¿Alguna vez alguien te ha dicho “eso lo llevas en los genes”? Seguro se refería a esa mirada intensa, tu forma de reír o esa habilidad para cantar que parece venir de familia. Pero… ¿qué significa exactamente tener algo “en los genes”?
Resulta que los genes son como las instrucciones internas que ayudan a definir cómo somos. No solo influyen en nuestro aspecto físico, sino también en algunos comportamientos, habilidades, y sí, incluso en la posibilidad de desarrollar ciertas enfermedades.
Para entender mejor esto, hagamos una pequeña parada en la biología básica. La mayoría de los seres vivos, nosotros incluidos, estamos formados por células, y dentro de ellas hay una molécula muy especial llamada ADN (ácido desoxirribonucleico, por si te gusta impresionar en reuniones familiares).
El ADN es como un libro de recetas muy, muy largo, escrito con solo cuatro letras: A (adenina), T (timina), C (citosina) y G (guanina). Estas letras químicas se combinan en secuencias específicas para formar las instrucciones que dicen, por ejemplo, qué color tendrán tus ojos o cómo responderá tu cuerpo ante una enfermedad.
Este ADN se encuentra enrollado en filamentos ultrafinos dentro del núcleo de cada célula, y en esos segmentos llamados genes es donde está toda la acción. En resumen: si el cuerpo fuera una fábrica, los genes serían los planos que dicen qué hacer y cómo hacerlo.
Así que sí, cuando alguien dice que algo lo llevas en los genes… ¡puede que tenga toda la razón!

Entonces… ¿qué pintan los genes en todo esto? Pues mucho, en realidad. Los genes están hechos de ADN, y sus patrones de letras —A, T, G y C— contienen las instrucciones para que tu cuerpo funcione bien. Por ejemplo, dicen cómo producir enzimas que digieren los alimentos o el pigmento que le da color a tus ojos. Vamos, son como recetas de cocina pero biológicas.
Cada vez que tus células se dividen, copian y transmiten esta información genética a las nuevas. Todo bien organizado, como en una fotocopiadora muy eficiente que no se toma descansos.
El ADN no está suelto por ahí: se enrolla sobre sí mismo formando estructuras llamadas cromosomas. En la mayoría de las células humanas hay 23 pares de cromosomas, o sea, 46 en total. Pero en las células reproductoras (espermatozoides y óvulos), solo hay 23. La mitad viene de mamá y la otra mitad de papá. Si eres niño, tienes un cromosoma X de tu madre y un Y de tu padre. Si eres niña, tienes un cromosoma X de cada uno.
Cada gen es como un fragmento de ADN dentro de esos cromosomas y se encarga de determinar cosas tan importantes como tu altura, color de cabello o tipo de sangre. Como tienes dos copias de casi todos los cromosomas, también tienes dos copias de cada gen, excepto en los casos del cromosoma X e Y en los hombres, que ahí solo hay una versión disponible. ¡La genética es una lotería bastante bien organizada!

Algunos rasgos físicos o biológicos se deben a un solo gen, mientras que otros resultan de la combinación de varios. Y si consideramos que cada persona tiene alrededor de 25.000 genes distintos, ¡las combinaciones posibles son prácticamente infinitas! Por eso nadie es exactamente igual a otro, ni siquiera los gemelos idénticos.
Ahora bien, ¿qué tiene que ver esto con la herencia? Mucho. La herencia es básicamente el pase de genes de una generación a la siguiente. Sí, heredaste genes de tu madre y tu padre, y eso influye en características como tu estatura, el color de tus ojos, tu tono de piel… incluso si eres más de ciencias o más de correr maratones.
Pero no todo depende del ADN. El ambiente en el que creces, lo que comes, la gente con la que te rodeas o cuánto duermes también influye en tus habilidades y personalidad. Tus genes marcan una base, pero tu entorno ayuda a escribir la historia.
A veces, los genes pueden sufrir cambios, llamados mutaciones genéticas. Algunas son inofensivas (como que te cambie el color del pelo), pero otras pueden afectar la salud. Generalmente, si una copia de un gen falla, la otra puede seguir haciendo el trabajo sin problemas. Este tipo de transmisión se llama herencia autosómica recesiva, y es más común de lo que imaginas.
En resumen: tus genes te dan un punto de partida, pero no son un destino escrito. ¡La combinación entre herencia y entorno es lo que realmente te hace único!

Para que una persona muestre un rasgo recesivo o desarrolle una enfermedad genética recesiva, necesita tener una mutación en ambas copias del mismo gen. Esto significa que su cuerpo no contará con ninguna versión funcional de ese gen, lo que puede alterar su funcionamiento normal.
Los genes pueden ser dominantes o recesivos. Un gen dominante se manifiesta aunque solo una de las dos copias esté mutada. Es como si la mutación tomara el control, ignorando completamente a la copia «sana». En esos casos, la persona presenta el rasgo o incluso puede desarrollar la enfermedad, aunque tenga una copia del gen en buen estado.
Las mutaciones genéticas no siempre vienen de fábrica. Algunas personas nacen con ellas, pero otras las desarrollan con el tiempo. Estas mutaciones pueden aparecer cuando las células envejecen o se exponen a químicos, radiación o incluso errores aleatorios durante la duplicación celular. Afortunadamente, el cuerpo tiene mecanismos de reparación bastante eficientes, aunque no infalibles.
Cuando una mutación está presente en un óvulo o espermatozoide, esa alteración se transmite al hijo y estará en todas las células de su cuerpo. En esos casos, el organismo no puede reparar el error porque ya nace con él. Este tipo de mutaciones puede ser responsable de diversas condiciones hereditarias.
Así que sí, aunque los genes suenen a ciencia lejana, en realidad influyen bastante más de lo que imaginamos en cómo somos, cómo nos enfermamos… y cómo funcionamos por dentro. ¡Son como el software interno del cuerpo!

¿Y qué son exactamente las enfermedades genéticas? Son trastornos causados por mutaciones en los genes, y hasta ahora se han identificado más de 4.000 enfermedades de este tipo. Pero ojo: tener una mutación genética no significa que vayas a enfermarte automáticamente. A veces, ese gen alterado se queda tranquilo y nunca causa problemas.
De hecho, se estima que todos llevamos entre cinco y diez genes mutados en cada célula de nuestro cuerpo. Lo complicado ocurre cuando uno de esos genes es dominante, o cuando ambas copias de un gen recesivo están alteradas. También puede haber lío si varias mutaciones interactúan entre sí o con el ambiente, aumentando la probabilidad de desarrollar una enfermedad.
Si una persona hereda un gen dominante defectuoso, lo más probable es que desarrolle la enfermedad. Y cada hijo suyo tendrá un 50% de probabilidad de heredar ese gen. Entre las enfermedades causadas por genes dominantes están la acondroplasia, el síndrome de Marfan y la corea de Huntington.
Por otro lado, quienes solo tienen una copia mutada de un gen recesivo se consideran portadores. No presentan síntomas porque la otra copia del gen sigue funcionando bien. Pero si dos portadores tienen un hijo, hay un 25% de probabilidades de que ese hijo herede ambos genes defectuosos y desarrolle la enfermedad. Ejemplos conocidos son la fibrosis quística, la anemia falciforme y la enfermedad de Tay-Sachs. En resumen: tus genes no lo deciden todo, ¡pero sí tienen bastante que decir!

En el caso de algunas mutaciones genéticas recesivas que están en el cromosoma X, hay una gran diferencia entre hombres y mujeres. ¿Por qué? Porque los hombres solo tienen un cromosoma X, heredado de su madre. Si ese único X tiene una mutación, no hay copia de seguridad: la enfermedad se manifiesta.
En cambio, las mujeres tienen dos cromosomas X, por lo que, si uno tiene una mutación, el otro puede compensar. Por eso, en la mayoría de los casos, las mujeres son portadoras sin presentar síntomas, mientras que los hombres sí pueden desarrollar la enfermedad. Ejemplos conocidos de estas condiciones son la hemofilia, un problema de coagulación de la sangre, y el daltonismo, que afecta la percepción de los colores.
Además, en el proceso de creación de un nuevo ser humano, pueden ocurrir errores inesperados. A veces, cuando un óvulo y un espermatozoide se unen, la célula resultante puede recibir demasiados cromosomas o muy pocos. Este desajuste en el número de cromosomas puede provocar consecuencias genéticas importantes para el desarrollo del bebé.
Un ejemplo de este tipo de alteraciones es el síndrome de Down, causado por la presencia de una copia extra del cromosoma 21. Estos errores suelen ser espontáneos y no siempre tienen explicación clara.
En resumen, nuestros cromosomas y genes son como piezas de un rompecabezas delicado: basta con que una encaje mal para que todo el panorama cambie. Fascinante, ¿no? La genética tiene sus trucos.



