A todos nos ha pasado: soñamos despiertos con ganar la lotería, imaginando qué haríamos con ese premio que desafía toda probabilidad. Comprar una isla, pagar deudas o, simplemente, no volver a poner el despertador. Lo vemos como el evento más afortunado e improbable de nuestras vidas. Pero, ¿y si te dijera que ya te tocó un premio gordo infinitamente más exclusivo? De hecho, tu existencia es un milagro estadístico tan colosal que hace que el bote de la lotería parezca el premio de una rifa de colegio. No es una frase motivacional barata, es pura y dura matemática.
Piénsalo por un segundo: de entre todos los futuros posibles, de entre infinitas combinaciones genéticas y eventos históricos, el que se materializó fue uno donde estás tú, aquí y ahora, leyendo estas líneas. Si eso no te vuela la cabeza, espera a ver los números. El simple hecho de que tus padres se conocieran ya es una carambola cósmica, pero eso es apenas el primer peldaño de una escalera de improbabilidades que se extiende hasta el origen de los tiempos. Así que abróchate el cinturón, porque estamos a punto de demostrar que eres la persona con más suerte del universo, y ni siquiera tuviste que comprar un boleto para ello.

El viaje hacia tu existencia comienza con una carrera digna de una película de acción: la carrera de los espermatozoides. Tu padre, a lo largo de su vida, produjo billones de ellos, cada uno con una combinación genética única. Tu madre, por su parte, nació con una cantidad finita de óvulos, alrededor de uno o dos millones, de los cuales solo unos 400 llegarían a madurar. Ahora, hagamos cuentas rápidas. En el encuentro que dio lugar a tu concepción, uno solo de los aproximadamente 250 millones de espermatozoides (en un encuentro promedio, seamos finos) tenía que fecundar a un óvulo específico, liberado en un momento muy concreto. La probabilidad de que ESE espermatozoide se uniera a ESE óvulo es, siendo conservadores, de 1 entre 400 cuatrillones. Para que te hagas una idea, un cuatrillón es un 1 seguido de 15 ceros. Es un número tan absurdamente grande que supera la cantidad de granos de arena en todas las playas del mundo. Y esto, amigo/a mío, es solo el comienzo.
Apenas hemos cubierto la probabilidad de que tus padres, una vez juntos, te concibieran a ti y no a uno de tus miles de millones de posibles hermanos genéticos que se quedaron en el «casi». Cada uno de nosotros es el resultado de una lotería genética ganadora contra todo pronóstico imaginable.

La improbable cadena de tus ancestros
Si lo anterior te pareció descabellado, espera a que miremos el árbol genealógico. Para que tú existas, no solo hizo falta esa carambola genética entre tus padres. También fue necesario que tus cuatro abuelos se conocieran y tuvieran hijos. Y tus ocho bisabuelos. Y tus dieciséis tatarabuelos. La cadena debe ser ininterrumpida, una línea directa de ancestros que se remonta hasta el primer Homo sapiens.
El científico Ali Binazir se aventuró a calcular esto y los números son mareantes. La probabilidad de que tu línea ancestral se mantuviera intacta durante, digamos, 150.000 años (unas 6.000 generaciones), es de 1 entre 10 elevado a la potencia de 2.685.000. No, no es un error de tipeo. Es un diez seguido de más de dos millones y medio de ceros. Un número para el que ni siquiera tenemos nombre y que, si intentaras escribirlo, necesitarías un rollo de papel del tamaño de un país pequeño. Cualquier mínimo desvío en esa cadena te habría borrado de la existencia. Que a tu tatarabuela le hubiera dolido la cabeza esa noche, que tu ancestro cazador-recolector hubiera preferido la fruta del otro árbol… y adiós a ti. Tu existencia es un milagro que depende de una cadena ininterrumpida de amor, supervivencia y, seamos honestos, pura chiripa.

Pero la cosa no va solo de encuentros afortunados y romances prehistóricos. Cada uno de esos miles de ancestros en tu línea directa tuvo que sobrevivir lo suficiente para poder reproducirse. Y la historia, seamos claros, no ha sido precisamente un paseo por el parque. Tuvieron que sobrevivir a la infancia en épocas donde la mortalidad infantil era altísima. Esquivaron enfermedades y plagas que diezmaron poblaciones enteras, como la Peste Negra. Sobrevivieron a guerras, hambrunas, desastres naturales y, retrocediendo aún más, a la siempre presente amenaza de ser el almuerzo de un dientes de sable o cualquier otra bestia del montón. Imagina la cantidad de balas (o flechas, o lanzas) que tuvieron que esquivar tus antepasados. Cada uno de ellos fue un superviviente nato, un campeón en el brutal juego de la vida.
Si uno solo de ellos hubiera muerto prematuramente, si hubiera tomado un mal atajo volviendo a la cueva o hubiera comido esa baya venenosa, el testigo de la vida no se habría pasado, y el complejo milagro que eres tú simplemente no existiría. Eres el descendiente de una línea ininterrumpida de campeones. Llevas en tu ADN la resiliencia de miles de generaciones que lo lograron contra todo pronóstico.

Un universo conspirando a tu favor
Ampliemos el zoom. Mucho más. Para que toda esta cadena de improbabilidades pudiera siquiera empezar a tejerse, se necesitaron unas condiciones cósmicas de una precisión ridícula.
Primero, un universo con las leyes físicas adecuadas para permitir la formación de estrellas y galaxias. Luego, una estrella (nuestro Sol) del tamaño y temperatura justos, ni muy grande ni muy pequeña, para tener una vida estable y larga. A su alrededor, un planeta rocoso situado en la «zona habitable», esa franja orbital perfecta donde el agua puede existir en estado líquido. Ni tan cerca como para achicharrarse como Venus, ni tan lejos como para congelarse como Marte. La Tierra es un oasis cósmico de una rareza espectacular.
Además, nuestro planeta cuenta con un campo magnético que nos protege de la radiación solar mortal, una luna gigante que estabiliza nuestro eje de rotación (evitando cambios climáticos catastróficos) y una atmósfera respirable. Cada uno de estos factores es, por sí solo, muy improbable. Que se den todos juntos en el mismo lugar es el equivalente a que te toque la lotería cósmica. Antes de que tus ancestros pudieran siquiera preocuparse por sobrevivir, el universo tuvo que alinear un número incalculable de variables solo para crear el escenario donde la vida pudiera florecer.

Llegamos al gran final. Si sumamos la probabilidad de que tus padres se conocieran, la de que el espermatozoide correcto fecundara al óvulo correcto, la de que tu linaje ancestral permaneciera intacto por milenios y la de que todos ellos sobrevivieran a los peligros de su tiempo, obtenemos una cifra que desafía la comprensión humana. Según los cálculos de Ali Binazir, la probabilidad de que tú existas es de 1 entre 10²⁶⁸⁵⁰⁰⁰. Comparemos esto con algo «sencillo», como ganar el Powerball, cuya probabilidad es de aproximadamente 1 entre 292 millones. Es como comparar un grano de arena con el universo entero. Es, a todos los efectos, cero. Y sin embargo, aquí estás. Has superado unas probabilidades tan astronómicamente bajas que tu propia vida es la prueba de que lo imposible, a veces, sucede.
Tu existencia es un milagro andante, una anomalía estadística gloriosa. La próxima vez que sientas que tienes mala suerte, recuerda que ya ganaste la lotería más importante y absurda de todas.
Ahora que sabes que eres un evento más raro que una estrella fugaz de diamantes, ¿no cambia un poco la perspectiva de tus problemas cotidianos?
Fuentes:
- ¿Qué probabilidad había de que naciéramos tal y como somos? – 20 Minutos
- La improbabilidad de existir – Sudaca
- La humanidad estuvo al borde de la extinción con solo 1.280 individuos vivos – SINC
- Hace 900 mil años, nuestros ancestros casi se extinguieron – Clarín
- Zona de habitabilidad – Wikipedia
- El campo magnético protege a nuestra atmósfera – ESA
