¿Te sabes el escalofriante cuento de Barba Azul? Ese donde una mujer desobedece a su marido y descubre una habitación secreta llena de cadáveres… los de sus esposas anteriores. Pues, aunque suene a pura ficción, en una región del noroeste de Francia hay una historia real que parece haber inspirado ese relato. Y no es precisamente un cuento para dormir.
Allí vivió, en el siglo XV, un noble bretón cuyos crímenes fueron tan atroces que muchos creen que Charles Perrault se basó en él para escribir su famosa historia de “Barba Azul”, dos siglos más tarde. Sí, 200 años antes del cuento, ya existía un hombre que hacía temblar a todo el mundo. Y no por su barba.
Claro, hay diferencias importantes. Como buen cuento de hadas, el de Perrault termina bien: la protagonista es rescatada antes de convertirse en otra víctima y luego se casa con un hombre decente que le hace olvidar al monstruo anterior (aunque seguro con cerrojos reforzados). Pero la historia real no es tan amable ni esperanzadora.
De hecho, los crímenes del verdadero Barba Azul eran aún más macabros que los del cuento. Y eso ya es decir bastante. Este personaje histórico no se conformaba con encerrar mujeres: sus métodos eran más crueles, más sangrientos y, sí, más reales.
Así que, la próxima vez que escuches “érase una vez…”, recuerda que algunos cuentos no son tan ficticios como parecen.

Gilles de Rais nació con todo: poder, fortuna y un apellido que imponía respeto. Descendiente de una de las familias más influyentes de Francia, heredó una de las mayores fortunas del reino a los once años. Como si eso fuera poco, a los dieciséis se casó con su prima, la riquísima Catalina de Thouars, multiplicando aún más su ya generosa herencia.
Para cuando cumplió veinte, Gilles era el sueño de cualquier corte: atractivo, culto y elegante. Su educación, tanto intelectual como militar, fue impecable. No tardó en destacar en el campo de batalla, y fue nada menos que teniente al lado de Juana de Arco, luchando por su amigo el rey Carlos VII. Su valentía lo llevó a obtener el prestigioso título de Mariscal de Francia, una de las máximas distinciones militares del país. Todo parecía ir viento en popa para aquel joven noble nacido en 1404.
Pero entonces… decidió retirarse. Y ahí comenzó su oscura leyenda. Sin más batallas que pelear y con dinero de sobra, Gilles se lanzó a una vida de excesos descontrolados. Según diversas fuentes históricas, su día a día pasó a estar marcado por brujería, orgías, rituales oscuros y una inquietante obsesión con la muerte y el sexo. Lo que había sido un brillante guerrero se convirtió en una figura rodeada de rumores cada vez más siniestros.
Así fue como el héroe nacional comenzó su descenso hacia el abismo… uno que lo convertiría en uno de los personajes más macabros de la historia francesa.

La vida de Gilles de Rais, aquel brillante mariscal que una vez luchó junto a Juana de Arco, dio un giro siniestro. Su estilo de vida lujoso y desmedido vació rápidamente las arcas que alguna vez parecían inagotables. La ejecución de Juana de Arco lo sumió en una profunda depresión de la que no logró salir. Para combatir su desesperación, se entregó a rezos, alcohol y… prácticas bastante cuestionables.
En su caída, Gilles empezó a rodearse de personajes cada vez más oscuros: brujos, nigromantes, alquimistas y supuestos satanistas, todos prometiéndole fórmulas mágicas para recuperar su fortuna. Como puedes imaginar, eso solo empeoró su reputación.
Sus familiares, hartos de sus excesos y preocupados por la herencia familiar, comenzaron a distanciarse. Al mismo tiempo, algunos nobles, como el duque de Bretaña, vieron en su ruina una oportunidad perfecta para quedarse con parte de sus bienes. Y fue entonces cuando los rumores se convirtieron en acusaciones formales.
Durante años, la nobleza había ignorado los crímenes de Gilles, quizá porque sus víctimas eran niños campesinos y, a ojos de la aristocracia, “no contaban”. Pero una vez que vieron conveniente su caída, esos mismos delitos se volvieron el pretexto perfecto para llevarlo a juicio.
En septiembre de 1440, fue arrestado y acusado de asesinato, brujería y sodomía. Su caso se llevó tanto al tribunal eclesiástico como al civil, y la figura del héroe de guerra terminó convirtiéndose en una de las más aterradoras leyendas de la historia francesa.

Gilles de Rais nació con todo: poder, fortuna y un apellido que imponía respeto. Descendiente de una de las familias más influyentes de Francia, heredó una de las mayores fortunas del reino a los once años. Como si eso fuera poco, a los dieciséis se casó con su prima, la riquísima Catalina de Thouars, multiplicando aún más su ya generosa herencia.
Para cuando cumplió veinte, Gilles era el sueño de cualquier corte: atractivo, culto y elegante. Su educación, tanto intelectual como militar, fue impecable. No tardó en destacar en el campo de batalla, y fue nada menos que teniente al lado de Juana de Arco, luchando por su amigo el rey Carlos VII. Su valentía lo llevó a obtener el prestigioso título de Mariscal de Francia, una de las máximas distinciones militares del país. Todo parecía ir viento en popa para aquel joven noble nacido en 1404.
Pero entonces… decidió retirarse. Y ahí comenzó su oscura leyenda. Sin más batallas que pelear y con dinero de sobra, Gilles se lanzó a una vida de excesos descontrolados. Según diversas fuentes históricas, su día a día pasó a estar marcado por brujería, orgías, rituales oscuros y una inquietante obsesión con la muerte y el sexo. Lo que había sido un brillante guerrero se convirtió en una figura rodeada de rumores cada vez más siniestros.
Así fue como el héroe nacional comenzó su descenso hacia el abismo… uno que lo convertiría en uno de los personajes más macabros de la historia francesa.

Las atrocidades cometidas por Gilles de Rais son tan perturbadoras que aún hoy parecen sacadas de una pesadilla. Según los registros del juicio, cada vez que el barón visitaba alguna de sus propiedades, niños del lugar comenzaban a desaparecer misteriosamente. Nadie sabía qué ocurría tras las puertas del castillo… hasta que los tribunales sacaron los secretos a la luz.
Una de las piezas más reveladoras del caso fue la confesión de su sirviente, quien relató con crudeza escenas absolutamente espeluznantes. Habló de niños que eran asesinados de formas brutales, mientras Gilles observaba con un disfrute inquietante, incluso permaneciendo junto a sus cuerpos hasta el final.
Otros testigos aseguraban que abría los cadáveres y cometía actos que, incluso en los documentos oficiales, fueron descritos con enorme reserva. También fue acusado de invocar al diablo y practicar rituales oscuros, lo que añadió un tinte aún más macabro a todo el proceso judicial.
Eso sí, muchos historiadores señalan que los sirvientes fueron torturados para obtener confesiones y que el mismo Gilles fue amenazado con métodos similares. De hecho, cuando lo llevaron a la cámara de tortura y lo amarraron, prefirió confesar antes de sentir el dolor que sabía que no podría soportar.
Finalmente, fue sentenciado a morir en la horca y luego ser quemado. Así terminó la historia del que fuera uno de los héroes de Francia… convertido en una de sus figuras más monstruosas.

¿Fue realmente culpable? La figura de Gilles de Rais sigue generando debate siglos después de su muerte. En 1992, un grupo de expertos reexaminó las actas originales del juicio presidido por el obispo Jean de Malestroit, y comenzaron a surgir dudas bastante serias. ¿Y si todo fue una trampa? Algunos investigadores sostienen que las pruebas eran puramente circunstanciales y que tal vez, el barón jamás mató a ningún niño.
Uno de los principales defensores de esta teoría fue Gilbert Prouteau, autor de una biografía sobre Gilles. Según él, detrás del juicio hubo intereses mucho más mundanos: el obispo Malestroit y Jean V, duque de Bretaña, querían quedarse con sus tierras. Curiosamente, el duque fue quien presidió el juicio secular y, como recompensa por su gran “labor”, se quedó con todas las propiedades del condenado.
Incluso Michel Crépeau, exministro de Justicia francés, afirmó que el juicio de Gilles fue más político que criminal, similar a lo ocurrido con Juana de Arco, otra víctima del poder disfrazado de justicia. Y lo cierto es que no se presentaron pruebas físicas ni materiales contundentes. La única confesión del acusado se obtuvo bajo amenaza de tortura, lo cual pone en entredicho toda la validez del proceso.
Ante esta falta de evidencia real, y basados en las irregularidades del juicio, el tribunal que revisó el caso seis siglos después lo declaró inocente. Aunque claro, la duda sobre su verdadera naturaleza sigue flotando en el aire… como una sombra inquietante.
