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Retrato de hombre del siglo XVIII con peluca empolvada y traje azul. Pintura retrato siglo XVIII caballero.

¿Quién fue Giacomo Casanova? Más que un seductor, un genio del siglo XVIII

Desde muy joven, Giacomo Casanova empezó a escribir su leyenda… y no con tinta, precisamente. Perdió su virginidad en un ménage à trois con dos damas de la nobleza veneciana, y desde ahí su vida se convirtió en un desfile de aventuras tan escandalosas como fascinantes. Fue soldado, espía, diplomático, escritor, y, claro, un seductor empedernido. Pero lo que realmente cimentó su fama fue su autobiografía, Historia de mi vida, donde no solo relata sus encuentros con 132 mujeres (según sus propias cuentas), sino que también pinta un retrato detallado del siglo XVIII.

Más allá de su fama como mujeriego, Casanova probó suerte en infinidad de proyectos, oficios e incluso en la política del espionaje: Luis XV lo contrató como agente secreto. También tuvo problemas legales aquí y allá; lo suyo era estar en el centro del drama europeo.

Nació en Venecia en 1725, hijo de actores ambulantes. Su madre, Zaretta Farussi, recorría Europa con sus obras, mientras su padre, Gaetano Casanova, falleció cuando Giacomo tenía solo ocho años. De niño tuvo problemas de salud y de adolescente, experimentó con el travestismo de forma ocasional. Aprendió a leer en un mes, y como era tan listo, decidieron encaminarlo al sacerdocio. Fue al internado bajo la tutela del abate Gozzi, quien le enseñó latín, derecho y teología.

Pero Casanova no era precisamente un santo: se enamoró de Teresa, la amante del senador que le enseñaba filosofía, y eso bastó para echarlo del seminario. Primer escándalo de muchos.

Retrato al agua de hombre del siglo XVIII con peluca y coleta. Pintura al agua retrato siglo XVIII.

En su juventud, Casanova no solo acumulaba conquistas amorosas, también infecciones. Contrajo varias enfermedades venéreas, entre ellas sífilis y gonorrea, algo tristemente habitual en su época, sobre todo con su nivel de promiscuidad. Curiosamente, pese a su intensa vida sexual, no le atraían las orgías, muy de moda entre los círculos aristocráticos.

A los 21 años, su madre lo envió a Roma para servir al cardenal Acquaviva, embajador de España ante la Santa Sede. Pero claro, no dejó los líos. Se le ocurrió esconder en el palazzo de la Plaza de España a una joven que había huido de casa… y otra vez fue expulsado. A partir de ahí, comenzó su verdadera vida de aventurero nómada, recorriendo Europa de punta a punta. En su primera etapa pasó por Corfú, Constantinopla y volvió a Venecia, donde fue soldado y violinista… aunque no por mucho tiempo.

Gracias a su inteligencia y don de palabra, se hizo pasar por médico y logró curar a un noble de un infarto, ganándose una generosa recompensa. Con ese dinero se metió en el mundo de la magia y la cábala, lo cual no gustó nada a la Inquisición, que lo tenía en la mira por tener libros prohibidos. Tuvo que huir y en Ancona, durante una cuarentena, sedujo a una esclava griega y luego vivió una historia surrealista con Bellino, un supuesto castrato que resultó ser una joven llamada Teresa, disfrazada para sobrevivir. Todo un enredo digno de novela.

Retrato al óleo de joven con traje rosa siglo XVIII. Pintura retrato siglo XVIII hombre.

En 1753, Casanova volvió a Venecia, pero el gusto le duró poco. En 1755 fue arrestado por “impiedad” y “prácticas esotéricas” y encerrado en la famosa prisión de los Piombi, bajo los techos de plomo del Palacio Ducal. Un año después protagonizó una de las fugas más legendarias del siglo: escapó junto a un monje que conoció en la celda. Así comenzó su exilio de 18 años.

Primero recaló en París, donde se codeó con Luis XV, Madame de Pompadour y toda la crema de la corte. Se ganó la confianza real al punto de ser el cerebro detrás de la lotería estatal francesa en 1757, una idea que atrajo a nobles, banqueros y personajes ilustres. También hizo de espía, se reunió con Voltaire… pero su estilo de vida turbulento no cambiaba. Se vio envuelto en un fraude textil, falsificó letras de cambio y volvió a huir antes de ser atrapado.

De ahí en adelante, su pasaporte fue el escándalo. En Zúrich se refugió en una abadía; en Roma fue condecorado por el papa Clemente XIII; dejó boquiabierto a Federico el Grande en Prusia y conoció a Catalina la Grande en San Petersburgo. También pasó por Inglaterra y luego por España, donde terminó arrestado en Barcelona durante 42 días por un lío con la esposa del Capitán General. Casanova era un experto en ir del filósofo al proxeneta, del salón de Rousseau al burdel, con la misma soltura. A su lado, cualquier novela parece un cuento infantil.

Hombre con traje verde siglo XVIII mirando por la ventana. Foto hombre traje época siglo XVIII.

Ahora Casanova deambula por Italia, y como era de esperarse, no deja de sumar aventuras amorosas. Visita por segunda vez a su hija Leonilda en Nápoles, quien está casada con un noble masón, lo cual genera simpatía inmediata: Casanova también pertenecía a la masonería. Pero la historia se pone… retorcida. El noble, afectado por la gota y sin poder tener hijos, le pide a Casanova que se acueste con su esposa para asegurar descendencia —ignorando que en realidad está hablando con el padre biológico de Leonilda. Sí, como para una telenovela.

Durante algunas semanas en la casa de campo del noble, Casanova mantiene relaciones con una doncella para disimular sus visitas a Leonilda… y también con Lucrezia, madre de Leonilda y antigua amante suya. Así que el triángulo (¿o cuadrado?) amoroso se vuelve de lo más peculiar.

En 1776, su madre fallece en Dresde. Para regresar a Venecia, se le exige cumplir una misión diplomática en nombre de la ciudad y actuar como espía para la Inquisición. Vuelve en 1774, pero sus informes son tan vagos que no delatan a nadie. En 1779, comienza una vida algo más tranquila con Francesca Buschini, una costurera, y se lanza a probar suerte como empresario teatral.

Pero el drama no tarda en volver. En 1782, publica un libelo contra el noble Carlo Grimani, acusándolo de hijo ilegítimo por una disputa de deudas. Como resultado, es expulsado otra vez de Venecia y parte hacia Trieste en 1783. La paz no era lo suyo, definitivamente.

Ilustración antigua del siglo XVIII con hombre cortejando a una dama. Dibujo época siglo XVIII dama caballero.

Casanova no se detuvo. Comenzó otro tour por Europa, partiendo de Viena y pasando por Bolzano, Augsburgo, Aquisgrán, Maguncia, Frankfurt, Spa, París y de nuevo Viena, donde trabajó como secretario del embajador Sebastiano Foscarini. El 20 de septiembre tuvo una reunión nada menos que con Benjamín Franklin. Después visitó Dresde, Berlín y Praga, donde coincidió con Lorenzo da Ponte y Mozart mientras escribían Don Giovanni. Se dice que esa ópera se inspiró, en parte, en sus relatos amorosos. No es descabellado pensarlo.

En 1785, el conde de Waldstein, también masón, le ofrece encargarse de la biblioteca de Dux, en Bohemia. Casanova acepta, y este será su último trabajo. En 1795 muere su hermano Giambattista, pintor y director de la Academia de Dresde, y ese mismo año Casanova se entrevista con Goethe en Weimar.

Aunque parecía una vida tranquila, no era feliz en Bohemia. Allí comenzó a escribir sus memorias, que hoy conocemos como Historia de mi vida. No las terminó: murió el 4 de junio de 1798, con 73 años, dejando 27 años de historias sin contar. En el prólogo dejó clara su filosofía: “…entre los tormentos del Infierno, ningún sacerdote ha mencionado jamás el aburrimiento.”

¿Y cuál era su secreto con las mujeres? Muy simple: las trataba como iguales. En una época en la que el consentimiento era una rareza, Casanova sabía escuchar, preguntar y entregarse. Y eso, querido lector, seduce más que mil palabras.

Retrato de hombre del siglo XVIII con traje rojo y peluca empolvada en su estudio. Pintura retrato siglo XVIII caballero erudito.

Fragmentos de Historia de mi vida

Nací en Venecia el 2 de abril de 1725. Hasta los nueve años fui un crío bastante torpe, pero tras una hemorragia que casi me despacha al otro mundo, me enviaron a Padua. Allí me curaron, me eduqué y terminé vestido de abate rumbo a Roma, donde mi carrera dio su primer giro gracias (o por culpa) de la hija de mi profesor de francés. El cardenal Acquaviva, mi jefe en ese entonces, no vio con buenos ojos mis sentimientos y me despidió. Con dieciocho años serví a mi patria en Constantinopla, y al regresar, terminé de violinista… hasta que un noble veneciano me adoptó. Así arranqué mis aventuras por Francia, Alemania y Viena.

Una de mis historias favoritas la viví con la señora F.. Mientras su doncella le cortaba el pelo, recogí unos mechones y, algo travieso, me guardé uno. Ella me lo pidió de vuelta, seria pero dulce. Ofendido, se lo devolví con gesto desdeñoso. Me encerré fingiendo enfermedad. Por la tarde vino a verme y, al despedirse, me dejó un paquetito: ¡un regalo de mechones larguísimos! Con ellos me hice un cordón (por si el amor me desesperaba) y el resto lo trituré y mezclé con ámbar, azúcar, vainilla y otros ingredientes para preparar unas grageas únicas. Cuando me preguntó qué llevaban, le dije: “Tienen algo que me obliga a amarte”.

Retrato de hombre del siglo XVIII con traje azul y querubín en el fondo. Pintura retrato siglo XVIII querubín.

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