El corazón en la garganta, el estómago encogido y los pelos del cogote de punta. Cuando tenemos miedo, nuestro cuerpo responde más allá de nuestro control. Si estamos muy asustados, se nos escapan los gritos y se nos crispan los músculos, llegando a clavarnos las uñas en las palmas de las manos al apretar los puños e, incluso, soltando un guantazo a quien tenemos cerca.
Como explicaba el guion de la película de Pixar «Del revés», el miedo es una emoción encargada de mantenernos con vida. Se trata de un poderoso instinto que nos mantiene lejos de situaciones peligrosas, y lo hace en muchos casos desencadenando una serie de reacciones que nos hacen actuar sin darnos cuenta.
Por eso la ciencia ha analizado en muchas ocasiones cómo nos afecta el miedo y por qué. Estas son algunas de las conclusiones que han surgido de esos análisis.
1. Pelea o huye
“Fight or flight” es como se bautizó en inglés a la reacción fisiológica que tiene lugar en nuestro cuerpo cuando nos asustamos. Plantar cara o salir corriendo son las dos opciones que tenemos al percibir un posible daño, un ataque o cualquier otra amenaza a nuestra supervivencia.
El mecanismo que desata el miedo se encuentra en el cerebro reptiliano, que regula acciones esenciales para la supervivencia, como comer o respirar, y en el sistema límbico, que regula las emociones y las funciones de conservación del individuo. La amígdala, incluida en este sistema, revisa continuamente la información recibida a través de los sentidos. Cuando detecta una fuente de peligro, desencadena los sentimientos de miedo y ansiedad.
La amígdala despierta la respuesta del hipotálamo y la pituitaria, que segrega hormona adrenocorticótropa. Casi al mismo tiempo se activa la glándula adrenal, que libera epinefrina, un neurotransmisor. Ambas sustancias químicas causan la generación de cortisol, una hormona que aumenta la presión sanguínea y el azúcar en sangre y suprime el sistema inmunitario. Se trata de conseguir un ‘subidón’ en el nivel de energía disponible en caso de tener que reaccionar ante la amenaza.
2. ¿Qué le pasa a tu cuerpo cuando te asustas?
Las hormonas que genera tu cerebro cuando te asustas tienen el objetivo de prepararte para una posible acción muscular violenta, necesaria para huir o pelear. Esto es lo que hace tu cuerpo como respuesta:
- La función pulmonar y cardiaca se aceleran para llevar el oxígeno a todos los músculos.
- Los vasos sanguíneos se contraen en muchas partes del cuerpo, por eso te pones pálido o muy colorado, o alternas entre ambos estados.
- La función estomacal y del intestino alto se inhibe, hasta el punto en que la digestión se ralentiza o incluso se detiene.
- Los esfínteres se ven afectados de forma general, causando en algunas ocasiones una pérdida de control. Además, la vejiga se relaja (empeorando el problema anterior). En cambio, la respuesta que causa las erecciones se inhibe.
- Se inhiben las glándulas lagrimales y las que producen saliva, así que se te seca la boca y rara vez lloras durante un gran susto.
- Dilatación de las pupilas, visión con efecto túnel y pérdida de audición. Por eso en momentos en que estás muy asustado no ves ni oyes prácticamente nada más que lo que te asusta.
3. ¿Por qué hace todo eso?
Todos esos fenómenos tienen cuatro objetivos concretos, necesarios en caso de enfrentarse a una amenaza. El primero, es aumentar el flujo sanguíneo hacia los músculos, motivo por el que se retira de otras funciones en ese momento secundarias; el segundo, proporcionar una aportación de energía extra al cuerpo, para lo que aumenta la presión sanguínea, el ritmo cardiaco y el azúcar en sangre; el tercero, prevenir una pérdida de sangre excesiva en caso de resultar herido, por lo que se potencia la función de coagulación, y el último es hacer al cuerpo lo más fuerte y rápido posible, para lo que se aumenta la tensión muscular.
4. Miedo y evolución
Que el miedo es una ventaja evolutiva es algo bastante obvio: una buena evaluación y estrategia en torno a las amenazas es imprescindible para la supervivencia, tanto del individuo como de su descendencia.
Pero algunas teorías aseguran que disfrutar del miedo también tiene su lógica evolutiva: ser capaz de hacer frente al riesgo e incluso disfrutarlo abre al individuo un mundo de nuevas posibilidades que de otra forma nunca se plantearía, explorando posibilidades y dándole la baza de acceder a nuevos y mejores recursos (territorios, alimentos o materias primas).
Claro que un excesivo gusto por el riesgo se torna en una desventaja evolutiva, ya que suele conllevar una muerte rápida y la extinción de tus genes.
5. ¿Por qué nos gusta pasar miedo?
Es seguramente la pregunta del millón: si el miedo está asociado al dolor y emparentado con el estrés, el pánico y la ansiedad, ¿por qué hay personas que disfrutan pasando miedo? Sin ellas no existirían las casas del terror de los parques de atracciones ni todo un género cinematográfico.
Según un estudio, no se trata del mismo miedo que hablábamos antes. Escaneando el cerebro de voluntarios mientras veían películas de terror, determinaron que las partes del cerebro activadas durante la observación eran otras distintas. En vez de la amígdala, vieron actuar al córtex visual (encargado de procesar la información visual), al córtex insular (donde reside la conciencia de nosotros mismos) y el córtex prefrontal (asociado a la atención y la resolución de problemas entre otras cosas).
Por otra parte, cuando nos asustamos y cuando algo nos emociona o produce placer, nuestro cerebro produce las mismas sustancias: adrenalina, dopamina y endorfinas. Es el contexto lo que nos hace disfrutar de ellas o no, y si el miedo lo estamos sintiendo, pero cómodamente sentados en nuestro sillón o en una butaca de cine, el contexto no es amenazador y la experiencia resulta más positiva que negativa.
6. Los miedos adquiridos
Todos los demás miedos son adquiridos a base de experiencias propias o ajenas: las arañas, la oscuridad, los payasos, los perros, la muerte. Son cosas que aprendemos a temer porque nos han mordido en sentido literal o figurado. Sin embargo, hay miedos que llevamos más dentro que otros.
Un estudio de la Universidad de Virgina observó que, cuando pedían tanto a adultos que detectasen las serpientes de una colección de fotografías, lo hacían mucho más rápido que cuando les pedían que hiciesen lo mismo con las flores. Después de toda una vida aprendiendo a tener más que respeto por estos animales, la reacción no es sorprendente, pero sí lo fue descubrir que, al repetir la prueba con niños pequeños, el fenómeno se repetía.
Los investigadores concluyeron que existe un sesgo evolutivo en la detección de amenazas. Es decir, que a lo largo de los siglos hemos aprendido a identificar algunas amenazas potenciales y hemos ido pasando la advertencia de generación en generación.
Temática sugerida por: Camila Martinez
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