Fachada de la casa del Poltergeist de Enfield en Green Street Londres 1977.

Poltergeist de Enfield: La verdad tras el caso Hodgson

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Si eres de los que cree que una casa embrujada debe ser una mansión victoriana en medio de la nada, prepárate para cambiar de opinión. El Poltergeist de Enfield ocurrió en una casa social de ladrillo, aburridamente normal, en el norte de Londres. Era agosto de 1977 y Peggy Hodgson, una madre soltera con cuatro hijos, estaba a punto de vivir la pesadilla de cualquier inquilino: ruidos que no venían de las tuberías y muebles con vida propia.

Todo comenzó cuando Janet (11 años) y Pete (10 años) se quejaron de que sus camas temblaban. Peggy, siendo una madre sensata de los años 70, pensó que era una excusa para no dormir, hasta que vio una cómoda pesada deslizarse sola por el suelo. Intentó empujarla de vuelta, pero la cómoda «se resistió». Ahí supo que algo andaba muy mal. El terror no había hecho más que tocar a la puerta del número 284 de Green Street.

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La casa donde se registraron los supuestos eventos de actividad poltergeist.

Cuando la policía también sale corriendo

Lo lógico ante un intruso invisible es llamar a la policía, ¿verdad? Pues eso hizo la señora Hodgson. Y aquí es donde la historia del Poltergeist de Enfield gana credibilidad frente a los escépticos de siempre. La agente Carolyn Heeps llegó al lugar esperando encontrar ratas o niños traviesos, pero terminó firmando una declaración jurada tras ver una silla levitar y moverse casi un metro sin que nadie la tocara. Heeps revisó si había cables, trucos o hilos de pescar; no encontró nada. La policía, básicamente, dijo: «Esto no es asunto criminal, señora, buena suerte con sus fantasmas».

Fue entonces cuando el caso explotó mediáticamente. Fotógrafos del Daily Mirror capturaron imágenes de piezas de Lego volando y golpeándolos en la cara. No era un espectáculo de magia barato; era un asedio doméstico en toda regla que desafiaba cualquier explicación lógica y ponía a prueba los nervios de cualquiera.

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La situación atrajo a Maurice Grosse, un investigador de la Sociedad para la Investigación Psíquica (SPR). Grosse no era un cazafantasmas de película; era un inventor que acababa de perder a su propia hija en un accidente y buscaba respuestas sobre el más allá. Pronto se le unió Guy Lyon Playfair, y juntos documentaron más de 2.000 sucesos inexplicables. Desde charcos de agua que aparecían de la nada hasta incendios espontáneos que se apagaban solos, la casa era un caos. Pero lo más inquietante no eran los objetos voladores, sino lo que le pasaba a la joven Janet. Ella se convirtió en el epicentro de la actividad.

Los investigadores grabaron horas de cintas donde Janet era lanzada violentamente por la habitación o hablaba en trance. Grosse, un hombre de ciencia, se vio obligado a admitir que lo que ocurría en esa casa superaba cualquier fraude infantil elaborado que hubiera visto antes.

En esta popular fotografía, tomada por quienes estaban en la casa en ese momento, se ve a Janet arrojada de la cama por una fuerza sobrenatural.
En esta popular fotografía, tomada por quienes estaban en la casa en ese momento, se ve a Janet arrojada de la cama por una fuerza sobrenatural.

«Bill», la voz de ultratumba

Si ver muebles moverse ya es suficiente para querer mudarse a otro continente, escuchar a una niña de 11 años hablar con la voz ronca de un anciano fumador es el siguiente nivel. Janet comenzó a manifestar una voz gutural que decía llamarse «Bill». Según la entidad, él era Bill Wilkins, un antiguo inquilino que había muerto en la sala de estar de la casa años atrás. «Me quedé ciego y tuve una hemorragia antes de morir», gruñía la voz a través de las cuerdas vocales de la niña.

Lo escalofriante es que, al investigar los registros, se confirmó que un tal Bill Wilkins realmente había fallecido en esa casa bajo esas exactas circunstancias, un dato que la familia Hodgson desconocía. Los expertos en sonido de la época analizaron las grabaciones del Poltergeist de Enfield y concluyeron que sostener ese tono vocal sin dañar la laringe era físicamente imposible para una niña por tanto tiempo.

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Por supuesto, no todo el mundo compró la historia sin hacer preguntas. Anita Gregory, otra investigadora de la SPR, siempre sostuvo que las niñas eran más listas de lo que parecían. Y tenía un punto: Janet y su hermana mayor, Margaret, admitieron años después que fingieron «alrededor del 2 %» de los fenómenos solo para ver si los investigadores las pillaban. ¡Vaya sentido del humor!

Esto dio munición a los escépticos que afirmaban que todo el Poltergeist de Enfield no era más que una rabieta adolescente glorificada buscando atención. Se habló de ventriloquia, de trucos de gimnasia para los saltos en la cama y de histeria colectiva. Sin embargo, incluso los críticos más duros no pudieron explicar cómo las niñas podían sincronizar los golpes en las paredes o mover sofás pesados mientras estaban siendo observadas por adultos sobrios y, francamente, bastante asustados.

Maurice Grosse, miembro de la Sociedad de Investigación Psíquica, quien apoyó a la familia. Aquí se le ve consolando a una Janet perturbada.
Maurice Grosse, miembro de la Sociedad de Investigación Psíquica, quien apoyó a la familia. Aquí se le ve consolando a una Janet perturbada.

Más allá de Hollywood y los Warren

Es imposible hablar de este caso sin mencionar la película El Conjuro 2. Pero seamos honestos: Hollywood se tomó «ciertas libertades» creativas. Ed y Lorraine Warren, los famosos demonólogos, sí visitaron la casa, pero su rol fue más un cameo de celebridad que una investigación profunda; estuvieron allí apenas un día. Los verdaderos héroes (o víctimas) de esta historia fueron Grosse y Playfair, quienes convivieron con el caos durante más de un año.

El Poltergeist de Enfield sigue siendo el caso mejor documentado de la historia paranormal, no por los sustos de cine, sino por la cantidad de testigos imparciales involucrados. Al final, la actividad cesó tan abruptamente como comenzó en 1979. La familia Hodgson nunca sacó dinero de la historia en su momento y siguió viviendo en esa casa, demostrando que a veces el miedo a lo desconocido es más llevadero que pagar una hipoteca nueva en Londres.

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