La Revolución Francesa no fue solo una revuelta más, sino un movimiento político, social, económico y militar que cambió la historia para siempre. Nació en Francia en 1789, como una reacción ante las injusticias y desigualdades que la monarquía venía arrastrando desde hace siglos. El pueblo ya no quería vivir oprimido, sin derechos ni voz.
Este proceso dio origen al primer gobierno republicano, democrático y constitucional de Francia, y sembró en el mundo ideales tan potentes como la libertad, la igualdad, la fraternidad y la soberanía popular. Sí, esos lemas que aún resuenan en cada lucha por derechos.
Entre las consecuencias inmediatas se encuentran el derrocamiento de Luis XVI, el fin de la monarquía absoluta y la proclamación de la Primera República Francesa. Todo comenzó con el Tercer Estado autoproclamándose como Asamblea Nacional, y terminó una década después con el famoso golpe de Estado de Napoleón Bonaparte en 1799. Nada mal para diez años de revolución.
Ahora bien, ¿qué causó semejante sacudida?
Causas políticas, principalmente. El poder del rey era ilimitado, no rendía cuentas a nadie y se sentía por encima de todo. No había libertad individual, ni de conciencia, y la censura controlaba lo que se pensaba y decía. Además, la ley no se aplicaba por igual: algunos nacían con privilegios, otros con cadenas.
Así, el pueblo francés dijo basta… y encendió la chispa que encendería muchas más revoluciones en todo el planeta.

Las causas sociales de la Revolución Francesa tienen un peso clave en todo el conflicto. La sociedad francesa del siglo XVIII era cualquier cosa menos igualitaria. Estaba dividida en tres Estados que vivían en mundos completamente distintos.
El Primer Estado, el Clero, no era una masa uniforme. Por un lado, estaba el alto clero, dueño de grandes riquezas, exento de impuestos y con enormes propiedades, lo que lo convertía en el mayor terrateniente del país. Por otro lado, el bajo clero —más humilde y cercano al pueblo— apoyaba en muchos casos el proceso revolucionario.
El Segundo Estado, la Nobleza, también tenía sus matices. Estaba la gran nobleza, con fortunas enormes, y la pequeña nobleza, más empobrecida y alejada del lujo, que vivía en las provincias y no nadaba precisamente en oro.
Y finalmente, el Tercer Estado, que incluía al resto de la población (sí, casi todos). Aquí estaban los campesinos, obreros y artesanos, todos sin privilegios ni derechos. La única excepción era la burguesía, formada por comerciantes, industriales y profesionales que, aunque económicamente estables, tampoco tenían poder político.
Este Estado llano cargaba con el peso del Estado francés, pagando casi todos los impuestos. De 23 millones de habitantes, solo 300 mil eran parte de los privilegiados. ¿Injusto? Un poquito.
En cuanto a las causas económicas, la cosa tampoco pintaba bien. La riqueza estaba concentrada en los dos primeros Estados, mientras el comercio se frenaba por trabas aduaneras, la industria decaía, y la corte derrochaba sin control, llevando a Francia directo a la bancarrota.

La Revolución Francesa no estalló de la noche a la mañana. Su chispa se encendió tras años —¡siglos, en realidad!— de crisis económicas acumuladas. Mucho antes de que Luis XVI llegara al trono en 1774, Francia ya venía arrastrando deudas por las guerras interminables de Luis XV, la pésima gestión del Estado, y, como si eso no bastara, por los préstamos millonarios que Francia otorgó a los revolucionarios de Norteamérica durante la Guerra de Independencia de las Trece Colonias (1775-1783).
Pero lo de 1789 fue un combo explosivo: deuda, hambruna, inflación y una monarquía en bancarrota total. El rey, desesperado, quiso subir los impuestos y crear nuevos, pero claro… los de siempre —clero y nobleza— se negaron rotundamente a pagar un centavo. Total, para eso tenían sus privilegios sagrados.
Ante este panorama, Luis XVI convocó a los Estados Generales, una antigua asamblea consultiva. Curiosamente, fueron los mismos privilegiados quienes exigieron su reunión, pensando que podrían seguir controlando el juego sin poner un euro (bueno, un «louis d’or»).
Pero la burguesía, astuta, vio su oportunidad. Aprovechó el caos y el enojo generalizado, y logró movilizar al pueblo. El 14 de julio de 1789, las calles de París se llenaron de gritos y barricadas: el pueblo asaltó la Bastilla, una vieja prisión símbolo del absolutismo. Ese día no solo cayó una fortaleza: se vino abajo un sistema entero.

El 14 de julio de 1789, la toma de la Bastilla marcó un antes y un después. Artesanos, obreros, estudiantes y funcionarios se impusieron a las tropas reales, dando el primer paso hacia una nueva era. Los ideales revolucionarios demostraron su fuerza en los años siguientes, logrando libertad política y una Constitución que definía la división de poderes. Se garantizaron derechos esenciales como la libertad individual, la igualdad ante la ley y la soberanía popular, que se expresaría a través del sufragio.
Para proteger estas conquistas ante la reacción de la nobleza, que se alió con monarcas extranjeros, los burgueses revolucionarios promovieron la nacionalidad y definieron a la Nación como Estado.
La Revolución pasó por varias etapas clave:
• Etapa Monárquica (1789-1792): Desde la autoproclamación del Tercer Estado como Asamblea Nacional en junio de 1789, hasta la abolición de la monarquía en septiembre de 1792.
• Etapa Republicana (1792-1799): Este periodo terminó con el Golpe de Estado de Napoleón Bonaparte el 18 de Brumario (noviembre de 1799).
Durante la etapa monárquica, los Estados Generales (conformados por 1.200 diputados) no eran del todo representativos del pueblo. El Tercer Estado, mayoritario, luchó por el voto por cabeza, mientras que la nobleza y el clero insistían en el voto por orden, que favorecía a las clases privilegiadas.

El Tercer Estado, harto de las restricciones, desobedeció la orden de Luis XVI y, el 17 de junio de 1789, se reunió por separado, formando la Asamblea Nacional, lo que marcó el inicio de la Revolución. Ante la presión, el rey tuvo que ceder y permitió que los tres estados sesionaran juntos, naciendo así la Asamblea Constituyente. Con ello, la monarquía absoluta llegó a su fin, y Luis XVI perdió su autoridad.
La Constitución de 1791, de tendencia monárquica, aprobó la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, estableciendo la división en tres poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Además, se promulgó la Constitución Civil del Clero, que transfería los bienes de la Iglesia al Estado y daba al pueblo el poder de elegir a las autoridades eclesiásticas, lo que provocó una ruptura con Roma.
En un intento por frenar la Revolución, el rey trató de huir al extranjero para unirse a las fuerzas europeas contra Francia, pero fue detenido cerca de la frontera y recluido en el Palacio de Las Tullerías. Desde allí, conspiró contra el nuevo orden. El 10 de agosto de 1792, la Asamblea suspendió a Luis XVI de sus funciones.
La guerra contra las fuerzas internas y externas dio forma a las tres facciones dentro de la Asamblea: los Fuldenses, los Jacobinos (Montaña) y los Girondinos. Estos últimos tomarían el control político tras intensas luchas.

Es imposible entender la Revolución Francesa sin la figura de Napoleón, no como instigador, sino como el encargado de finalizar el proceso revolucionario. En 1799, con el Golpe de Estado del 18 de Brumario, Napoleón se convirtió en primer cónsul, marcando el cierre de una etapa y el comienzo de un nuevo orden. Su imperio extendió el Código Napoleónico, que trajo grandes avances sociales, como el sufragio universal masculino, la abolición del feudalismo y la libertad de culto (aunque con algunas excepciones, como en España).
Etapa Republicana: La Convención
Tras la disolución de la Asamblea Constituyente en 1795, surgió la Convención Nacional. Sus principales logros fueron:
Abolición de la Monarquía y proclamación de la República.
Sufragio universal para todos los ciudadanos.
Procesamiento y ejecución de Luis XVI el 21 de enero de 1793.
Obra Cultural de la Convención
Se estableció la enseñanza primaria obligatoria y gratuita, y se fundaron instituciones clave como la Escuela Normal y la Escuela Politécnica. Además, se implantó el sistema métrico decimal y se crearon importantes instituciones culturales, como la Biblioteca Nacional y el Museo del Louvre.
Las mujeres jugaron un papel crucial en la Revolución, aunque sus objetivos variaban, desde ampliar sus derechos en la burguesía hasta pedir una emancipación plena.
