La Operación Cóndor nació oficialmente el 28 de noviembre de 1975, en Chile, durante una reunión de seguridad que tuvo lugar en Santiago. El encuentro fue encabezado por Manuel Contreras, jefe de la temida policía secreta chilena, la DINA. Hasta ahí, todo suena a protocolo, pero lo que realmente se estaba gestando era mucho más oscuro. A esa cita acudieron representantes militares de Argentina, Brasil, Bolivia, Paraguay y Uruguay, y juntos dieron forma a un pacto represivo sin precedentes en la región.
Según el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) de Argentina, este acuerdo fue «un sistema formal de coordinación represiva entre los países del Cono Sur que funcionó desde mediados de los años 70 hasta principios de los 80″. Su objetivo era claro: perseguir y eliminar a militantes políticos, sociales, sindicales y estudiantiles, principalmente de Argentina, Uruguay, Chile, Paraguay, Bolivia y Brasil.
Lo que surgió de esa reunión fue un mecanismo brutal que permitió a los regímenes dictatoriales coordinar secuestros, asesinatos y desapariciones más allá de sus fronteras. Si un opositor político huía a un país vecino, la red de Cóndor lo podía rastrear y eliminar. Se estima que miles de personas fueron víctimas de esta maquinaria de terror, cuyas consecuencias aún resuenan en la memoria colectiva de América Latina.
Así, bajo el discurso de “seguridad”, se tejió una de las alianzas represivas más siniestras de la historia reciente del continente.

Los países involucrados en la Operación Cóndor no solo se coordinaron para perseguir opositores políticos, sino que lo hicieron bajo un mismo objetivo: erradicar el comunismo en Sudamérica. Con ese pretexto, los servicios de inteligencia de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay pudieron cruzar las fronteras libremente, como si no existieran. Así, cometieron secuestros, asesinatos y torturas, sin que ningún límite geográfico los detuviera.
Pero el plan no terminaba ahí. Detrás de la represión, estos gobiernos también impulsaron la instalación de políticas neoliberales, beneficiando a grandes sectores económicos y dejando secuelas sociales que aún se sienten en la región. Todo esto, bajo la atenta mirada y el respaldo de Estados Unidos, con la CIA y otros organismos aportando dinero, logística y entrenamiento.
Aunque el foco estuvo en los países del Cono Sur, las investigaciones y denuncias revelaron que la red de Cóndor se extendió mucho más allá. Incluso llegó a lugares como Italia y Estados Unidos, demostrando que no se trataba de un simple acuerdo regional, sino de una operación internacional bien aceitada.
De hecho, se sabe que el proyecto fue impulsado por Henry Kissinger, secretario de Estado de Estados Unidos en ese entonces. Todo ocurrió en el marco de la Guerra Fría, cuando el mundo estaba dividido entre capitalismo y comunismo, y cualquier medio parecía válido para inclinar la balanza.

Los objetivos de la Operación Cóndor iban mucho más allá de simples reuniones entre militares. El plan tenía un trasfondo claro: combatir el comunismo en Sudamérica y, al mismo tiempo, instalar políticas neoliberales alineadas con los intereses de Estados Unidos. Cualquier persona o grupo que representara una amenaza para ese modelo político y económico debía ser eliminado, sin importar dónde se escondiera.
Para lograrlo, los regímenes dictatoriales de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay pusieron en marcha un sistema de coordinación internacional que facilitaba el flujo de información, operaciones encubiertas y persecución a nivel regional. El intercambio de datos y estrategias se realizaba directamente con la CIA, que supervisaba y apoyaba el plan desde las sombras.
Algunos de los objetivos concretos de la Operación Cóndor fueron:
Promover el intercambio de información secreta, recibida y gestionada por la CIA.
Acabar con la actividad armada de las guerrillas comunistas, consideradas la principal amenaza interna.
Fortalecer las fuerzas de seguridad, dotándolas de recursos y alcance en toda Latinoamérica.
Realizar la persecución, vigilancia, detención y tortura de cualquier persona que se opusiera al nuevo orden político y económico.
Así, bajo la bandera de la “seguridad nacional”, se justificaron crímenes y violaciones a los derechos humanos que aún hoy generan dolor y debate en la región.

Las consecuencias del Plan Cóndor fueron devastadoras y marcaron para siempre la historia de Sudamérica. Como el objetivo principal era eliminar a todo opositor político, los resultados se tradujeron en miles de víctimas, muchas de ellas torturadas, asesinadas o desaparecidas.
Uno de los sitios más tristemente emblemáticos de esta operación fue el centro clandestino Automotores Orletti, ubicado en Buenos Aires. A simple vista parecía un taller mecánico, pero en realidad funcionaba como un lugar de tortura y desaparición forzada. Entre sus paredes, al menos 200 personas fueron detenidas, torturadas y nunca más se supo de ellas. Los militares lo llamaban, de forma cínica, “El Jardín”.
Las cifras estremecen: se estima que hubo alrededor de 50.000 personas asesinadas, más de 30.000 desaparecidos y unas 400.000 personas detenidas, muchas de ellas trasladadas entre países gracias a la red represiva que permitía cruzar fronteras sin obstáculos.
Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile y Bolivia fueron los principales escenarios de este drama, pero su impacto trascendió las fronteras, dejando un legado de miedo, dolor y violaciones a los derechos humanos. Hasta hoy, muchas familias siguen buscando a sus seres queridos y luchando por justicia.
El Plan Cóndor, que nació bajo el pretexto de combatir el comunismo, terminó siendo uno de los capítulos más oscuros y dolorosos de América Latina.

Dentro de los casos más escalofriantes vinculados a la Operación Cóndor, uno de los más conocidos es el asesinato de Orlando Letelier, exministro del gobierno de Salvador Allende, ocurrido en Washington mediante un coche bomba. Este atentado dejó en evidencia que la maquinaria represiva no respetaba fronteras, ni siquiera en suelo estadounidense.
Otro caso estremecedor es el de Marcelo Ariel Gelman, hijo del poeta Juan Gelman. Marcelo fue secuestrado y asesinado en Buenos Aires; sus restos recién fueron hallados en 1989. Su esposa, María Claudia, embarazada al momento del secuestro, fue trasladada a Uruguay, donde dio a luz a una niña antes de ser asesinada. La bebé fue dada en adopción y, tras décadas de búsqueda, en el año 2000, Juan Gelman logró reencontrarse con su nieta, un símbolo de resistencia y memoria.
Otro método brutal que se utilizó fueron los temidos “vuelos de la muerte”, en los que las víctimas eran arrojadas vivas al mar o a los ríos desde aviones o helicópteros. Una práctica tan cruel como clandestina.
El ambiente en los países afectados era asfixiante. La población vivía bajo constante vigilancia, con persecuciones, detenciones arbitrarias y un clima de terror que paralizaba a cualquiera que se atreviera a cuestionar al régimen. En ese contexto, nadie estaba a salvo, y el simple hecho de pensar diferente podía costarte la vida.

Para cerrar, no podemos olvidar que la Operación Cóndor dejó lecciones esenciales para la democracia y los derechos humanos en América Latina. Tras años de silencio y miedo, el despertar de las sociedades civiles impulsó procesos judiciales y la creación de comisiones de verdad que aclararon muchos crímenes. Aunque la justicia suele tardar, cada sentencia y testimonio ha sido un paso clave para reparar el daño. Este oscuro capítulo, lejos de quedar en el olvido, fortaleció las instituciones democráticas y promovió la defensa activa de las libertades fundamentales.
La memoria histórica se volvió un pilar para que nuevas generaciones conozcan y no olviden estos hechos. En escuelas, museos y espacios culturales, la Operación Cóndor se recuerda para evitar repetir esos episodios de terror y represión. Además, surgieron importantes tratados internacionales que protegen contra regímenes autoritarios y abusos de poder. Un ejemplo es la Convención Internacional para la Protección de Todas las Personas contra las Desapariciones Forzadas, impulsada por la ONU, que nace del reconocimiento de estas atrocidades.
Hoy, aunque América Latina encara nuevos retos, la experiencia de la Operación Cóndor sigue siendo una advertencia sobre los peligros del autoritarismo y la necesidad de una vigilancia ciudadana constante. Recordar y educar es la mejor defensa para que la historia oscura no se repita. Como dice el dicho: “quien olvida su historia, está condenado a repetirla”. La Operación Cóndor no solo fue represión, sino una alerta vigente para defender la democracia, la justicia y los derechos humanos sin descanso.
