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Rasgos asiáticos: La razón científica detrás de la forma de los ojos

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Tiempo de lectura: 6 minutos

¿Alguna vez te preguntaste por qué algunas personas tienen los ojos rasgados y otras no? La respuesta está en una pequeña estructura del párpado llamada pliegue epicántico, también conocido como “brida mongólica”. Este repliegue de piel cubre parcialmente la esquina interna del ojo y es común en personas de origen asiático, aunque también puede estar presente en otros grupos.

Curiosamente, todos los humanos desarrollamos este pliegue en el útero, pero en la mayoría de los casos desaparece tras el nacimiento. En algunas poblaciones, sin embargo, se conserva de forma natural.

Durante años circularon ideas bastante equivocadas sobre este rasgo. Se decía, por ejemplo, que el globo ocular de los asiáticos tenía forma de almendra o que su cuenca orbital era distinta. Pero nada más lejos de la realidad: el ojo, por dentro, es igual para todos, sin importar el origen. Lo que puede variar un poco es el color de ciertas estructuras, como el iris, pero su forma sigue siendo esférica.

El color de ojos sí está ligado a la genética y a la distribución geográfica. Poblaciones del norte de Europa tienden a tener ojos claros, como azules o grises. En cambio, en regiones como África, Asia o el Mediterráneo, el color más común es el marrón oscuro. Y en zonas con mezcla genética, como el sur de Europa o América Latina, puedes encontrar toda la paleta.

¡Un mismo ojo con mil matices culturales!

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Los párpados orientales: más que una mirada distinta

Cuando comparamos personas de distintas razas, solemos fijarnos primero en el color de la piel. Por ejemplo, entre un africano de piel oscura y un escandinavo de tez clara, la diferencia más evidente es la pigmentación. Después podemos notar rasgos óseos distintos, pero no tanto los ojos: simplemente cambian en color, no en forma.

Sin embargo, los párpados orientales sí captan rápidamente la atención, especialmente por el famoso aspecto de los ojos rasgados. A diferencia de lo que muchos piensan, esta apariencia no se debe a un cambio en el globo ocular, que es igual para todos, sino en la forma externa del párpado. El rasgo que marca la diferencia es el pliegue epicántico, que recubre la comisura interna del ojo y genera esa forma alargada tan reconocible.

Los orientales, además, suelen tener una pigmentación ligeramente mayor que los europeos. Es raro ver cabellos rubios o castaños claros en estas regiones, lo que potencia aún más el contraste visual.

Curiosamente, la fascinación por los ojos orientales no es algo nuevo. En el Antiguo Egipto, tanto hombres como mujeres se maquillaban los ojos alargándolos con kohl para imitar ese efecto rasgado tan exótico. Era una mezcla de estética, simbolismo y hasta protección solar.

Así que sí: los ojos rasgados no solo son biología, también son historia, cultura y belleza compartida entre civilizaciones.

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¿Los ojos rasgados tienen una anatomía distinta?

Aunque el ojo rasgado llama mucho la atención, anatómicamente no hay grandes diferencias respecto a otros tipos de ojos. Lo que varía principalmente es la hendidura palpebral, es decir, el espacio entre el párpado superior e inferior. En los ojos orientales esta abertura es más alargada horizontalmente y algo más estrecha verticalmente, pero sin alterar tendones, músculos ni estructuras internas del globo ocular.

Para entenderlo mejor, pensemos en una comparación simple: una mano grande y una pequeña tienen exactamente los mismos huesos y articulaciones. Solo cambian las medidas, no la forma ni la función. Una diferencia anatómica real sería una mano con seis dedos. Siguiendo esa lógica, los ojos rasgados no constituyen una diferencia anatómica de fondo, solo de forma.

Sin embargo, sí existe un cambio más profundo, mucho menos comentado pero más interesante: los ojos orientales presentan una peculiaridad anatómica real, más allá del pliegue epicántico. No es solo una cuestión de tamaño o proporciones, sino una modificación estructural, que afecta la forma en que el párpado superior cae sobre el ojo. Esta variación es tan marcada como sutil: evidente para el ojo entrenado, pero invisible para la mayoría.

Por lo tanto, la verdadera diferencia anatómica entre ojos orientales y occidentales no está en el ojo en sí, sino en cómo el párpado está estructurado y anclado. Un detalle que explica mucho… y que casi nadie nota.

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¿Cómo funciona el párpado superior?

Imaginemos el párpado superior como un mecanismo sofisticado. En la parte inferior está el globo ocular, y en la parte superior, si lo vemos en corte de perfil, aparece una estructura importante: el músculo elevador del párpado. Este músculo rojo sale desde la parte posterior del ojo y su trabajo es levantar el párpado.

Cuando el músculo elevador se activa, estira unas fibras blancas llamadas aponeurosis palpebral. Estas se ramifican hacia la piel del párpado y hacia una estructura firme azulada conocida como el tarso. Al contraerse el músculo, la tracción se transmite por estas bandas, levantando el párpado desde el punto de inserción.

El párpado se divide así en dos zonas: una pegada al ojo, entre el tarso y las pestañas, que se curva suavemente siguiendo la forma del ojo; y otra por encima del pliegue palpebral, más vertical y separada del globo ocular. Esta diferencia de dirección crea el típico pliegue que vemos al abrir el ojo.

La zona más cercana al ojo no tiene grasa, por eso su forma se adapta con facilidad al ojo redondeado. En cambio, la parte superior contiene más tejido y cae de forma distinta. Ese cambio brusco en la dirección del párpado crea el conocido pliegue palpebral.

Este sistema, aunque parece simple, es clave para la expresión facial, el parpadeo y la protección ocular. Y sí, como veremos, en los ojos orientales funciona de forma algo distinta.

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El ojo oriental y su peculiaridad anatómica

El párpado oriental conserva las mismas estructuras básicas que el occidental, pero su disposición cambia drásticamente la morfología del párpado. El detalle clave está en la aponeurosis palpebral. En lugar de insertarse a mitad del párpado como en el europeo, en el ojo oriental se curva hacia abajo y se une cerca de las pestañas, casi al final del párpado.

Esto provoca una gran diferencia: en el ojo europeo, la grasa palpebral queda “atrapada” por encima del pliegue palpebral, por lo que la piel entre el pliegue y las pestañas es delgada y se ajusta al ojo. En el ojo oriental, esa barrera no existe. La grasa se extiende libremente, rellenando toda la piel del párpado, que ya no se curva siguiendo el ojo, sino que cae recta, creando ese aspecto rasgado.

¿Y el pliegue palpebral? En muchos ojos orientales, simplemente no está, o es tan bajo y cercano a las pestañas que apenas se nota. Comparado con un ojo occidental, el cambio es evidente: la piel sobre las pestañas en el oriental no se apoya sobre el globo ocular, sino que cuelga de forma más independiente.

Cabe decir que hay variantes dentro de los ojos orientales. Algunos sí tienen pliegue, pero es bajo y menos marcado. Aun así, la diferencia con un párpado occidental sigue siendo muy clara.

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¿Por qué los ojos orientales son distintos?

Una de las teorías más aceptadas sobre la brida mongólica sostiene que es una adaptación climática. En los años 50, antropólogos estadounidenses propusieron que esta peculiaridad surgió hace unos 18 millones de años, durante la primera gran glaciación. Para proteger los ojos del viento helado, la radiación UV y las bajas temperaturas en las estepas de Asia Central, el párpado superior habría desarrollado un pliegue extra. El resultado: una hendidura palpebral más estrecha que ofrecía mayor protección ocular.

Curiosamente, esta hipótesis gana fuerza al observar poblaciones de zonas con climas extremos, como desiertos o sabanas. En estos lugares, la forma del ojo también tiende a ser más rasgada, probablemente como escudo natural contra el sol y el polvo.

Pero no todos los científicos están de acuerdo. Algunos investigadores chinos proponen que los ojos sesgados no serían fruto del clima, sino de una divergencia en la evolución humana. Según esta visión, muchos asiáticos descenderían del Homo erectus pekinensis, una rama paralela al Homo sapiens. Restos de este homínido fueron hallados en 1921 cerca de Pekín y, para estos científicos, dieron origen a la raza mongoloide.

Sin embargo, numerosos antropólogos rechazan esta idea. Aseguran que el Homo erectus que emigró de África evolucionó de forma continua hasta convertirse en Homo sapiens, sin desvíos evolutivos regionales. Para ellos, todos compartimos el mismo ancestro, y las diferencias actuales son solo adaptaciones al entorno.

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