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Imagen de un arrecife de coral degradado y blanqueado bajo el agua. Poca vida marina y estructuras coralinas sin color, indicando daño ambiental.

¿Qué es la acidificación de los océanos y por qué debería preocuparnos?

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La acidificación del océano suena como algo sacado de una película de ciencia ficción, pero es bien real y está ocurriendo ahora mismo. El término se refiere al descenso progresivo del pH de los océanos, causado por la absorción del dióxido de carbono (CO₂) que liberamos a la atmósfera. Según los científicos, entre 1751 y 1994, el pH de la superficie oceánica bajó de 8.179 a 8.104, un cambio pequeño en números, pero enorme para la vida marina.

Para entender esto, es clave recordar unos conceptos básicos de química. El agua puede ser ácida, básica o neutra, dependiendo de su nivel de iones de hidrógeno (H⁺). Cuantos más iones de hidrógeno hay, más ácida es la solución. Y esto se mide en la famosa escala de pH, que va de 0 a 14, donde 7 es neutro (como el agua pura), menos de 7 es ácido y más de 7, básico o alcalino.

Nuestros océanos solían tener un pH cercano a 8.2, lo que los hacía ligeramente alcalinos. Pero al absorber tanto CO₂, se están volviendo más ácidos, y eso tiene consecuencias graves. Muchas especies, como los corales o los moluscos, dependen de un pH estable para formar sus conchas y esqueletos. Si seguimos así, podríamos ver ecosistemas enteros en peligro.

Así que la próxima vez que pienses en el cambio climático, recuerda que no solo calienta el planeta… también está alterando la química de nuestros océanos.

Ilustración comparativa de ecosistemas marinos: océano saludable con peces y corales vs. océano contaminado por CO2 con medusas y corales muertos. Representación visual del impacto de la acidificación oceánica.

Seguro ya sabes que un pH inferior a 7 es ácido, uno de 7 es neutro, y un pH por encima de 7 es básico. Lo interesante es que los océanos se mueven justo en esa franja básica, con un pH que suele ir de 8.0 a 8.3. Parece un margen pequeño, pero en el mundo marino, esos decimales son vitales. Los organismos marinos han evolucionado en un entorno con ese pH, y su equilibrio depende totalmente de que se mantenga.

Lo que quizá no sabías es que el pH del océano no es fijo, ni en el tiempo ni en el espacio. Al contrario, varía de forma natural por diferentes factores, como la temperatura del agua, la salinidad y, claro, la concentración de CO₂ en la atmósfera. Aquí es donde entra en juego el famoso ciclo del carbono, uno de los procesos clave que mantiene funcionando la biosfera.

El problema es que, con la actividad humana, estamos alterando ese ciclo. Al liberar grandes cantidades de CO₂, parte se disuelve en el océano, aumentando su acidez. Aunque sigue estando dentro de ese rango básico, los cambios son suficientes para poner en jaque a muchas especies, sobre todo a aquellas que necesitan carbonato de calcio para formar sus esqueletos o conchas.

Así que la próxima vez que escuches hablar de la acidificación del océano, recuerda que no es solo un tema de números: es un delicado equilibrio que sostiene la vida marina… y a nosotros también.

Ilustración del impacto de las emisiones de CO2 de fábricas y aviones en el océano y la vida marina. Contaminación y acidificación oceánica representadas visualmente.

Hoy en día, los océanos del mundo están experimentando un proceso preocupante: la rápida acidificación, un fenómeno que los científicos relacionan directamente con las actividades humanas desde la Revolución Industrial. Y sí, todo apunta a un gran culpable conocido: el dióxido de carbono (CO₂).

Como parte del ciclo natural del carbono, los océanos funcionan como enormes sumideros de CO₂, absorbiendo entre un 25% y un 30% del que liberamos a la atmósfera. A simple vista, esto parece algo positivo, ya que ayuda a frenar el cambio climático al reducir la cantidad de gases de efecto invernadero. Pero, como suele pasar, la historia tiene un lado menos amable.

Cuando el CO₂ se disuelve en el agua, no desaparece mágicamente. Al contrario, se combina con las moléculas de agua y forma ácido carbónico, que luego se descompone en protones (los responsables de aumentar la acidez) y iones bicarbonato. Este proceso altera el equilibrio químico del océano, y aunque no convierte al mar en un “ácido mortal”, sí reduce su pH lo suficiente como para afectar seriamente a la vida marina.

Moluscos, corales y otros organismos que dependen del carbonato de calcio para formar sus conchas o esqueletos son los primeros en verse afectados. Y si ellos tambalean, todo el ecosistema marino puede sufrir. Por eso, aunque no lo veamos a simple vista, la acidificación es un aviso claro de que nuestras acciones tienen consecuencias… incluso bajo las olas.

Arrecife de coral vibrante y lleno de vida marina. Cardumen de peces naranjas nadando sobre formaciones coralinas. Ecosistema marino saludable.

Aunque la acidificación del océano parece un fenómeno moderno, en realidad, la Tierra ya ha vivido episodios similares. Uno de los más conocidos es el Máximo Térmico del Paleoceno-Eoceno (PETM), que ocurrió hace unos 55,8 millones de años. Durante ese período, los océanos y la atmósfera sufrieron un calentamiento abrupto que causó extinciones masivas tanto en tierra como en el mar.

A día de hoy, los científicos todavía investigan las causas exactas de ese cambio climático, pero lo inquietante es la comparación con nuestra situación actual. Se estima que durante el PETM, la liberación de dióxido de carbono (CO₂) a la atmósfera fue mucho más lenta que la que estamos provocando los humanos. Algunos cálculos sugieren que la velocidad de emisión en aquel entonces fue entre cuatro y diez veces menor que la actual.

¿Te imaginas? Un proceso que tardó miles de años está ocurriendo ahora en apenas doscientos. La diferencia de ritmo es brutal y, lamentablemente, el impacto en los ecosistemas puede ser igual de devastador, pero mucho más rápido.

Lo preocupante es que la vida marina, especialmente especies como los corales, moluscos y plancton, no tiene tiempo suficiente para adaptarse a estos cambios acelerados. Y si ellos caen, toda la cadena alimenticia marina podría colapsar. Así que, más allá de los tecnicismos científicos, el mensaje es claro: estamos acelerando un proceso natural… pero a una velocidad que la vida en los océanos simplemente no puede seguir.

Comparativa visual de arrecifes de coral: a la izquierda, un ecosistema marino sano y colorido; a la derecha, un arrecife degradado y blanqueado. Impacto del cambio climático en la vida marina.

Los efectos de la acidificación de los océanos son mucho más serios de lo que muchos imaginan. Para empezar, esta alteración química impacta de forma directa en los ecosistemas marinos, pero uno de los daños más preocupantes es la reducción de la calcificación. En otras palabras, la mayor cantidad de iones bicarbonato disueltos en el agua hace que el carbonato de calcio (CaCO₃) se disuelva con más facilidad. ¿El problema? Muchos organismos marinos dependen justamente de ese carbonato para formar sus conchas, caparazones o exoesqueletos.

Los más perjudicados son los corales, moluscos, crustáceos, equinodermos y diminutos seres como los cocolitofóridos y los foraminíferos, todos vitales para el equilibrio marino. Entre los efectos más visibles está el tristemente famoso blanqueamiento de los corales.

Para entender su gravedad, hay que imaginar que los arrecifes de coral son como las selvas tropicales, pero bajo el agua. Son zonas de altísima biodiversidad que sirven de refugio, alimentación y reproducción para miles de especies. Sin embargo, cuando los corales se estresan por el aumento de la acidez o por la subida de temperatura, expulsan las algas que viven en simbiosis con ellos, lo que provoca ese blanqueo. Si las condiciones no mejoran, simplemente mueren.

El resultado es devastador: pérdida de biodiversidad, colapso de cadenas alimenticias y un grave desequilibrio en los océanos. Por eso, reducir las emisiones y cuidar nuestros mares ya no es una opción, es una necesidad urgente.

 

Imagen submarina de coral blanqueado, mostrando el impacto del cambio climático en los arrecifes. Cardumen de peces nadando cerca del coral afectado. Degradación marina.

¿Se puede detener la acidificación de los océanos? La respuesta es sí, pero no es tarea fácil. El primer paso es reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero, sobre todo el dióxido de carbono (CO₂). Aunque logremos frenarlas hoy mismo, el exceso de CO₂ que ya está en la atmósfera y en los mares seguirá causando efectos durante varias décadas. La Tierra necesita tiempo para “digerir” ese desequilibrio.

Pero no todo está perdido. Una de las acciones más efectivas es proteger los bosques, ya que funcionan como sumideros naturales de carbono, absorbiendo parte de esas emisiones. Por eso, luchar contra la deforestación, la degradación de suelos y la erosión también ayuda indirectamente a combatir el problema en los océanos.

Además, pequeñas acciones cotidianas suman. Evitar tirar basura en las calles, reducir el consumo de plásticos y no participar en la quema de desechos contribuye a un ambiente más limpio. Y aunque suene a frase cliché, no deja de ser cierto: la Tierra es nuestro hogar, y si seguimos maltratándola, no solo los corales y los peces estarán en peligro, sino también nosotros.

Los científicos son claros: no hay solución mágica, pero con un cambio de hábitos y políticas globales, podemos evitar que la situación empeore. La vida marina, los arrecifes y millones de especies lo agradecerán… y nosotros también. Al final, cuidar los océanos es cuidar nuestro propio futuro.

Manos sosteniendo un mundo verde: imagen conceptual sobre el cuidado del planeta, la ecología y la protección de la naturaleza. Tierra, hierba y mariposas simbolizan la vida y la sostenibilidad.

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