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¿Por qué lloramos?

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Tiempo de lectura: 6 minutos

¿Te has preguntas algunas por qué lloramos? Los bebés y niños pequeños lloran con intensidad. Lloran porque tienen hambre, frio, miedo o dolor… Lloran en el colegio, en casa, en el parque y en el supermercado. Muchos de ellos lloran a todas horas o varias veces al día. Está claro que, ante la ausencia del lenguaje oral, el mecanismo del llanto permite a los niños reclamar la atención necesaria para sus cuidados o expresar un malestar, teniendo bien establecida una función adaptativa al obtener como resultado, la ayuda del adulto que satisface sus necesidades más básicas.

Esta ventaja adaptativa, que garantiza la supervivencia de la especie por ser una demanda de ayuda, especialmente en los bebés humanos, ya fue señalada por Darwin en sus investigaciones sobre la adaptación de las especies, como un fenómeno universal.

Entonces… ¿Por qué lloran los adultos?

El ser humano tiene la capacidad de llorar desde que nace hasta que muere, sin embargo, a lo largo del desarrollo socioemocional, el mecanismo del llanto modula su función evolutiva de supervivencia, en función de capacidad de independencia que va ganando. Es decir, es menos frecuente que un adulto llore porque tenga frío o hambre, porque su mecanismo adaptativo habrá pasado a funciones de movilización más complejas y resolutivas, canalizando sus recursos a la búsqueda activa de su propio alimento o abrigo.

Pero entonces, y especialmente en el primer mundo, ¿por qué lloran los adultos, si sus necesidades básicas están cubiertas?, ¿lloramos menos de adultos porque ya no nos sirve?, ¿por qué hay personas más propensas al llanto y otras que llevan años sin llorar?, ¿nos hace bien llorar o es la expresión poco útil de un simple malestar? Lo que está claro es que no estamos hablando de un mero efecto biológico, sino de un mecanismo complejo en el que confluyen funciones fisiológicas, psicológicas y sociales.

La función biológica de las lágrimas

Biológicamente, las lágrimas son necesarias para el mantenimiento de una buena salud ocular: lubricación de ojo, limpieza o protección a agentes externos (lagrimas basales) pero también están asociadas a estímulos potentes de carácter emocional, y no exclusivamente negativos como la tristeza, la angustia, el dolor o la frustración…sino que también lloramos de alegría o sorpresa.

El llanto y su relación con la salud emocional

La compresión del llanto en el ser humano adulto y su relación con la salud emocional ha despertado gran interés en expertos e investigadores. Algunas de las hipótesis que se barajan (aún sin apoyo empírico) es que a través del llanto se libera cierta hiperactividad, ayudando a establecer un equilibrio o reducir un estrés puntual.

Gracias a la investigación se ha podido descubrir que los componentes de las lágrimas son diferentes en función de agente que los produce, de modo que las lágrimas que secretamos cuando pelamos una cebolla (lagrimas reflejo), son químicamente diferentes de las lágrimas que generamos por una tensión emocional. Además de lagrimeo típico hay otros cambios físicos asociados al llanto emocional, como el enrojecimiento de la cara, sollozo, hiperventilación… Las lágrimas “emocionales” o psíquicas están formadas principalmente por agua, lípidos, y otras sustancias y se diferencian de las otras en que contienen mayor cantidad de hormonas, que habitualmente se asocian con el estrés como la Leucina encefalinas, la cual es un calmante natural que produce el cuerpo.

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Charles Darwin sostenía que las lágrimas psíquicas o las que responden a la emoción, no tienen ningún propósito.

Para él, las lágrimas en general tenían un sólo propósito: proteger el ojo.

La importancia del sistema nervioso autónomo

El control del llanto depende de la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo, encargándose de restablecer un estado corporal de descanso o relajación tras un esfuerzo, un estresor, un peligro o una función corporal de gran envergadura (por ejemplo, la digestión). Tiene una función complementaria y antagónica a la rama simpática.

Ante una alerta o ante elevados niveles de tensión, la rama simpática se activaría preparando al organismo para una posible lucha o huida, entendiendo que en ese momento no es inteligente detenerse a llorar, sino reaccionar para salvar la vida o solucionar un problema.

Por su parte el parasimpático actúa inhibiéndose en ese instante para, posteriormente, recomponer el estado normal después de la alarma. Es cuando ha pasado el peligro cuando podemos permitirnos relajarnos y derrumbarnos. Esto explica por qué muchas personas aguantan potentes estresores y fuertes golpes emocionales a los que reaccionan aparentemente bien, y pasado un tiempo es cuando sobreviene el bajón emocional y se desata el llanto.

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Llorar puede ayudar a relajarse

¿Entonces podemos decir que llorar ayuda a relajarse? Para muchas personas, podemos decir que sí. Realmente es una forma de descarga emocional necesaria en algunos momentos, muy saludable y nada dañina.

Una gran cantidad de psicólogos piensan que llorar es una forma de comunicación y que, si lo haces, usualmente la gente simpatiza contigo, o si te están maltratando, llorar les hace saber que están yendo demasiado lejos.

Oren Hasson biólogo evolutivo de la Universidad de Tel Aviv lo reafirma, señalando en la revista Evolutionary Psychology, que “las lágrimas nos dejan indefensos y funcionan como una señal de sumisión» y, puesto que el llanto transmite vulnerabilidad, se convierte en «una estrategia que puede acercarnos emocionalmente a los otros». En otras palabras, Hasson sostiene que las lágrimas pueden ayudar a construir y fortalecer relaciones personales. Y si varias personas lloran simultáneamente, los vínculos se refuerzan aún más.

La eficacia de este comportamiento evolutivo depende de quién está junto a nosotros cuando lloramos, y probablemente no es efectiva en sitios como el trabajo, donde se nos exige esconder las emociones, puntualiza.

Además de esto hay evidencias de que dar una buena llorada tiene efectos positivos en la salud mental.

En 2015, el psicólogo holandés Ad Vingerhoets, de la universidad de Tilburg, en Holanda, le pidió a un grupo de voluntarios que llenaran formularios explicando cómo se sentían antes de mirar dos películas muy emotivas. Posteriormente llenaron el mismo formulario inmediatamente después de mirar el filme, 20 minutos después y dos horas después.

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Los resultados fueron muy claros. Quienes no lloraron, no reportaron ningún cambio en su estado psíquico. Los que sí, señalaron que su estado de ánimo había mejorado significativamente.

Papel evolutivo

Todos los mamíferos producen lágrimas, humedecen el ojo y lo mantienen libre de infecciones. Sin embargo, únicamente las personas podemos llorar.

De acuerdo al profesor inglés Michael Trimble del Instituto de Neurología en Londres, la evolución y la cultura moldearon la mente humana para que pudiera expresar sus sentimientos a un nivel superior al resto del reino animal. Las lágrimas emotivas o a consecuencia de una experiencia estética no se encuentran en ningún otro ser vivo.

Según Trimble, el llanto pudo haber sido una de las primeras formas de comunicación del hombre, antes incluso de que existiera el lenguaje. El poder demostrar tristeza, alegría, compasión y empatía va de la mano con la realización del ser, con la teoría de la mente (capacidad de atribuir pensamientos e intensiones a otras personas), y el percatarse de la finitud de la existencia.

Las emociones humanas surgen a partir de una red de regiones cerebrales interconectadas. Nuestro sistema límbico cerebral (asociado a las emociones) está asociado con el sistema nervioso autónomo, como consecuencia, nuestros sentimientos integran nuestro entorno y nuestras respuestas corpóreas. El ritmo cardiaco, la respiración y las cuerdas vocales intervienen en el llanto.

Es posible que el consuelo que sentimos después de llorar se deba a que se estimulan los nervios craneales, que a su vez alivian la amígdala cerebral sobre-estimulada por una emoción específica.

Diferentes formas de arte también nos hacen llorar. Una novela, una película, una obra de teatro y especialmente la música nos conmueve a las lágrimas. Durante un estudio, se demostró que el 85% de los participantes lagrimaron al escuchar música emotiva. Estimulando nuestro sistema límbico, la música evoca memorias y sentimientos.

Visión de la sociedad

A pesar de la función tan importante del llanto, aún permanece en la sociedad, una barrera que nos protege de esta emocionalidad, como si fuera algo negativo o que habría que erradicar. Muchas personas se perciben así mismos vulnerables, débiles, indefensos cuando lloran teniendo un efecto negativo para su propia imagen, que puede empeorar si además no obtienen el consuelo que esperan o necesitan.

Como dato curioso para terminar, las investigaciones señalan que hay razones culturales que también determinan cuánto lloramos. Las mujeres lloran 5,3 veces en promedio por mes y los hombres 1,3 veces por mes.

Fuentes: psicologiaymente.combbc.comngenespanol.com y muyinteresante.es

Temática sugerida por: Danitza Pino y Marianela Suárez

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