A lo largo de los siglos, los humanos hemos demostrado ser unos verdaderos expertos en algo bastante lamentable: llevar especies a la extinción. Ya sea por la destrucción de sus hábitats, la caza indiscriminada, o la captura con fines comerciales o recreativos, nos hemos ganado esa medalla. Pero, para nuestra defensa (y redención), hoy muchos científicos están intentando revertir ese daño con un objetivo claro: revivir especies extintas y restaurar parte de la biodiversidad perdida.
Gracias a los avances en ingeniería genética, lo que antes parecía ciencia ficción ahora es un proyecto en marcha. Ya hubo un primer intento con el bucardo, una cabra montés pirenaica que, aunque volvió por unos minutos, no logró sobrevivir. Sin embargo, el enfoque ahora está en el futuro: según un artículo de Business Insider, hay al menos 25 especies candidatas para regresar. Nosotros elegimos 6 que, sinceramente, ¡nos volaron la cabeza!
Empezamos con el Megatherium, también conocido como el Perezoso Gigante. Esta criatura colosal se extinguió hace unos 8.000 años, pero cuando se erguía en dos patas, alcanzaba los ¡6 metros de altura! Habitó el sur del continente hasta hace unos 10.500 años, según pruebas de radiocarbono. Se cree que su desaparición fue causada, en parte, por la llegada de cazadores humanos, sumado al cambio climático que fragmentó su hábitat.
¿La buena noticia? Hay restos bien conservados, lo que facilita la obtención de ADN antiguo. Así que… ¡ojo! El Megatherium podría volver a caminar entre nosotros.

El Coelodonta Antiquitatis, mejor conocido como rinoceronte lanudo, fue uno de los gigantes peludos que recorrió las frías estepas del Pleistoceno. Este coloso de la familia Rhinocerotidae habitaba desde el centro de la Península Ibérica hasta los helados suelos de Mongolia y Siberia. Sí, básicamente tenía más millas recorridas que muchos influencers de viajes.
Este mamífero extinto podía medir hasta 4 metros de largo y lucía un par de cuernos bastante llamativos. El más largo, que alcanzaba un metro, tenía una forma algo plana. ¿Para qué le servía? Pues nada de lucirse en selfies: lo usaba para remover la nieve del suelo y acceder al pasto que quedaba escondido. Gracias a eso, no necesitaba migrar en busca de alimento. ¿Un animal práctico? Totalmente.
¿Y qué pasó con él? Pues lo de siempre. Entre los humanos modernos, los neandertales y el cambio climático, la cosa se puso fea. Se ha sugerido incluso la teoría de una «superenfermedad», pero aún no está del todo claro qué fue lo que le dio el golpe final. Lo que sí sabemos es que nos quedamos sin él.
Ahora, la ciencia tiene una segunda oportunidad. Y es que, recientemente, se halló un ejemplar completo: huesos, piel… ¡y hasta los cuernos intactos! Esto abre la puerta a que el ADN del rinoceronte lanudo pueda ser utilizado en proyectos de resurrección genética. ¿Se imaginan ver uno de estos paseando por la tundra de nuevo? Sería como un viaje directo a la Edad de Hielo… pero en versión real.

El Smilodon Fatalis, mejor conocido como el famoso Tigre Dientes de Sable, no solo tenía un nombre digno de película, sino también una apariencia que imponía respeto. Era parte de la subfamilia Machairodontinae, un grupo de félidos ya extintos que dejaron huella… o más bien, ¡zarpazos! Su cuerpo era musculoso, con unas garras delanteras potentes que usaba como ganchos para atrapar a sus presas. No necesitaba una mordida demoledora como la de un león moderno, porque lo suyo era más quirúrgico: inmovilizaba con fuerza cervical y luego ¡zas!, colmillos al cuello. Preciso y letal.
Lo que realmente lo hacía inolvidable eran sus colmillos en forma de sable, que podían medir hasta 10 cm. Y no solo eso: su mandíbula tenía una apertura de 120°, algo que ningún gato doméstico puede igualar, por más que bostece. A pesar de su aspecto temible, su mordida era relativamente débil. Pero claro, no hacía falta más cuando tenías dos cuchillas saliendo de la cara.
Este depredador del Pleistoceno desapareció, probablemente, por una mezcla de cambio climático y acción humana. Algunos estudios sugieren que nuestros antepasados no fueron precisamente buenos vecinos para el Smilodon.
Lo interesante es que hay esperanza para traerlo de vuelta. Se han encontrado ejemplares increíblemente bien conservados en las pozas de alquitrán de Estados Unidos, con huesos, piel… ¡y hasta carne! Con ese material genético tan completo, el Tigre Dientes de Sable podría ser uno de los candidatos estrella en los proyectos de resurrección genética.

La Macrauchenia Patachonica, o simplemente Macrauquenia para los amigos, fue uno de los animales más curiosos del continente sudamericano. Este mamífero extinto pertenecía a la familia de los Litopterna, un linaje ya desaparecido, y su aspecto era como si alguien hubiera mezclado un camello con una llama… y le hubiera agregado una trompa corta por si acaso. Medía unos 3 metros de largo, alcanzaba los 2 metros de altura y pesaba casi una tonelada. O sea, no era precisamente una mascota para el jardín.
Su pequeña trompa habría tenido múltiples funciones: desde respirar mientras se sumergía en lagunas, hasta espantar bichos o alcanzar hojas con más comodidad. Como un snorkel prehistórico con bonus. Y, según análisis recientes, la Macrauquenia podría haber sido bastante inteligente, lo cual no sorprende si pensamos en su capacidad de adaptación a diferentes ambientes.
Esta criatura vivió en lo que hoy es Sudamérica, y sus fósiles han sido hallados en varias regiones, especialmente en Argentina. Lo más emocionante es que uno de esos ejemplares estaba tan bien conservado que aún conserva materia blanda, lo cual es un verdadero tesoro para los científicos que estudian especies extintas.
Gracias a ese hallazgo, la Macrauquenia se suma a la lista de animales que podrían tener una segunda oportunidad en este planeta, mediante proyectos de resurrección genética. ¿Te imaginas verla caminar por la Patagonia otra vez? Sería como tener un camello con estilo propio… y bigotes evolucionados.

El Mammuthus Primigenius, más conocido como Mamut Lanudo o Mamut de la Tundra, es uno de los pesos pesados más icónicos de la Edad de Hielo. Este coloso peludo pertenecía a la familia de los Elefántidos, y aunque parezca una versión prehistórica de su primo el elefante africano, tenía su propio estilo: una melena marrón, larga y enredada, perfecta para resistir los climas más extremos. Vamos, que si viviera hoy, sería influencer de moda invernal.
Su hábitat era bastante amplio: desde la gélida Siberia hasta Norteamérica, y sí, incluso han aparecido restos en el mismísimo Ártico. A pesar de su fama de gigante, su tamaño era bastante similar al de los elefantes actuales, aunque con más abrigo encima, claro.
Ahora viene lo más emocionante: gracias a las condiciones de congelación en Siberia, se han encontrado ejemplares con ADN casi intacto. Sí, leíste bien. Algunos restos conservan no solo huesos y piel, sino también órganos internos completamente reconocibles. ¡Incluso hay jóvenes entre ellos!
Con al menos siete individuos bien preservados, el Mamut Lanudo se ha convertido en uno de los mejores candidatos para los proyectos de resurrección genética. Y si todo sale bien, podríamos estar frente al primer caso de “regreso de un fósil con estilo”.
¿Te imaginas un parque natural con mamuts caminando entre la nieve otra vez? A este paso, la prehistoria nos va a alcanzar más rápido que el WiFi en algunas zonas rurales.

El Raphus cucullatus, más conocido como el entrañable y desafortunado Dodo, fue un ave no voladora que habitó exclusivamente en la Isla de Mauricio, en el océano Índico. Pariente lejano de las palomas, el dodo decidió tomarse la evolución con calma: dejó de volar, vivía sin depredadores naturales y se volvió un ave terrestre, tranquila y confiada. Demasiado confiada, quizá.
Todo iba bien… hasta que llegaron los humanos en el siglo XVII. Los exploradores portugueses, al ver su andar torpe, lo apodaron “dodo”, que en portugués coloquial significa “estúpido”. Y así, de forma bastante injusta, pasó a la historia. La especie fue cazada sin resistencia y, como si eso no bastara, los humanos trajeron consigo una fiesta de especies invasoras: cerdos, perros, gatos, macacos y ratas, que no solo destruyeron su hábitat, sino que también saquearon sus nidos sin piedad. Resultado: el dodo desapareció por completo en menos de 100 años.
Pero no todo está perdido. En 2007 se encontró el esqueleto mejor conservado de un dodo, y lo más valioso es que contenía ADN en condiciones utilizables. Esto convierte al dodo en un candidato real para la resurrección genética, algo que los científicos están explorando con entusiasmo. ¿Será posible que algún día vuelva a pasear por los bosques de Mauricio?
Si vuelve, eso sí, esperemos que esta vez lo tratemos mejor. Después de todo, no era estúpido… solo confiaba demasiado en nosotros. Y eso, lamentablemente, fue su error.
