En la década de 1960, un grupo de científicos, bajo la dirección del neurólogo John C. Lilly, inició uno de los experimentos más singulares y controvertidos de la historia de la ciencia: enseñar inglés a un delfín. Lilly, conocido por ser pionero en el estudio de la inteligencia animal, creía firmemente que los delfines poseían una capacidad cognitiva similar a la de los seres humanos. Su teoría se basaba en el tamaño de su cerebro, que, según él, era un 40% más grande que el de los humanos en relación con su tamaño corporal. Este hecho, pensaba Lilly, les otorgaba el potencial para comprender e incluso comunicarse utilizando el lenguaje humano.
Con esa visión en mente, Lilly comenzó un proyecto revolucionario en un laboratorio ubicado en las Islas Vírgenes, Estados Unidos, donde exploraba los límites de la comunicación inter-especies. El objetivo era descubrir si los delfines podían entender las complejidades del lenguaje humano y, quizás, incluso interactuar con los humanos de una forma completamente nueva. El proyecto, aunque fascinante, no estuvo exento de polémica, ya que generó un debate sobre los límites éticos de la experimentación científica con animales.
Aunque el experimento fue altamente controvertido, dejó una huella indeleble en la forma en que entendemos la inteligencia animal y las posibilidades de comunicación entre especies.

El experimento, conocido como “El Proyecto del Delfín”, fue diseñado para durar 10 semanas con el objetivo de enseñar a una delfín hembra, llamada Peter, a comprender el inglés. Para llevarlo a cabo, se contrató a Margaret Howe, una joven de 23 años, quien debía convivir con Peter en un ambiente controlado. La idea era que Margaret interactuara con el delfín constantemente, utilizando palabras y frases en inglés, con la esperanza de que Peter se familiarizara con ellas. Al principio, los avances fueron sorprendentes, y muchos comenzaron a pensar que este proyecto podría abrir una nueva puerta en la comprensión de la inteligencia animal y la capacidad de los delfines para comunicarse con los humanos de manera más avanzada.
Sin embargo, a medida que avanzaba el experimento, comenzaron a surgir dificultades imprevistas. Aunque Peter parecía responder a algunos comandos y señales, su capacidad para comprender el lenguaje humano no se desarrolló como Lilly y su equipo esperaban. A pesar de ciertos avances iniciales, no hubo evidencia clara de que el delfín pudiera dominar el inglés de forma significativa. Los resultados empezaron a alejarse de las expectativas, y surgieron dudas sobre la viabilidad de la comunicación entre especies tan distantes. Lo que al principio parecía un paso hacia una mayor comprensión de la cognición animal se transformó en un desafío mucho más complejo de lo que los científicos habían anticipado.

Una de las complicaciones más grandes del experimento fue el entorno artificial en el que se llevó a cabo. El hecho de que Peter viviera en un laboratorio, lejos de su hábitat natural, podría haber influido significativamente en su comportamiento. Los expertos apuntan que el estrés generado por los entornos controlados puede afectar la capacidad de los animales para aprender, especialmente cuando se les somete a condiciones tan inusuales durante largos períodos de tiempo.
De hecho, algunos estudios posteriores sugirieron que, aunque los delfines son animales altamente inteligentes, no están naturalmente preparados para aprender un idioma tan complejo como el humano. Esto se debe a las diferencias en la estructura cerebral y la manera en que procesan la información, que es muy distinta a la de los humanos. Aunque los delfines tienen habilidades comunicativas impresionantes, el aprendizaje de un lenguaje humano podría requerir una capacidad cognitiva completamente diferente, algo que, al parecer, estaba más allá de lo que el experimento pudo abarcar.
Este aspecto del estudio mostró que, a pesar de la enorme inteligencia de los delfines, las diferencias entre especies pueden ser mucho más profundas de lo que se pensaba, lo que plantea la complejidad de intentar enseñarles un lenguaje humano.

El proyecto también generó una gran cantidad de críticas debido a la manera en que se llevó a cabo. Aunque los avances iniciales fueron sorprendentes, las condiciones de vida tanto de Margaret Howe como del delfín Peter pronto se volvieron incómodas. Al estar en contacto constante con el delfín, Margaret pasó a vivir con él 24 horas al día, lo que creó un vínculo emocional muy fuerte entre ambos. Este vínculo cercano comenzó a desdibujar la línea entre lo personal y lo científico, convirtiendo las interacciones en algo mucho más emocional que profesional. Como resultado, el estudio se volvió aún más controversial.
Algunos críticos señalaron que la relación entre Margaret y Peter superó el ámbito de la interacción profesional, lo que podría haber influido en los resultados y su interpretación. Las emociones y el afecto mutuo, aunque naturales, podrían haber distorsionado la objetividad del experimento. Además, la constante exposición del delfín al lenguaje humano en un ambiente tan restringido generó serias dudas sobre la ética de la experimentación. ¿Hasta qué punto era justo someter al delfín a esas condiciones? Las preguntas sobre el bienestar animal comenzaron a tomar protagonismo, haciendo que muchos se cuestionaran si los métodos empleados eran realmente apropiados para un estudio de esta magnitud.

A pesar de las controversias, el experimento de los delfines dejó un legado importante en el campo de la investigación animal. Aunque no logró los resultados esperados, abrió la puerta a nuevos estudios sobre la cognición de los delfines y otros animales marinos. Los avances posteriores en la comprensión de la inteligencia animal y la comunicación inter-especies siguieron siendo fundamentales para el progreso científico. Este experimento no solo demostró los límites de lo que los humanos podemos comprender sobre los animales, sino que también reveló los límites de nuestra propia interpretación de la inteligencia y el lenguaje.
El legado del proyecto no se limita únicamente a la ciencia, sino que también suscitó preguntas más profundas sobre la ética de los estudios con animales y la responsabilidad que los humanos tienen respecto a las especies con las que compartimos el planeta. En lugar de intentar forzar a los animales a adaptarse a nuestras propias formas de comunicación, algunos sugirieron que el experimento de los delfines debería haber centrado más en comprender la comunicación natural de estas criaturas. En lugar de imponerles nuestro idioma, tal vez deberíamos haber aprendido a escuchar su lenguaje, que aunque diferente, es igualmente complejo y significativo.
Este enfoque podría haber ofrecido una visión más respetuosa y profunda de las capacidades cognitivas de los animales, evitando imponer nuestras expectativas y reconociendo la riqueza de sus propios sistemas de comunicación.

Finalmente, el experimento también reflejó la fascinación que los seres humanos sienten por los delfines y su inteligencia. A lo largo de los siglos, estos animales marinos han sido considerados símbolos de sabiduría y libertad. Hoy en día, los delfines siguen siendo objeto de numerosos estudios científicos, y su capacidad para interactuar con los humanos continúa siendo un tema de profunda fascinación. Aunque el experimento de los años 60 no logró los resultados esperados, sirvió como un recordatorio de que la verdadera comprensión entre especies requiere un enfoque más profundo y respetuoso.
El desafío de comunicarnos con otras formas de vida sigue siendo uno de los misterios más grandes de la ciencia. Este tipo de estudios no solo abren puertas a nuevas investigaciones, sino que también nos invitan a reflexionar sobre nuestras propias capacidades y limitaciones. Quizás, al tratar de entender a los delfines y otras criaturas, descubramos no solo sus lenguajes y formas de interactuar, sino también una mayor comprensión del mundo natural. Este es un camino que, aunque lleno de desafíos, podría acercarnos a una conexión más profunda con el planeta y sus habitantes, invitándonos a ver más allá de nuestras propias fronteras de conocimiento.
