El sexo del bebé, es decir, si será niño o niña, se determina en el mismo momento de la concepción. Sin embargo, la diferenciación física que podemos observar se produce entre las siete y nueve semanas de gestación. Pero, ¿qué factores influyen en que el bebé finalmente tenga un sexo u otro?
Para entenderlo, primero hay que hablar de cromosomas. El óvulo de la mujer siempre aporta un cromosoma X, mientras que el espermatozoide del hombre puede aportar un cromosoma X o un cromosoma Y. Estos cromosomas no son solo letras: son diferentes en tamaño, estructura y en la información genética que contienen.
Si el espermatozoide que fertiliza el óvulo tiene un cromosoma X, el embrión será femenino (XX). Si el espermatozoide aporta un cromosoma Y, el embrión será masculino (XY). Por eso, es el espermatozoide quien determina el sexo biológico del bebé.
Además, aunque el cromosoma Y es pequeño y tiene menos genes que el X, contiene el gen SRY, que es clave para el desarrollo de los órganos masculinos. Este gen activa la formación de testículos y desencadena una cascada hormonal que determina que el embrión se desarrolle como niño.
En resumen, el sexo del bebé está predeterminado desde la concepción, gracias a la combinación única de cromosomas del óvulo y el espermatozoide. Todo esto ocurre en un proceso fascinante, que inicia el desarrollo de una nueva vida.

Durante las primeras semanas de gestación, los órganos sexuales del embrión aún no están diferenciados. En este punto, el embrión es, en esencia, neutro, con potencial para desarrollar órganos sexuales masculinos o femeninos.
Cuando un espermatozoide que porta un cromosoma X fecunda el óvulo, el desarrollo sigue su curso “por defecto”: el embrión formará un cerebro y órganos genitales femeninos como el útero y los ovarios.
Pero cuando el espermatozoide aporta un cromosoma Y, se activa una orden específica que altera este proceso natural. Es entonces cuando comienza la formación de los testículos, un momento clave para la diferenciación sexual.
Los testículos, una vez formados, producen dos hormonas muy importantes: la hormona antimülleriana y la testosterona. La hormona antimülleriana se encarga de inhibir el desarrollo de los conductos femeninos, mientras que la testosterona promueve la formación de los genitales masculinos.
Estas hormonas también afectan el desarrollo del cerebro, deteniendo las características femeninas y promoviendo las masculinas. De esta manera, el embrión que lleva el cromosoma Y se convierte en varón.
Este proceso, que parece una coreografía muy precisa, es fundamental para el desarrollo de la identidad sexual biológica.
Así, en las primeras semanas, el embrión está en una especie de “punto de inflexión” donde su destino sexual queda definido por la presencia o ausencia del cromosoma Y y las hormonas que este desencadena.

Ahora bien, ¿de qué depende que un espermatozoide u otro llegue primero a fecundar el óvulo? Las investigaciones apuntan a tres factores clave: las características fisico-químicas de los espermatozoides, el momento del ciclo menstrual en que ocurre la relación sexual y las propiedades de la mucosa femenina.
El espermatozoide que lleva el cromosoma X es más grande, fuerte y resistente, especialmente en ambientes adversos o ácidos, lo que lo hace más “duradero” en la carrera hacia el óvulo. Sin embargo, es más lento que su competidor.
Por otro lado, el espermatozoide con cromosoma Y es más pequeño, rápido y abundante, pero también más frágil y menos resistente. Llega primero al óvulo, pero su vida útil es corta.
Aquí entra el segundo factor crucial: el momento del ciclo menstrual en que se produce la relación sexual. Durante la ovulación, el ambiente en el tracto reproductor femenino es más favorable para los espermatozoides Y, gracias a condiciones menos ácidas y un moco cervical más fluido que facilita su paso. En cambio, fuera de la ovulación, el ambiente favorece a los espermatozoides X, que resisten mejor las condiciones adversas y pueden sobrevivir más tiempo.
Así, el momento exacto del encuentro sexual juega un papel fundamental en quién gana la carrera por fecundar el óvulo.

La ovulación suele ocurrir alrededor del día 14 del ciclo menstrual. Si la pareja mantiene relaciones sexuales, por ejemplo, en el día 12, para cuando llegue la ovulación la mayoría de los espermatozoides Y (más rápidos pero menos resistentes) habrán muerto. Esto aumenta las probabilidades de que un espermatozoide X fecunde el óvulo, y por lo tanto, que el bebé sea niña.
En cambio, si la relación ocurre justo en el momento de la ovulación, los espermatozoides Y, más pequeños y veloces, tienen más posibilidades de llegar primero y fecundar, lo que hace más probable que el bebé sea niño.
Por último, está el tercer factor: las características de la mucosa femenina. Si el ambiente es mayormente ácido, favorece la supervivencia de los espermatozoides X, mientras que si es más alcalino, los espermatozoides Y no están en desventaja.
¿Y de qué depende la acidez o alcalinidad? De varios aspectos, como la alimentación, el estrés y el estilo de vida en general, que pueden influir en el pH vaginal y, por ende, en las condiciones para los espermatozoides.

¿Podemos elegir el sexo del bebé?
Como mencionamos antes, algunos espermatozoides llegan más rápido al óvulo, mientras que otros viven más tiempo. Esto abre la posibilidad de influir en el sexo del bebé según el momento del ciclo menstrual en que se tengan relaciones sexuales, siempre considerando el día exacto de la ovulación.
Con la guía de un profesional especializado, se pueden aumentar las probabilidades en un 60 a 70 % de concebir un niño o una niña, pero no existe garantía absoluta: es una estrategia con cierto grado de especulación.
Además, cada cuerpo es distinto y existen muchos factores que pueden influir en el resultado. Por eso, no hay una “receta mágica” para elegir el sexo del bebé, sino más bien condiciones que pueden inclinar la balanza, pero sin asegurar el resultado.

¿Cuándo se puede saber el sexo del bebé?
Por lo general, el sexo del bebé puede determinarse mediante una ecografía a partir de la semana 18 a 20 de embarazo, aunque en algunas ocasiones es posible verlo un poco antes.
Curiosamente, hay familias que prefieren no saber el sexo hasta el nacimiento, para mantener la sorpresa. Muchas futuras mamás suelen tener una intuición sobre si esperan un niño o una niña, ¡y sorprendentemente, a menudo aciertan!
En resumen, aunque el hombre define el sexo del bebé al aportar un cromosoma X o Y, la mujer también juega un papel importante, ya que su cuerpo proporciona el entorno (la mucosa uterina) que influye en la unión de los gametos.
