Puede sonar una pregunta casi insultante para cualquier amante de la historia o la ciencia, pero… ¿realmente sabemos quién fue Isaac Newton? Más allá de la imagen popular del tipo que recibió un manzanazo en la cabeza y de ahí sacó las famosas leyes de la gravedad, la historia de Newton es mucho más interesante (y no, no iba caminando despistado bajo un manzano todo el día).
Hoy haremos un breve repaso por la vida de este genio. Isaac Newton nació en Inglaterra el 4 de enero de 1643, al menos según nuestro calendario actual. Porque si hablamos del calendario juliano (el que se usaba antes), entonces habría nacido el 25 de diciembre de 1642. Sí, como un regalo de Navidad adelantado.
De pequeño, su vida parecía encaminada hacia algo mucho más terrenal: su madre, siguiendo la costumbre de la época, le asignó el trabajo de granjero. Pero no pasó mucho tiempo hasta que notó que su hijo tenía dotes extraordinarios para las ciencias. Con buen ojo (y probablemente algo de intuición maternal), decidió revocar su vida de campo y apostar por impulsar su talento natural.
Spoiler: fue una decisión acertadísima. Gracias a ese pequeño giro del destino, el mundo ganó a uno de los científicos más influyentes de toda la historia.

Con el tiempo, Isaac Newton ingresó en la prestigiosa Universidad de Cambridge, donde absorbió los conocimientos de los grandes científicos y filósofos de su época. Entre sus influencias más destacadas se encuentran René Descartes, Galileo Galilei y Francis Bacon. Sin embargo, Newton no se conformó con repetir lo que aprendía; pronto enfocó sus esfuerzos en la física y las matemáticas, logrando desarrollar teorías revolucionarias cuando apenas tenía 29 años. Sí, mientras algunos a esa edad apenas aprenden a cocinar sin quemar la cocina, Newton ya estaba cambiando el rumbo de la ciencia.
Se convirtió en el protagonista indiscutible de la Revolución Científica del siglo XVI. Entre sus muchísimos logros destaca la formulación de la mecánica clásica, el desarrollo del teorema del binomio y el hallazgo del cálculo integral, que revolucionaron completamente las matemáticas. Pero donde realmente Newton brilló con luz propia fue en la física.
Sus aportes incluyen la teoría de la naturaleza corpuscular de la luz, la construcción del primer telescopio reflector, la descomposición de la luz blanca usando un prisma, y avances clave en áreas como la termodinámica, la acústica y la óptica. Básicamente, Newton era como ese compañero que no solo hace todo el trabajo en equipo, sino que además inventa la asignatura.

Aunque era dueño de una mente brillante, Isaac Newton también sufrió episodios bastante complicados. A lo largo de su vida atravesó graves crisis psíquicas, que lo llevaron a largos periodos de aislamiento. En ocasiones padecía depresión, hipocondría, paranoia, insomnio y cambios abruptos de conducta. Muchos creen que estos síntomas estaban relacionados con un posible envenenamiento por mercurio, consecuencia de sus experimentos alquímicos. Sí, además de físico y matemático, Newton también le metía mano a la alquimia… no todo iba a ser cálculo y telescopios.
Su lugar eterno en la historia llegó gracias a su obra cumbre: “Principios matemáticos de la filosofía natural”. En este monumental trabajo, Newton formuló las famosas tres leyes del movimiento: la ley de la inercia, la ley de la dinámica y la ley de acción y reacción. Como si eso fuera poco, la combinación de estas leyes llevó a un cuarto principio aún más famoso: la ley de la gravedad.
Sobre el origen de esta última hay una anécdota bastante jugosa. Según William Stukeley, su biógrafo, Newton estaba tranquilamente bajo la sombra de un manzano en su granja en 1666, cuando una manzana cayó. No, no le golpeó la cabeza (por mucho que Hollywood insista). La escena le hizo preguntarse: ¿Por qué la manzana siempre cae perpendicularmente hacia el suelo? Y así empezó a hilar una de las teorías más revolucionarias de todos los tiempos.

En efecto, en la famosa escena hubo una manzana de por medio, pero no, no le cayó en la cabeza «encendiéndole la bombilla» como vemos en tantas versiones románticas de la historia. Isaac Newton no necesitó un chichón para tener una idea revolucionaria. Eso sí, aquel simple fruto fue suficiente para hacerle plantearse algo gigante: la existencia de la gravedad, una fuerza universal de atracción entre los cuerpos.
Según su modelo, esta fuerza podía expresarse mediante una fórmula bastante elegante: el producto de las masas de los dos objetos, dividido por el cuadrado de la distancia que los separa. Fácil de decir, complicado de imaginar si no eres un genio, ¿no?
Gracias a esta formulación, Newton pudo explicar cosas que antes parecían casi magia: por qué las órbitas de los planetas alrededor del Sol son elípticas, cómo la Luna provoca las mareas en la Tierra y por qué todo objeto cae irremediablemente al suelo (adiós, sueños de flotar como en los dibujos animados). Así, un gesto tan cotidiano como ver caer una fruta se convirtió en la semilla de una de las teorías más importantes de la historia de la ciencia.

Isaac Newton no solo revolucionó la física y las matemáticas, también tenía una pasión bastante peculiar: la alquimia. Aunque hoy suene a pócimas de magos, en su época era un campo serio… aunque prohibido. Desde 1404, bajo el reinado de Enrique IV, la práctica de la alquimia fue ilegal y no se derogó hasta 1689. Para entonces, Newton ya estaba bastante curtido en años y, para no arruinar su reputación, mantenía sus experimentos alquímicos en secreto, trabajando en el sótano de su casa. Se entregaba tanto a esta actividad que solía acostarse a las dos o tres de la madrugada. Una de las tragedias más amargas de su vida ocurrió en 1693, cuando su perro Diamond provocó un incendio que destruyó buena parte de sus valiosos apuntes alquímicos, dejándolo sumido en una profunda depresión.
Otra curiosidad menos incendiaria es su descubrimiento sobre la naturaleza de la luz blanca. Newton comprobó que la luz no era pura ni homogénea, sino que estaba compuesta por varios rayos de colores. Este hallazgo le permitió diseñar el telescopio reflector, una mejora brutal frente a los telescopios tradicionales que usaban lentes. ¿El truco? Sustituir lentes por espejos, logrando así imágenes mucho más claras y nítidas. Gracias a este invento, en 1671 fue admitido en la prestigiosa Royal Society, donde además se convirtió en presidente en 1703, cargo que mantuvo hasta su muerte en 1727. Sí, todo un jefe hasta el final.

Entre sus muchas aventuras menos conocidas, Isaac Newton también fue miembro del Parlamento Británico entre 1689 y 1690. ¿La razón? Su firme defensa de los derechos de la Universidad de Cambridge frente al entonces rey Jacobo II. Aunque era uno de los miembros más respetados, su paso por la política fue más anecdótico que heroico. De hecho, cuentan que solo habló una vez en toda su legislatura… ¡y fue para pedir que cerraran una ventana porque la corriente de aire amenazaba con llevarse su peluca! Todo un momento épico para los anales de la historia británica.
Después de una vida entregada a la ciencia y de regalarnos teorías que cambiaron para siempre nuestra forma de entender el universo, Newton falleció el 31 de marzo de 1727 en Londres, mientras dormía, a causa de una disfunción renal. Tenía 84 años (según el calendario gregoriano, claro). Su legado era tan colosal que, apenas ocho días después, el 8 de abril de 1727, recibió uno de los mayores honores posibles: fue el primer científico enterrado en la Abadía de Westminster, descansando en un lugar reservado para los personajes más ilustres de la historia británica. Nada mal para alguien que empezó su vida destinado a ser granjero, ¿no?
