El papa, como todos sabemos, es la máxima autoridad de la Iglesia Católica y goza de un trato honorífico y protocolario como jefe de Estado. A lo largo de los dos milenios desde la llegada de Jesús, han habido 266 papas, siendo Pedro el primero.
Entre ellos, algunos papas no solo tuvieron una gestión polémica, sino que abusaron de su poder. A continuación, mencionamos a seis de estos papas, sin establecer un ranking sobre quién fue el peor, ya que la comparación es compleja.
Bonifacio VIII (1294-1303)
Según historiadores como Chamberlain, Bonifacio VIII se dedicó a la venta de sacramentos y a favorecer a familiares con cargos dentro de la iglesia. Además, otro historiador, Durant, lo acusa de practicar brujería, de llamar hipócrita a Jesucristo, de negar la vida futura y de ser un ateo. Incluso se le señala de ser un pervertido pedófilo.
El célebre Dante Alighieri le reservó un lugar en el infierno de su obra «La Divina Comedia», antes de su muerte. Este hecho refleja el nivel de desprestigio que alcanzó durante su papado, donde sus abusos de poder y comportamientos fueron ampliamente criticados, tanto en vida como en la posteridad.

Alejandro VI: el papa más polémico del Renacimiento
Alejandro VI, cuyo nombre real era Rodrigo Borgia, es frecuentemente citado como uno de los papas más controvertidos de la historia. Su papado, entre 1492 y 1503, estuvo marcado por el escándalo, la corrupción y el abuso del poder papal para beneficio personal y familiar.
El académico del siglo XVIII, Edward Gibbon, afirmó que este papa “presidió más orgías que misas”, y no fue el único en señalar su comportamiento escandaloso. Algunos historiadores relatan que organizaba banquetes con bailarinas, a quienes hacía desnudarse lentamente frente a él y su familia, antes de obligarlas a postrarse a sus pies como animales. En ocasiones, participaban o presenciaban actos sexuales con otros invitados.
Rodrigo Borgia tuvo cuatro hijos reconocidos, pero circulan rumores históricos de que tuvo un quinto hijo con su propia hija, Lucrezia Borgia, lo que, aunque no comprobado, alimenta su oscura leyenda. Aprovechó su posición para colocar a familiares en altos cargos políticos y fortalecer el poder de la familia Borgia en Europa.
Para lograr el trono papal, recurrió a sobornos, amenazas y manipulación política, en un periodo en el que la Iglesia era vista más como un centro de poder que como guía espiritual.
Su figura encarna lo peor del papado renacentista: una mezcla de ambición desmedida, escándalo moral y corrupción eclesiástica.

Julio III: el papa que convirtió a un mendigo en cardenal
El papado de Julio III, que se extendió entre 1550 y 1555, no destacó precisamente por sus logros espirituales, sino por un escándalo que aún resuena entre los más curiosos episodios del Vaticano renacentista. El protagonista de esta historia fue Inocencio Ciocchi Del Monte, un adolescente mendigo que el papa encontró… peleando con el mono de un vendedor ambulante en las calles de Parma. Sí, así como suena.
Julio III se encariñó tanto con el muchacho —a quien adoptó como sobrino— que decidió darle un pequeño empujón en la vida. ¿Le consiguió una beca? ¿Un trabajo humilde en la Iglesia? No. Lo nombró cardenal. Y eso que Inocencio era analfabeto, no tenía formación eclesiástica y su experiencia religiosa probablemente se limitaba a pasar frente a alguna iglesia.
El nombramiento causó tal escándalo en Roma que hasta se escribió un poema épico satírico titulado “En elogio de la sodomía”, atribuido —según algunos rumores— a un arzobispo indignado. El poema, claro está, señalaba la relación inapropiada entre el papa y su protegido con una ironía que ardía más que el incienso en Semana Santa.
Aunque hoy se intenta mirar estos hechos con distancia histórica, la figura de Julio III sigue siendo símbolo de cómo el poder eclesiástico pudo desviarse del camino espiritual en favor de intereses personales y caprichos difíciles de justificar.

Sergio III: entre asesinatos, amantes y el inicio de la “pornocracia”
El papa Sergio III, quien ocupó el trono de San Pedro entre 904 y 911, no pasará a la historia como un modelo de santidad. De hecho, su papado marca el inicio de una de las etapas más oscuras del Vaticano: la pornocracia, o “gobierno de las prostitutas”, como la llamaron algunos cronistas sin pelos en la lengua.
Se dice que mandó asesinar a su predecesor, el papa León V, para ocupar su lugar. Como si eso no fuera suficiente, tuvo una relación con Marozia, una adolescente de familia poderosa… y también prostituta, según algunas fuentes. El fruto de esa relación fue Juan XI, quien más tarde también sería papa, cerrando así un círculo familiar tan irregular como escandaloso.
Para muchos de sus contemporáneos, Sergio III fue un verdadero “esclavo de todos los vicios”, como lo tildaron varios cardenales. Y no exageraban. Además de su relación con Marozia, también habría tenido amoríos con su madre, la esposa del influyente senador Teofilacto I, quien controlaba Roma en esa época.
Durante su papado, la Iglesia cayó bajo el dominio de intereses políticos y sexuales. Los historiadores señalan que este periodo frenó el avance espiritual y cultural de Europa, con un papa más preocupado por su linaje ilegítimo que por los evangelios.
Sergio III es un claro ejemplo de cómo el poder, si cae en malas manos, puede convertirse en una verdadera tragedia histórica.

Juan XII: el joven papa que convirtió el Vaticano en un burdel
Juan XII, conocido sin tapujos como “el papa fornicario”, llegó al papado con solo dieciséis años, en pleno siglo oscuro de la Iglesia. Para ponerle más sabor al escándalo: era nieto de Marozia (la amante de Sergio III) y bisnieto de Teodora, dos figuras clave en la época de la pornocracia papal. Con esa genealogía, la polémica venía incluida.
Desde que asumió, Juan XII convirtió el palacio de Letrán en una especie de antro medieval, donde las orgías, el alcohol y los abusos eran moneda corriente. Se le acusó de tener relaciones sexuales con dos de sus hermanas, además de mantener múltiples aventuras con mujeres casadas, viudas y hasta con peregrinas que simplemente iban a rezar.
No discriminaba: si alguien se acercaba a pedirle una bendición, podía terminar siendo parte de sus deslices. Algunos cronistas lo describieron como un joven sin escrúpulos, capaz de cambiar cargos eclesiásticos por favores sexuales sin ningún remordimiento.
Su final fue tan trágico como predecible: murió a los 27 años, golpeado con un martillo por el marido celoso de una mujer con la que se encontraba en “pleno acto”. Nada de santos ni martirios… el escándalo lo acompañó hasta el último segundo.
A día de hoy, Juan XII sigue siendo uno de los papas más controvertidos de la historia, un ejemplo perfecto de cuando el poder absoluto se combina con la inmadurez… y muchas, muchas hormonas descontroladas.

Benedicto IX: el papa que vendía el trono de San Pedro como si fuera una bicicleta usada
Benedicto IX no solo fue uno de los papas más jóvenes de la historia (asumió con unos 20 años), también fue el más escandaloso, voluble y corrupto. ¿Cómo explicar a un pontífice que vendió el papado no una, sino dos veces? Así es: primero lo cedió por una fortuna en oro a su propio padrino, luego se arrepintió, volvió al poder, y lo revendió otra vez… esta vez, ¡para casarse!
Pero claro, el matrimonio tampoco le funcionó y decidió volver al trono una tercera vez, hasta que finalmente lo expulsaron. A estas alturas, parecía más un reality show que una institución sagrada.
Las crónicas de la época (y los historiadores más indulgentes) lo describen como un hombre inmoral, corrupto, e incluso homosexual —algo duramente condenado por la Iglesia en ese entonces. Según algunos testimonios, convirtió el palacio papal en un burdel masculino, lo que le valió el apodo de “demonio del infierno disfrazado de monje”. Duro.
Se dice que su reinado fue tan caótico, que hasta los más poderosos de Roma se unieron para sacarlo de allí a patadas (figuradamente… o no).
Benedicto IX encarna todo lo que puede salir mal cuando mezclas juventud, poder absoluto y cero responsabilidad. Si la idea era representar a Dios en la Tierra, pues… spoiler alert: falló estrepitosamente.
