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Pedro Rodrigues Filho —más conocido como Pedrinho Matador— no nació en la oscuridad, pero la oscuridad lo reclamó temprano. Vino al mundo en 1954, en Santa Rita do Sapucaí (Brasil), con una lesión en el cráneo causada por las palizas que su padre le daba a su madre embarazada. Ese golpe fue literal y simbólico: su vida entera sería una colisión con la violencia.
A los 13 años ya había intentado su primer asesinato. Su blanco: un compañero de escuela que había agredido a su primo. A los 14, mató a un funcionario municipal que había despedido injustamente a su padre. Era el inicio de una carrera criminal en la que la moral y la locura se entrelazaban.
Brasil, en los setenta, no era un país amable. Corrupción, crimen y pobreza pintaban el paisaje. En ese contexto, Pedro se convenció de que debía hacer justicia con sus propias manos, convirtiéndose en una especie de ejecutor sangriento. Su código era simple: “los malos merecen morir”. Y bajo esa lógica, el niño herido empezó a creer que era el juez supremo de la vida y la muerte.
¿Nacía un asesino o un justiciero? Esa pregunta, como un eco sin fin, acompañaría toda su existencia.

Un justiciero que olía a sangre
Pedro Rodrigues Filho afirmaba haber matado a más de 100 personas, aunque la justicia solo le atribuyó oficialmente unas 70 víctimas. Pero lo que hace su historia escalofriante no es la cantidad, sino el tipo de víctimas: delincuentes, violadores, asesinos, traficantes… incluso su propio padre.
Sí, lo leíste bien. Cuando su padre asesinó brutalmente a su madre, Pedro esperó a coincidir con él en prisión y lo apuñaló 22 veces antes de arrancarle el corazón y morderlo. Un acto de venganza que parece escrito para una película de terror, pero fue dolorosamente real.
Su obsesión por castigar el mal con el mal lo llevó a ser llamado “el Dexter brasileño”, comparado con el personaje de ficción que mata a criminales para limpiar la sociedad. Pero Pedrinho no tenía la precisión fría de Dexter: tenía rabia, impulsos y un placer confeso en matar. Su tatuaje decía: “Mato por prazer” (“Mato por placer”).
La delgada línea entre el vengador y el monstruo se borró. La moral desapareció bajo litros de sangre y un ego inflamado por la notoriedad. El terror, aquí, no era sobrenatural: era humano.

El infierno dentro de las prisiones brasileñas
Cuando lo arrestaron en 1973, Pedro tenía apenas 19 años y una lista de cadáveres que ya superaba las decenas. Fue condenado a 128 años de prisión, aunque la ley brasileña limitaba la condena a 30. Sin embargo, su estancia en la cárcel no detuvo el horror: lo multiplicó.
Dentro de las prisiones brasileñas, conocidas por su violencia extrema y falta de control, Pedro siguió matando. Sus víctimas eran presos condenados por crímenes similares o incluso peores que los suyos. En sus propias palabras: “Yo limpio la cárcel”.
Se estima que mató más de 40 reclusos tras las rejas, lo que le ganó el respeto de unos y el pavor absoluto de otros. Los guardias, incapaces de controlar su brutalidad, lo mantenían aislado durante largos periodos. Pero incluso así, su fama crecía: el asesino que cazaba asesinos.
El terror psicológico de Pedrinho residía en su convicción de estar haciendo lo correcto. Un asesino sin remordimientos, convencido de que la violencia era su forma de justicia divina.

El “Dexter brasileño” y la peligrosa fascinación mediática
Cuando salió en libertad en 2007, tras pasar más de 30 años preso, el mundo no sabía qué hacer con él. Los medios lo convirtieron en una celebridad. Entrevistas, documentales, incluso un canal de YouTube donde hablaba de su pasado y advertía a los jóvenes sobre los peligros del crimen.
Pero la fama tiene un lado oscuro. Muchos comenzaron a romantizar su figura, viéndolo como una especie de antihéroe, un vigilante urbano que solo mataba a los malos. La prensa lo apodó “el Dexter brasileño”, alimentando el mito y borrando la sangre real de las víctimas detrás del personaje.
Aquí el terror se vuelve colectivo: la sociedad, fascinada por la violencia, confunde justicia con venganza, castigo con redención. Pedrinho no era un héroe, pero su imagen fue moldeada por un público que necesita monstruos que parezcan justos.
Detrás de las cámaras, Pedro seguía siendo un hombre peligroso, volátil, capaz de cambiar de humor en segundos. La fama no lo redimió, solo le dio un micrófono más grande.

El violento final del verdugo
El 5 de marzo de 2023, la historia de Pedro Rodrigues Filho terminó como había vivido: con sangre. Dos hombres armados lo interceptaron frente a una casa en Mogi das Cruzes, São Paulo, y le dispararon varias veces antes de degollarlo. Murió en el acto, a los 68 años.
El ciclo se cerró de forma poéticamente macabra: el asesino de asesinos fue asesinado. Su muerte, filmada y compartida en redes, alimentó el morbo y la ironía del destino.
Hasta hoy, no se sabe quién lo mató ni por qué. Algunos dicen que fue venganza; otros, ajuste de cuentas o simple limpieza criminal. Lo cierto es que su final fue tan violento como su vida.
En un país donde la justicia muchas veces parece ausente, Pedrinho se convirtió en un reflejo distorsionado de la frustración colectiva. Pero también en una advertencia: cuando la violencia se justifica, termina devorándolo todo, incluso a quien la ejerce.

El monstruo, la moral y el espejo del terror
La historia de Pedro Rodrigues Filho no es solo la de un asesino, sino la de un sistema social que permite que surjan figuras así. En su mente, él hacía justicia; en la realidad, era un asesino en serie.
Su caso es un recordatorio de que el mal no siempre tiene cuernos ni habita en mansiones abandonadas. A veces viste una camiseta común, habla con serenidad y sonríe ante la cámara mientras cuenta cómo mató a decenas de personas.
El terror real no necesita fantasmas. Basta con mirar a alguien como Pedrinho Matador para entender que la línea entre justicia y barbarie es tan fina como un hilo de sangre.
Su legado, si puede llamarse así, no está en sus crímenes, sino en la reflexión que deja: ¿cuántos monstruos nacen porque el sistema los fabrica? ¿Y cuántos justificamos porque nos dicen lo que queremos oír?
La verdadera pesadilla no termina con su muerte. Empieza cuando descubrimos cuánto de él hay en nosotros.
Fuentes:
- Pedro Rodrigues Filho – Wikipedia
- Pedro Rodrigues Filho: Brazil’s Real-Life Dexter – All That’s Interesting



