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Retrato de René Descartes, filósofo y matemático francés del siglo XVII, con cabello oscuro y bigote, sobre fondo marrón oscuro. Pintura al óleo clásica.

¿Qué hizo René Descartes? Aportaciones a la filosofía y las ciencias

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René Descartes nació en Francia en el año 1596 y es ampliamente reconocido como el padre de la geometría analítica y uno de los grandes impulsores de la filosofía moderna. Sus ideas marcaron un antes y un después, al punto de ser considerado una figura clave dentro de la famosa Revolución Científica de los siglos XVI y XVII.

Durante los primeros años de su carrera, Descartes se obsesionó (en el buen sentido) con desarrollar su propio sistema para entender el mundo. Quería explicar cómo funcionaba el universo, cómo estaba compuesto el cuerpo humano y cuál era, en su visión, el lugar del ser humano en todo este gran lío cósmico.

En 1633, ya tenía bastante avanzado su texto sobre Metafísica y Física, un trabajo titulado Tratado sobre la luz, donde se animaba a defender la idea de que la Tierra se mueve alrededor del Sol. Sí, justo esa teoría por la que Galileo Galilei se metió en problemas. Y al enterarse de la condena que sufrió Galileo, a Descartes se le enfriaron las ganas de publicar. Aunque él no creía que su teoría fuera contraria a la religión, prefirió no arriesgarse.

Por eso, decidió guardar el texto en un cajón y no lo publicó en vida. Fue recién después de su muerte que su Tratado sobre la luz vio la luz… irónico, ¿no?

Mapa celeste antiguo con representación del sistema solar centrado en el sol con rostro humano, planetas y texto en latín. Ilustración histórica.

En 1637, el filósofo francés René Descartes publicó su famosa obra Discurso del Método, donde planteaba una forma revolucionaria de pensar: la duda metódica. No se trataba de desconfiar de todo por simple rebeldía, sino de poner a prueba cada creencia hasta descubrir una base sólida e indiscutible sobre la cual construir el conocimiento.

Como él mismo decía: «La duda es el principio de la sabiduría». Y vaya que se lo tomó en serio.

El enfoque de Descartes se conoce como racionalismo, y no era algo completamente nuevo, pero él le dio un giro muy personal. Al igual que en la Antigüedad el racionalismo de Platón respondió al escepticismo de los sofistas, Descartes hizo lo mismo frente al escepticismo humanista de su época. Este escepticismo había puesto al ser humano en el centro del mundo, pero al mismo tiempo dudaba de su capacidad para comprenderlo.

Descartes, en cambio, confiaba en la razón como la mejor herramienta para alcanzar la verdad. Eso sí, no se dejó engañar por apariencias. Decidió dudar de todo: de la existencia de Dios, de lo que percibían sus sentidos, e incluso de su propio cuerpo.

Pero había algo que no podía negar: si estaba dudando, era porque estaba pensando… y si pensaba, ¡existía! Así nació su célebre frase «Pienso, luego existo», el punto de partida de su filosofía.

Una mente desconfiada, sí… pero tremendamente brillante.

Escultura de bronce representando una persona afligida con las manos en la cabeza, con pátina verde y gotas de agua. Estatua de duelo.

En su búsqueda incansable de certezas, René Descartes llegó a una conclusión brillante: si podía dudar de todo, había algo de lo que no podía dudar… de que estaba pensando. Y si pensaba, entonces existía. Así nació su famosa frase en latín: «Cogito ergo sum», que todos conocemos como «Pienso, luego existo».

Este descubrimiento marcó el inicio de su filosofía. Para Descartes, esa simple pero poderosa idea era una verdad indiscutible, el primer ladrillo sobre el que construir todo el edificio del conocimiento. Si dudamos, es porque pensamos; y si pensamos, no hay forma de negar nuestra existencia. Un razonamiento tan simple como ingenioso.

A partir de ahí, Descartes defendió que, utilizando un método correcto de razonamiento, se puede descubrir qué es verdad y qué no. Fiel a su espíritu racionalista, apostó por el método deductivo, es decir, partir de verdades claras y evidentes y, mediante la razón, deducir el resto.

Como él mismo decía: «Para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas». Y eso hizo. Dudó de sus sentidos, de las apariencias, incluso de sus propias creencias, pero su pensamiento se mantuvo firme como prueba de su existencia.

Con esa base, Descartes abrió el camino a toda una corriente de pensamiento que sigue vigente hoy en día. Porque, al final, todo gran cambio empieza con una simple duda… y mucho atreverse a pensar.

Grabado antiguo de un erudito escribiendo con pluma en su escritorio, rodeado de libros. Ilustración histórica monocromática.

Uno de los grandes aportes de René Descartes fue su planteamiento del dualismo completo, una idea que sacudió la filosofía de su época. Según él, existe una clara diferencia entre el alma y el cuerpo, entre la mente y la materia. Antes de Descartes, muchos pensaban que el alma era algo parecido al aire o al fuego, una especie de sustancia sutil. Para él, en cambio, la mente y el cuerpo eran dos realidades totalmente distintas.

Este enfoque marcó un antes y un después. A partir de ahí, la filosofía empezó a volverse cada vez más cercana a lo que hoy conocemos como psicología. Los pensadores comenzaron a explorar la mente desde adentro, a través de la introspección, abriendo el camino para que, en el siglo XIX, la psicología se convirtiera en una ciencia independiente, centrada en estudiar la conciencia.

Como dijo el propio Descartes: «Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás». Y él, sin duda, abrió los ojos… y los de muchos otros.

Pero su genialidad no se quedó solo en lo abstracto. Descartes también llevó más allá la teoría de Galileo, aplicando los principios del mecanicismo universal. Según él, todo en el universo —desde una partícula microscópica hasta un planeta— funciona como una máquina. Una visión atrevida que conectaba la vida, la materia y el cosmos bajo las mismas reglas.

Detalle macro de la maquinaria interna de un reloj mecánico, mostrando engranajes de latón y acero interconectados. Precisión y artesanía relojera.

Si hay algo que apasionaba de verdad a René Descartes, eran las matemáticas. Este genio francés no solo reflexionó sobre el alma y la existencia, también dejó su huella en el mundo de los números. Gracias a su trabajo, hoy usamos las famosas coordenadas cartesianas, llamadas así por su nombre en latín, Cartesius.

Este sistema permite representar ecuaciones algebraicas mediante formas geométricas. En otras palabras, hizo que números y figuras dejaran de vivir separados y empezaran a hablar el mismo idioma. Además, Descartes fue quien introdujo la práctica de usar xy y z para representar incógnitas en las ecuaciones. Sí, ese pequeño dolor de cabeza de las clases de álgebra se lo debemos a él.

Pero más allá de complicarnos los deberes escolares, su aporte fue enorme. Al unir la geometría y el álgebra, abrió la puerta a resolver problemas geométricos complejos usando solo ecuaciones. Esto preparó el terreno para que más tarde, matemáticos como Isaac Newton, pudieran desarrollar el cálculo, una herramienta fundamental para entender el movimiento, la física y hasta las finanzas.

Por estas razones, Descartes es considerado el Padre de la geometría analítica, una rama de las matemáticas que transformó por completo la forma en que entendemos el espacio y las formas. Su legado no solo se quedó en los libros, también está en cada gráfico, plano y fórmula que usamos hoy en día.

Diagrama de plano cartesiano mostrando los puntos C(-3, -2), D(1, -3) y F(0, -1) conectados por líneas punteadas. Gráfico educativo.

Además de su amor por las matemáticas y la filosofía, René Descartes también se metió de lleno en el estudio de la física y la meteorología. Fue uno de los primeros en intentar explicar fenómenos como las nubes, la lluvia y el viento de forma científica, sin recurrir a mitos o supersticiones. Incluso dio una explicación bastante acertada sobre el misterioso arco iris, mucho antes de que existieran los satélites o los radares meteorológicos.

En cuanto al calor, Descartes se adelantó a su época. Rechazó la idea de que fuera un “fluido invisible” y propuso que el calor es en realidad una forma de movimiento interno de las partículas, concepto que luego la ciencia moderna confirmaría.

En 1649, la Reina Cristina de Suecia lo invitó a Estocolmo para que le diera clases de filosofía. El clima sueco no le sentó nada bien y, según los datos oficiales, murió de pulmonía el 11 de febrero de 1650, a los 53 años. Algunos, claro, siguen sospechando que su final tuvo más misterio del que parece.

Con su trabajo, Descartes se convirtió en uno de los grandes responsables del paso de la Edad Media a la Edad Moderna. Impulsó una nueva forma de pensar, en la que las matemáticas y el método científico reemplazaron creencias sin fundamento por explicaciones lógicas y mecánicas.

Como él mismo decía: «Daría todo lo que sé por la mitad de lo que ignoro». Y vaya que sabía bastante.

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