Hay una certeza innegable: nuestro rostro es el resultado de millones de años de evolución, y sigue transformándose. Según Penny Spikins, arqueóloga paleolítica de la Universidad de York, nuestra cara pasó de ser intimidante, útil para la competencia, a una más afable, ideal para la convivencia. Y eso nos convirtió en la especie más expresiva del planeta. La gran incógnita es cómo evolucionará en el futuro. Expertos consultados por Viva ya tienen pistas sobre los rasgos que podrían cambiar y las razones detrás de esta transformación.
Pero antes de mirar hacia adelante, vale la pena preguntarse: ¿qué es una cara? El genetista Adam Wilkins, autor de Making Faces: The Evolutionary Origins of the Human Face, lo explica de forma simple: es la parte frontal de la cabeza con ojos, nariz y boca, diseñada para percibir el mundo y buscar alimento. Su orientación hacia adelante nos da una ventaja evolutiva clave.
Sin embargo, lo que nos parece tan familiar no es tan común en la naturaleza. Wilkins señala que nuestros ojos están inusualmente juntos, nuestros arcos dentales son pequeños y nuestros dientes más reducidos que en otras especies. Pero lo más distintivo es nuestra capacidad de expresión: somos el único animal capaz de recrear alrededor de 50 gestos faciales, gracias a los músculos miméticos, exclusivos de los mamíferos. Por eso, aunque un perro o un caballo puedan comunicar emociones, sus rostros jamás serán tan expresivos como los nuestros.

Al igual que en el clásico dilema del huevo o la gallina, no está claro si somos expresivos porque nuestro cerebro lo permite o si, por nuestra expresividad, el cerebro se adaptó para potenciarla. Según el genetista Adam Wilkins, el tamaño y evolución del cerebro están directamente ligados a nuestra capacidad de expresión. Básicamente, como somos seres sociales y cooperativos, necesitábamos una cara capaz de reflejar emociones con precisión.
Y esto sigue en marcha. “Por supuesto que seguimos evolucionando y cambiando”, afirma David Perrett, investigador de la Universidad de Saint Andrews y autor de In Your Face: The New Science of Human Attraction. Uno de los factores clave es la dieta, que está en constante transformación y afecta directamente la forma de nuestro rostro.
Para comprender estos cambios, hay que repasar la teoría de Charles Darwin. En pocas palabras, todas las especies descienden de un ancestro común, y las mutaciones beneficiosas se mantienen a lo largo del tiempo porque favorecen la supervivencia. A este proceso lo conocemos como selección natural.
Scott Solomon, profesor de Biociencias en la Universidad de Rice, explica que nuestra cara ha cambiado notablemente desde que compartíamos un ancestro con los chimpancés, hace 6 a 7 millones de años. Entre los cambios más evidentes están una frente más plana, la reducción de la cresta supraorbital y un mentón menos pronunciado. Así que sí, aunque no lo notemos en el día a día, seguimos evolucionando.

Nuestros antepasados más antiguos eran casi lo opuesto a nuestra apariencia actual: frente prominente, bozal alargado y un mentón robusto. Nada que ver con la cara expresiva y proporcionada que hoy conocemos.
Para ubicarlos en la línea del tiempo, hay que viajar al pasado. Nuestro planeta tiene 4.500 millones de años, la vida surgió hace 3.800 millones, y el Homo sapiens apareció apenas hace 200.000 años. Algo pasó entre los 100.000 y 50.000 años atrás: una combinación de factores—todavía debatidos—hizo que nuestra especie se volviera creativa y consciente de sí misma. Y desde hace 45.000 años, somos los únicos humanos que quedan en pie tras una extensa historia evolutiva.
Cuando Scott Solomon menciona los cambios de hace 6 a 7 millones de años, se refiere al inicio de nuestra evolución. Nuestro ancestro más antiguo tenía párpados en forma de visera y rasgos tan neutros que era difícil distinguir entre machos y hembras.
Pero, ¿cuándo comenzó realmente a definirse el rostro humano? Según Erik Trinkaus, profesor de Antropología en la Universidad de Washington, la estructura básica de nuestra cara surgió hace unos dos millones de años. Desde entonces, los rasgos se han ido acortando gradualmente, moldeando la apariencia que tenemos hoy. Y sí, aunque no lo notemos, nuestro rostro sigue evolucionando.

Por siempre joven. Si nuestro cráneo sigue evolucionando, lo lógico sería que continúe con su proceso de juvenilización. Esto significa que en el futuro podríamos tener caras más pequeñas, ojos proporcionalmente más grandes, mentones reducidos y cráneos más redondeados y desarrollados. Este fenómeno, conocido como neotenia, ocurre cuando una especie alcanza la adultez conservando rasgos juveniles, explica Paul Palmqvist, catedrático de Paleontología en la Universidad de Málaga.
Esta hipótesis no es solo teoría. Existen pruebas actuales de que la evolución sigue en marcha. Un ejemplo claro es la muela de juicio: cada vez más personas nacen sin ella o con menos espacio en la mandíbula para acomodarla. Según Palmqvist, este cambio comenzó en el Pleistoceno superior, hace entre 250.000 y 160.000 años, y parece acelerarse con el tiempo.
Sin embargo, para que esta transformación continúe, habría que superar un gran obstáculo evolutivo: el tamaño del canal de parto femenino. Actualmente, este ya es bastante estrecho, lo que obliga a los bebés humanos a nacer prematuros y terminar su desarrollo fuera del útero. Como explica Palmqvist, hay un límite biológico: no se puede dar a luz a un bebé tan inmaduro que no sea capaz de respirar o digerir por sí mismo. Así que, aunque nuestra cara siga reduciéndose, la evolución tendrá que encontrar un equilibrio entre forma y funcionalidad.

¿Por qué evoluciona la cara?
En un mundo cada vez más superpoblado, donde millones de personas conviven en espacios reducidos, la cara sigue siendo clave en nuestras interacciones. Y eso impulsa su evolución. Según Antonio Rosas, profesor e investigador del Museo Nacional de Ciencias Naturales del CSIC en Madrid, la reducción de la mandíbula continuará, como ha ocurrido en los últimos dos millones de años. Esto provocará diferencias más marcadas entre individuos, lo que aumentará la variabilidad facial y favorecerá la individualización.
El genetista Adam Wilkins refuerza esta idea: nuestra cara evoluciona para que seamos fácilmente reconocibles. La selección natural parece haber favorecido la diversidad de rostros, ya que distinguirnos unos de otros es esencial para la interacción social.
El investigador argentino Esteban Hasson, autor de Evolución y Selección Natural, aporta un dato interesante: la variabilidad facial está influenciada por un mecanismo llamado selección equilibradora. ¿Qué significa esto? Básicamente, que ser diferente es una ventaja. Según los científicos Sheehan y Nachman, los rasgos faciales evolucionaron como una seña de identidad individual. Si un tipo de cara es poco común, tiene un beneficio adaptativo. Pero a medida que se vuelve más frecuente, esa ventaja disminuye. Este tipo de selección favorece la diversidad, asegurando que en una multitud nadie pase desapercibido.

Huella digital: la cara como identidad única
Desde teléfonos inteligentes hasta agencias de seguridad y marketing, el reconocimiento facial se ha convertido en una herramienta clave. Esta tecnología usa algoritmos avanzados para identificar rostros, aprovechando su característica más importante: son irrepetibles.
Según el genetista Adam Wilkins, las caras son la parte más diversa del cuerpo humano. Esto no es casualidad: la evolución ha favorecido la variabilidad facial para que podamos reconocernos al instante.
Sin embargo, no todos ven con buenos ojos esta tendencia. El investigador David Perrett confiesa que no entiende el auge del reconocimiento facial, aunque sí nota un cambio en la evolución del rostro humano. En comparación con nuestros ancestros, los rostros actuales son menos sexualmente dismórficos (es decir, hay menos diferencias entre hombres y mujeres) y presentan un aspecto más femenino. ¿Por qué? La feminización facial y la sonrisa se asocian con cooperación y confiabilidad, dos rasgos que han sido ventajosos en la evolución y podrían seguir acentuándose.
En definitiva, nuestro rostro es más que una simple carta de presentación. Como dice Wilkins, tras millones de años de evolución, el rostro humano se ha convertido en una herramienta perfecta para comunicar pensamientos y emociones. Por eso, si algo es importante, mejor decirlo cara a cara… y no por correo electrónico.
