El calendario que usamos para organizar nuestras vidas y mantenernos en control de todo lo que tenemos que hacer está compuesto por 365 días, o más exactamente, 365.25 días. Esto se traduce en un ciclo de 24 horas al día, dividido entre luz y oscuridad, 52 semanas y doce meses que, en conjunto, constituyen un año.
La creación de este sistema no fue algo casual, sino que exigió un observación meticulosa del sol, la luna, las estrellas y los fenómenos naturales. Y, por supuesto, cada cultura lo fue adaptando a sus propias necesidades o intereses, ya sea políticos, sociales, económicos o religiosos. Porque, como bien sabemos, cada sociedad tiene su propia forma de ver el mundo, y el calendario no iba a ser la excepción.
Hace unos diez mil años, en las antiguas civilizaciones de Egipto y Mesopotamia, los pueblos que habitaban estas zonas, en sus momentos de descanso, levantaban la vista al cielo y, sobre todo, se fijaban en la luna. Este satélite no solo era parte del paisaje nocturno, sino que tenía un papel muy especial: ¡la consideraban una diosa! Y no era para menos, pues su capacidad de transformarse y mostrar diferentes fases le otorgaba un aire misterioso y mágico.
Como resultado, los pueblos antiguos decidieron que cada vez que la luna pasara por su fase nueva, celebrarían un día en su honor. Imagina la fiesta en esa época, ¿no? Así que no solo rendían culto, sino que también estaban creando un ciclo que eventualmente se convertiría en parte fundamental de nuestro calendario actual.

Así nació la primera semana en la historia de la humanidad. ¡Y no fue una semana común y corriente! Al principio tenía unos 30 días, aproximadamente, y con el tiempo, a medida que los siglos pasaban, se fue transformando hasta convertirse en lo que hoy conocemos como un mes.
Los antiguos observadores, que en su mayoría eran esclavos, no solo se limitaban a admirar la luna. En su constante curiosidad, descubrieron que, cada siete días, el satélite terrestre pasaba por tres fases adicionales – creciente, llena y menguante – y claro, no podían dejar de rendirle culto a esta maravilla cósmica. Como si fuera poco, la luna les tenía siempre algo nuevo que ofrecer.
Fue entonces cuando las cuatro fases lunares dieron lugar a la famosa semana de siete días. Y, como ya sabemos, cada semana venía con un día de descanso, para adorar y celebrar al astro que iluminaba sus noches. Y aunque hoy en día ese día se ha convertido en una costumbre religiosa o de descanso, su origen tiene todo que ver con la luna.
Mientras tanto, en otro rincón del mundo, los esclavistas se mantenían ocupados con lo que les preocupaba de verdad: la agricultura. Como toda buena economía en esos días, la tierra y los cultivos eran lo más importante. Para saber cuándo sembrar, cosechar y almacenar, necesitaban entender las estaciones del año y sus ciclos. Y tras mucha observación, lograron identificar que entre una primavera y otra, ocurrían doce ciclos lunares. ¡Una conexión cósmica que les permitió sobrevivir y prosperar!

Los nombres y el número de días que conforman nuestros meses tienen un origen directo en el calendario romano o juliano, que fue elaborado por el emperador Julio César en el año 46 a.C. (¡hace más de dos mil años!). Para hacer esto posible, Julio César contó con la asesoría del astrónomo y filósofo Sosígenes, quien, imagina, tenía que tener paciencia para ajustar todo el sistema de tiempo de la época.
Originalmente, este calendario constaba de diez meses, comenzando con marzo. Pero, claro, algo no cuadraba. La suma de los días no coincidía con el ciclo astronómico, es decir, con el tiempo real que tarda la Tierra en dar la vuelta alrededor del sol. Así que, como quien no quiere la cosa, se adaptó el calendario al modelo egipcio, que tenía años de doce meses sumando 365 días, con el famoso año bisiesto que agrega un día extra cada cuatro años.
Pero los romanos no se quedaron ahí, ¡también añadieron dos meses más! Así es como nacieron enero y febrero, y con ellos, la estructura que todavía usamos hoy. Por cierto, en idiomas como el inglés, español, francés, italiano y portugués, los meses aún conservan los nombres del calendario juliano, un legado que perdura desde la época del imperio romano, que dominó hasta finales del siglo XV.
A pesar de los ajustes, el calendario juliano seguía teniendo sus problemas. Hacia el siglo XVI, el calendario ya tenía diez días de atraso respecto al ciclo astronómico real. Y fue ahí cuando el papa Gregorio XIII decidió que era hora de ponerle remedio al asunto. Así que en 1582, introdujo el calendario gregoriano, que es el que utilizamos hoy en día. Un cambio que, por fin, corrigió esos desajustes y nos devolvió la precisión que necesitábamos.

Cuando el papa Gregorio XIII decidió hacer ajustes al calendario juliano, no se anduvo con rodeos. Para alinear el tiempo humano con las estaciones climáticas, eliminó once días del calendario en los países católicos. Esto no fue solo un «cambio de página», sino un reajuste global para corregir los desajustes acumulados a lo largo de los siglos. Además, el papa introdujo una fórmula matemática para decidir qué años de los siglos serían bisiestos y, como si fuera poco, decretó el 1 de enero como el comienzo oficial del año nuevo.
Este calendario, que hoy utilizamos, es el mismo que se impuso con el auge del cristianismo sobre el Imperio Romano y que, con el tiempo, se extendió por todo el mundo. Con sus semanas de siete días y un día sagrado dedicado al descanso, ha marcado la pauta para la organización del tiempo en la mayoría de las sociedades.
Sin embargo, el cálculo exacto de los días de cada mes y la duración de un año no fue tarea sencilla. Estaba influenciado por el movimiento irregular de los cuerpos celestes, lo que hacía que las observaciones fueran una constante y, en algunos casos, que se tomaran decisiones autoritarias para fijar o corregir las fechas. Vamos, que a veces había que hacer un poco de magia matemática para poner todo en su lugar.
Por todo esto, el calendario se convirtió en una convención mundialmente aceptada, diseñada para regular el tiempo según las estructuras sociales, políticas, económicas y culturales de cada sociedad. Y lo mejor de todo es que sigue siendo el resultado de observaciones y cálculos que, con el paso de los siglos, se han ido refinando gracias a los avances de las ciencias y las técnicas. Así que, aunque a veces pensemos que el tiempo se nos escapa, al menos tenemos un calendario para darle un poco de orden al caos.

Enero – IANVARIVS
El mes de enero tiene un gran significado en los idiomas germánicos, donde su nombre comienza con «Jan». Este mes toma su nombre del Dios Janus, un dios con dos caras (bicéfalo), conocido como el Dios de las puertas, los portones, los principios y los finales. Es lógico, ¿no? Como enero es el mes que abre el año, se honró a Janus dándole su nombre al primer mes del calendario.
Febrero – FEBRVUARIVS
Febrero proviene del latín «Februare», que a su vez viene de Februo, que significa limpiarse. En la Roma antigua, este mes era dedicado a la purificación. Durante febrero, los romanos realizaban rituales religiosos enfocados en Plutón (el equivalente a Hades en la mitología griega), con el objetivo de buscar la pureza y apaciguar las iras del dios del inframundo.
Marzo – MARTIVS
Originalmente, marzo era el primer mes del calendario romano y recibía su nombre en honor a Marte, el dios de la guerra. Esto tenía sentido porque en marzo se planeaban todas las campañas militares que se llevarían a cabo durante el resto del año. ¡Un mes lleno de acción y estrategia! Los romanos sabían que la primavera era la temporada para prepararse para todo tipo de batallas y conquistas.
Abril – APRILIS
Abril tiene su origen en la palabra latina «aperio», que significa abrir. Este nombre se le dio debido a que en abril comenzaba la floración de las plantas, marcando el inicio de la primavera en la región de Italia. Es un mes lleno de vida y renovación. Algunos estudiosos sugieren que también podría derivar de los griegos, quienes dedicaban este mes a la diosa Afrodita, la diosa del amor y la belleza.

Mayo – MAIVS
Mayo recibe su nombre de la diosa Maia, una de las figuras más antiguas de la mitología romana y diosa de la primavera. ¡Qué mejor manera de empezar el mes que con un tributo a la abundancia y renovación de la naturaleza! El primero de mayo, los romanos le rendían homenaje a Maia con sacrificios, celebrando su conexión con la madre Tierra. Sin duda, un mes cargado de vida nueva y de flores por doquier.
Junio – IVNONIVS
El mes de junio está dedicado a Juno, la diosa del matrimonio y esposa de Júpiter, una de las figuras más poderosas del Olimpo. Juno, en su papel de diosa protectora de las mujeres y el matrimonio, tiene una influencia clave en el bienestar de las relaciones. Así que, si te has casado o estás pensando en hacerlo, ¡junio puede ser tu mes de suerte!
Julio – QUINTILIS y luego IVLIVS
Julio comenzó siendo conocido como Quintilis, simplemente porque era el quinto mes en el calendario romano original. Pero cuando el calendario juliano fue reformado, el mes pasó a llamarse Julius en honor a Julio César, quien nació en este mes. Un cambio de nombre para honrar a un hombre cuya influencia todavía se siente hoy en día.
Agosto – SEXTILIS y luego AVGVSTVS
Agosto también comenzó con un nombre numérico, Sextilis, porque era el sexto mes del calendario romano. Pero, siguiendo el mismo patrón de julio, agosto fue renombrado en honor al emperador Augusto, quien tuvo la brillante idea de añadir un día extra para que su mes tuviera 31 días y no fuera «menos» que julio.
Septiembre – SEPTEMBRI
Septiembre proviene de septem, que significa siete en latín. Y aunque hoy lo consideramos el noveno mes, en el calendario romano original comenzando en marzo, septiembre caía en el séptimo lugar.
Octubre – OCTOBRI
Octubre, al igual que septiembre, mantiene su origen numérico con octo, que significa ocho en latín. Si tomamos en cuenta que el año romano comenzaba en marzo, ¡octubre era el octavo mes! Así que no te dejes engañar por el nombre.
Noviembre – NOVEMBRIS
Noviembre, con su raíz novem, significa nueve en latín. Al igual que con septiembre y octubre, este mes se ubica en la secuencia de meses romanos, aunque ahora sea el undécimo mes en nuestro calendario.
Diciembre – DECEMBRIS
Diciembre proviene de decem, que significa diez en latín. Originalmente, era el décimo mes del calendario romano, pero hoy ocupa el duodécimo lugar. ¡Cómo cambian las cosas con el tiempo! Aunque el mes ya no sea el décimo, el nombre y la tradición siguen vigentes.
