, la oxitocina no solo crea vínculos, sino que literalmente reorganiza nuestras conexiones neuronales para fortalecer la unión con quien compartimos intimidad.

Se libera a lo grande durante el orgasmo, el parto o la lactancia, pero también se activa en momentos tan simples como tomar de la mano a alguien o recibir un abrazo. No es casualidad que esta sustancia fortalezca el lazo entre madre e hijo o que haga que los abrazos sean más poderosos que mil palabras. Y sí, también explica por qué muchas mujeres disfrutan tanto del contacto físico o del tiempo de calidad con amigas: la oxitocina refuerza la conexión emocional y la sensación de seguridad.

Lo curioso es que, aunque es una sustancia que producimos de forma natural, actúa como una droga. Estimula la liberación de dopamina, serotonina y noradrenalina, creando un cóctel emocional que puede ser tan potente como cualquier sustancia externa. El resultado: el cerebro se inunda de feniletilamina, un compuesto que potencia esa sensación de estar enamorados hasta los huesos.

La feniletilamina: el cóctel de la pasión

Si alguna vez te has sentido en una nube durante los primeros meses de una relación, puedes culpar a la feniletilamina. Esta sustancia, química prima de las anfetaminas, se mezcla con dopamina y serotonina para crear el cóctel cerebral perfecto del amor. Es la responsable de que dos personas puedan pasar horas coqueteando, haciendo el amor o simplemente hablando… sin rastro de sueño ni hambre. Como el azúcar en un café fuerte: lo potencia todo.

La feniletilamina es la chispa inicial, el barniz emocional que hace brillar los comienzos. Intensifica la acción de otras sustancias del amor y nos hace sentir invencibles, felices y profundamente motivados. Pero como todo lo intenso, puede volverse adictiva. Algunas personas desarrollan una dependencia de esta “droga natural”, saltando de romance en romance en busca del mismo subidón que ofrece el inicio de una nueva historia.

El problema es que esta sustancia no dura para siempre. Tras dos o tres años, sus efectos disminuyen, y es ahí donde empieza la verdadera prueba del amor. Es cuando vemos los defectos que antes ignorábamos y cuando el cerebro pasa a una nueva fase: la del apego, más tranquila pero también más profunda. En esta etapa aparecen las endorfinas, que aportan calma, seguridad y la sensación de hogar.

¿Y si te rompen el corazón? Tu cuerpo lo nota: dejas de recibir tu dosis diaria de química del amor. Por eso buscamos consuelo en… sí, el chocolate. Rico en feniletilamina, se convierte en nuestro “remedio” emocional favorito durante un mal de amores.

Rodrigo

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