Table of Contents
Hablar del asesinato de Asunta es abrir una herida todavía sensible en España. En septiembre de 2013, el país entero quedó conmocionado cuando apareció el cuerpo sin vida de Asunta Basterra Porto, una niña gallega de tan solo 12 años, a un costado de una pista forestal en Teo, a pocos kilómetros de Santiago de Compostela. Al principio, todo indicaba un secuestro o un asalto que había terminado de la peor manera. Sin embargo, la historia pronto adquirió tintes mucho más oscuros.
Lo más espeluznante fue descubrir quién estaba detrás de este crimen: sus propios padres adoptivos, Rosario Porto, una abogada de familia respetada en Santiago, y Alfonso Basterra, un periodista local. Nadie podía creerlo. ¿Cómo podían unos padres planear la muerte de la hija que supuestamente tanto habían deseado?
El caso se convirtió en un fenómeno mediático sin precedentes. Cada avance en la investigación era noticia de apertura en informativos, tertulias y periódicos. La gente seguía con morbo los detalles: la autopsia, las dosis de sedantes halladas en el cuerpo de la niña, las contradicciones en los testimonios. El asesinato de Asunta no solo heló la sangre de los españoles, sino que los hizo replantearse cuán poco conocemos realmente a quienes parecen más cercanos.
Lo más duro fue pensar en el calvario que vivió Asunta en sus últimos días, probablemente confundida, somnolienta, sin entender por qué se sentía tan mal, mientras sus propios padres le administraban dosis letales de lorazepam. El horror no radica solo en el crimen final, sino en la larga preparación que implicó.

Una familia de apariencias perfectas… o eso parecía
A simple vista, los Basterra Porto eran la típica familia que uno envidiaría: viajes, cultura, idiomas, conciertos. Asunta era una niña brillante, destacaba en clases de violín, hablaba varios idiomas y sacaba excelentes calificaciones. Rosario Porto parecía una madre orgullosa y dedicada, mientras Alfonso Basterra compartía fotos de la pequeña en redes sociales con tiernos mensajes.
Pero pronto la investigación destapó grietas en esa fachada. Compañeros de colegio y profesores notaron que Asunta llegaba a menudo cansada, con ojeras, e incluso en ocasiones se quedaba dormida en clase. Ella misma comentó un día a una amiga que “creía que la drogaban”, frase que en su momento se tomó como una broma, pero que con el tiempo se convirtió en una macabra pista.
Los peritos forenses hallaron niveles altísimos de lorazepam en el cuerpo de Asunta, no solo el día de su muerte, sino en análisis de cabello que demostraron que llevaba semanas, quizá meses, siendo sedada. Esto desmontó por completo la imagen de la familia idílica. ¿Por qué querrían sus padres adormecerla día tras día? Algunos hablan de un plan para que Asunta no opusiera resistencia el día del asesinato; otros sugieren motivos aún más retorcidos.
Mientras tanto, el vecindario en Santiago de Compostela recordaba a Rosario como una mujer fría, algo altiva, que tras la muerte de sus padres había sufrido depresiones. Alfonso, por su parte, mantenía un perfil más reservado, pero estaba siempre presente en la vida escolar de Asunta. Unos padres implicados… demasiado implicados, quizás.

El macabro plan: de las drogas a la muerte
El 21 de septiembre de 2013 fue el día fatídico. Rosario recogió a Asunta tras una clase de música y la llevó a la casa de campo familiar en Montouto, Teo. Allí, según la reconstrucción judicial, la niña, ya bajo el efecto de altas dosis de sedantes, fue asfixiada con una cuerda o manualmente. Algunos expertos creen que no ofreció resistencia por el estado de letargo en el que la habían mantenido.
Luego vino la parte más siniestra: trasladaron el cuerpo envuelto en una manta y lo dejaron abandonado en un camino forestal. Trataron de simular un ataque o un secuestro fallido, esperando despistar a la policía. Incluso llegaron a denunciar su desaparición pocas horas después, fingiendo desesperación. Las cámaras de tráfico, sin embargo, captaron el coche de Rosario pasando por zonas que ella negó haber transitado. Además, restos de fibras y tierra coincidían con la casa familiar.
No menos inquietante fue descubrir que Alfonso había comprado el lorazepam con receta de Rosario, mientras ella justificaba ante médicos la necesidad de ese medicamento. La Fiscalía pintó un cuadro de conspiración escalofriante, donde ambos padres se habrían confabulado para quitarse del medio a la niña que, irónicamente, tanto esfuerzo habían invertido en adoptar.
Este caso hizo que toda España se preguntara si realmente conocemos a las personas con quienes convivimos. Porque al final, el monstruo no siempre se esconde en callejones oscuros: a veces desayuna contigo.

Un juicio que paralizó a toda España
El proceso judicial por el asesinato de Asunta se convirtió en un espectáculo mediático sin precedentes. Transmisiones en directo, programas especiales, analistas criminales explicando cada gesto de los acusados… El morbo estaba servido, pero también un interés legítimo por entender cómo una madre y un padre podían llegar a un punto tan extremo.
Durante el juicio, Rosario Porto mantuvo una actitud altiva, casi desafiante, que despertó antipatías. En cambio, Alfonso Basterra adoptó un papel de hombre roto, que insistía en su inocencia y trataba de deslindarse de toda responsabilidad. Pero el cruce de llamadas entre ambos, los correos electrónicos y las declaraciones contradictorias formaron un puzzle que el jurado popular no tardó en completar.
Uno de los momentos más impactantes fue cuando se reprodujo un vídeo de Rosario paseando a su perro, horas después del crimen, con total naturalidad. Ni rastro de la madre desesperada que luego simuló estar buscando a su hija. Ese frío emocional fue clave para que el jurado los hallara culpables de homicidio con agravante de parentesco, imponiéndoles 18 años de prisión.
El juicio también dejó preguntas abiertas: ¿qué llevó realmente a Rosario y Alfonso a planear el asesinato? ¿Dinero, resentimientos familiares, alguna patología mental no diagnosticada? Hasta hoy, esas preguntas alimentan teorías conspirativas y documentales que buscan llenar los vacíos.

El trágico final de Rosario Porto en prisión
Tras la sentencia, Rosario Porto ingresó en prisión y empezó un deterioro acelerado. Pasó por varios centros penitenciarios por motivos de seguridad, ya que era un blanco frecuente de insultos y amenazas. Las reclusas la miraban con desprecio y ella misma pidió aislamientos reiterados. Intentó quitarse la vida en al menos tres ocasiones antes de lograrlo finalmente en noviembre de 2020, cuando fue encontrada ahorcada con un cinturón en su celda.
Este final sombrío reavivó el caso en los medios, que revisitaron los videos del juicio, las entrevistas, los testimonios de amigos que describían a Rosario como “una mujer rota desde mucho antes del crimen”. Algunos psicólogos forenses opinaron que Rosario mostraba rasgos de trastorno narcisista y episodios de depresión mayor, aunque nunca fue diagnosticada formalmente.
Mientras tanto, Alfonso sigue cumpliendo condena, apelando ocasionalmente su situación, insistiendo en que es inocente y que fue una víctima colateral de la personalidad de Rosario. Sin embargo, las pruebas objetivas continúan señalándolo como parte activa del plan.
Lo más inquietante es que, a pesar de toda la cobertura y los análisis, nadie ha logrado descifrar completamente el porqué. No hay una confesión completa, no hay un móvil económico contundente ni un diagnóstico psiquiátrico claro. Solo quedan fragmentos de una historia que parece salida de una novela negra, pero que lamentablemente ocurrió en la vida real.

El asesinato de Asunta: un legado oscuro que persiste
A más de diez años del crimen, el asesinato de Asunta sigue estando presente en la memoria colectiva. En 2023, Netflix estrenó la miniserie El caso Asunta, que volvió a poner todos los detalles macabros sobre la mesa. El público se dividió entre quienes pensaban que era irrespetuoso reabrir viejas heridas y quienes creían que era necesario recordar para no repetir errores.
Este caso también impulsó reformas parciales en el seguimiento de menores en situación de vulnerabilidad y generó más controles sobre la prescripción de psicofármacos. En Galicia, todavía se recuerda con tristeza aquel 21 de septiembre como el día en que la inocencia se perdió un poco más.
Más allá de leyes y series, la historia de Asunta nos confronta con algo más profundo: el miedo a que el amor que creemos seguro pueda volverse mortal. Que aquellos que juraron protegernos sean los mismos que preparen nuestro final. Quizá por eso nos sigue fascinando tanto este caso, porque revela la fina línea que separa la normalidad del abismo.
La próxima vez que escuches que “las apariencias engañan”, piensa en Asunta. Es una frase trillada, sí, pero en este crimen cobró un significado aterrador.
