Ilustración de un ser humano cuyo cerebro es reemplazado por circuitos, representando cómo la inteligencia artificial nos hace más tontos

¿La inteligencia artificial nos hace más tontos?

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La inteligencia artificial está en todas partes. Desde el autocorrector que te corrige los typos hasta ChatGPT escribiendo ensayos completos, la usamos casi sin pensar. Por eso no es raro preguntarse: ¿la inteligencia artificial nos hace más tontos? Seguro que más de una vez has dependido del móvil para recordar algo que antes sabías de memoria. O le has pedido a una IA que resuelva un problema por ti mientras tú te preparas otro café. En esta era de comodidad digital, muchos temen que nos estemos volviendo un poco “vagos mentales” gracias a tanta automatización inteligente.

Para ser justos, la idea de que la tecnología nos atonta no es nueva. Nuestros padres se sabían diez teléfonos de memoria; hoy nosotros no recordamos ni el propio si el smartphone no lo tiene guardado. Hace años el autor Nicholas Carr se preguntó si Google nos estaba volviendo estúpidos (lo llamó el “efecto Google”). Cada avance, desde la calculadora hasta el GPS, ha provocado el mismo debate: ¿ganamos tiempo y eficiencia, pero a costa de perder agudeza mental? Ahora, con la inteligencia artificial haciendo de las suyas, la preocupación vuelve a surgir con fuerza. Y esta vez hay datos concretos: algunos estudios recientes respaldan la inquietud. Por ejemplo, un equipo de Microsoft Research y la Universidad Carnegie Mellon encontró que abusar de la IA puede erosionar el pensamiento crítico del usuario. En otras palabras, que nos volvemos más tontos si dejamos que la máquina piense por nosotros. La idea suena alarmante, pero antes de entrar en pánico y tirar tu smartphone, veamos en detalle qué dicen estos estudios y cómo evitar que la IA nos atrofie las neuronas.

Persona con expresión perezosa usando una computadora con un asistente de inteligencia artificial, ejemplificando la dependencia tecnológica

La inteligencia artificial puede atontarnos, según la ciencia

El estudio de 2025 en Microsoft/CMU del que hablábamos encuestó a 319 profesionales sobre su uso de IA en el trabajo. Los resultados dejaron con la ceja levantada a más de uno: ¡nada menos que un 70% admitió que no aplicaba el pensamiento crítico en tareas de comprensión, análisis o síntesis, confiando en la IA para ello! Solo cuando tenían que evaluar algo hacían el esfuerzo de pensar un poco más. En cristiano: muchos se están volviendo cómodos y dejan de estrujarse el cerebro si la IA les da la respuesta masticada.

Los investigadores describen esto como una peligrosa “descarga cognitiva” (básicamente delegar tu carga mental a la máquina). Si dejas todas las tareas rutinarias a la máquina, tus neuronas se ponen perezosas. Tal cual lo señalan: “al mecanizar las tareas rutinarias… se priva al usuario de oportunidades de practicar su juicio y fortalecer su musculatura cognitiva”, lo que lleva a una creciente pereza intelectual. Es la versión high-tech de “el que no ejercita un músculo, lo pierde”. La IA genera texto, código, ideas… y nosotros nos limitamos a copiarlas y pegarlas. Así, con el tiempo, corremos el riesgo de convertirnos en simples verificadores pasivos del trabajo de la máquina. Los autores advierten que esta eficiencia artificial puede inhibir el compromiso mental a largo plazo y mermar nuestra capacidad de resolver problemas por nosotros mismos. Y esto no es todo. Otro grupo de investigadores, esta vez del MIT, llegó a conclusiones similares midiendo la actividad cerebral de personas que usan ChatGPT. Spoiler: el cerebro trabaja menos cuando delegas en la IA. Vamos a ver ese experimento porque los datos son impresionantes.

Trabajador de oficina desmotivado frente a su ordenador mientras la inteligencia artificial realiza su trabajo, mostrando pereza intelectual en el entorno laboral

La IA ‘apaga’ tu cerebro: experimento del MIT

Un grupo de investigadores del MIT quiso cuantificar qué le pasa a tu cerebro cuando usas ChatGPT para pensar por ti. Reclutaron a 54 estudiantes y los dividieron en tres grupos: uno escribió sus ensayos con ayuda de ChatGPT, otro usando internet para buscar información, y el tercero sin ninguna ayuda digital. Tras varias sesiones, intercambiaron los papeles: los que usaban IA pasaron a escribir sin ella y viceversa . Monitorearon la actividad cerebral de todos mediante encefalogramas (EEG).

Los resultados dieron un poco de miedo. El grupo que usó IA mostró la menor conectividad neuronal, especialmente en las bandas relacionadas con atención y memoria . En números: su cerebro trabajó casi un 50% menos que el de quienes escribieron por su cuenta . Es decir, con ChatGPT haciendo de cerebro suplente, nuestras neuronas se van de vacaciones. Y aquí viene lo peor: al quitarles la IA en la última ronda, estos participantes no recuperaron los niveles normales de actividad; su cerebro siguió medio “apagado” incluso cuando volvieron a pensar por sí mismos . Es como si se hubieran malacostumbrado a no esforzarse y luego les costara arrancar.

Humano colaborando con un robot de inteligencia artificial en una tarea creativa, simbolizando la IA como trampolín en lugar de muleta mental

Por si fuera poco, quienes usaron inteligencia artificial tampoco sintieron mucho “cariño” por sus escritos. Solo alrededor de la mitad sintió que el ensayo hecho con IA era realmente suyo, comparado con casi 90% de los que escribieron sin ayuda. Muchos describieron el texto de la IA como demasiado genérico o “robótico”. Apenas recordaban lo escrito: solo un 16% pudo citar alguna frase minutos después (la mayoría del grupo sin IA sí recordó). Claramente, delegar en la máquina hizo que el aprendizaje por el camino fuera mínimo.

Los científicos advirtieron de una “deuda cognitiva” acumulativa: si abusamos de estas herramientas, podemos acabar con atrofia real de habilidades como la argumentación, la memoria o la creatividad . En el contexto educativo, depender de la IA para tareas intelectuales podría pasarnos factura a largo plazo.

Mosaico con Sócrates rechazando un pergamino escrito y una persona moderna usando un ordenador con asistente de IA; refleja que las nuevas tecnologías primero infunden temor pero luego impulsan adaptación

La inteligencia artificial: ¿muleta o trampolín mental?

Llegados a este punto, quizá pienses que la conclusión es apagar la IA y volver al ábaco. Pero calma: no es la herramienta en sí, sino cómo la usamos. Expertos en tecnología educativa se apresuran a matizar que “no es que nos volvamos más tontos por usar IA; lo que sucede es que nos enfrentamos a una nueva forma de pensar”. La inteligencia artificial no debe ser una muleta, sino un trampolín que nos permita llegar más lejos más rápido . En otras palabras, puede servir para impulsarnos, no para acomodarnos.

El peligro real está en cómo se utiliza. Si delegamos todo en ChatGPT sin supervisar ni cuestionar, sí, nos volveremos unos flojos mentales. Pero, al mismo tiempo, un uso estratégico de la IA tiene el potencial de enriquecer nuestra creatividad y acelerar el aprendizaje. Piensa en esto: la IA puede hacerse cargo de tareas pesadas o repetitivas, liberándonos tiempo y energía para concentrarnos en lo que realmente requiere ingenio humano. Lo clave es mantenernos en el asiento del conductor, usando la IA como GPS, no como piloto automático total.

Por ejemplo, en vez de aceptar la primera respuesta que te escupe la máquina, puedes usarla para formular mejores preguntas, explorar distintas soluciones y luego verificar lo que te ofrece con mirada crítica. Así aprovechas la IA como un colaborador que te hace pensar más, no menos. De hecho, los propios investigadores señalan que la IA es más beneficiosa cuando actúa como un “socio de pensamiento” que estimula ideas y mejora el razonamiento, en lugar de una simple máquina de respuestas automáticas .

En resumidas cuentas, la IA no te va a idiotizar por arte de magia: eres tú quien decide si la usas para pensar menos o para pensar mejor.

Ilustración comparativa de un cerebro activo junto a otro apagado, simbolizando la reducción de la actividad cerebral al abusar de la inteligencia artificial

Nuevas tecnologías, viejos miedos (y cómo adaptarnos)

Hay que decir que el pánico ante la “idiotización” por culpa de una máquina no es nuevo. Allá por la antigua Grecia, Sócrates criticaba la invención de la escritura porque, según él, arruinaría la memoria de las personas al confiar en las letras escritas en lugar de sus mentes. Muchos siglos después, más de uno se escandalizó con la llegada de la imprenta, la calculadora o el Internet, temiendo que nos volviesen perezosos o “tontos”. Y en parte esos miedos tenían algo de razón: cada nueva herramienta nos ha hecho dejar de ejercitar ciertas habilidades (memorizar largas poesías, hacer cálculos a mano, orientarnos con mapas de papel). Pero también nos ha abierto la puerta a otras formas de conocimiento y nuevas habilidades. Al final, el intelecto humano se reinventa: dejamos de gastar energía en lo que la máquina hace mejor, y la invertimos en tareas más complejas.

Con la inteligencia artificial pasa lo mismo. Sí, puede que ya no memoricemos datos que “San Google” nos da en 2 segundos, o que dejemos a la IA el primer borrador de un informe. Por eso el pensamiento crítico se transforma en lugar de desaparecer: ahora consiste más en analizar, interpretar y tomar decisiones con las herramientas a nuestro lado, que en hacer todo a pulso . Los expertos enfatizan la necesidad de aprender a colaborar con la IA, no simplemente obedecerla. Esto implica entrenarnos para verificar la información que nos ofrece, integrar sus respuestas con nuestro propio criterio y gestionar las tareas de forma consciente . Dicho de otro modo, nuestra educación y capacitación deben evolucionar junto con la tecnología.

La innovación tecnológica siempre traerá algo de miedo, pero también oportunidades. En vez de resistirnos al cambio, lo inteligente es adaptarnos y sacarle el mejor partido, asegurándonos de que la máquina siga siendo nuestra aliada y no nos robe la capacidad de pensar.

Lo cierto es que la IA es una herramienta de doble filo. Por un lado, nos regala soluciones y nos ahorra trabajo; por el otro, nos tienta a apagar el cerebro. La inteligencia artificial en sí misma no es buena ni mala: todo depende de cómo la integremos en nuestra vida cotidiana.

Volvemos a la pregunta inicial: ¿la inteligencia artificial nos hace más tontos? Quizá la respuesta sea que somos nosotros quienes lo decidimos. Podemos permitir que nos aplane el ingenio por pura comodidad, o usarla como una ampliación de nuestra mente para llegar más lejos. En última instancia, la elección está en nuestras manos. La IA puede ser nuestra mejor aliada o el camino rápido hacia la pereza mental. Porque al final, lo que hagamos con la IA definirá si nos volvemos más listos o más torpes. La pelota queda en tu tejado: ¿qué camino elegirás?

Fuentes:

Persona ante dos caminos: uno lleva a una bombilla apagada (ignorancia) y otro a una bombilla encendida (conocimiento); representa la decisión de usar la inteligencia artificial para volverse más tonto o más sabio

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