Si hiciéramos un ranking de los mitos de la historia que arrastramos desde el colegio, el de un Napoleón diminuto se llevaría la corona. La broma fácil de “es bajito, pero mandón” se coló en caricaturas, cómics y hasta en chistes de tíos en la sobremesa. Sin embargo, los registros militares franceses lo describen con 5 pies 2 pulgadas del viejo sistema galo, que equivalen a 1,69 m modernos: exactamente la estatura media de un varón europeo de 1800. ¿Por qué la confusión? Principalmente porque los británicos—enemigos número uno del corso—traducían esos “pies franceses” a su propio sistema y lo pintaban literalmente más bajo para ridiculizarlo.
Luego llegó la propaganda: un general pequeño contra un imperio gigantesco resulta un relato perfecto para periódicos sensacionalistas. El uniforme, con casaca cerrada y sombrero bicornio, alargaba el torso y hacía parecer sus piernas más cortas en los retratos. De ahí al imaginario popular solo hubo un paso.
El efecto “grandeza inversa”
Este fenómeno es casi de manual: exagerar un defecto físico del adversario para minimizar sus logros. En pleno siglo XXI, la imagen del “pequeño Napoleón” sigue en libros de texto y memes. Así, el falso dato reaparece cada cierto tiempo como prueba de que muchos mitos de la historia persisten por pura inercia cultural.

Otra joya de los mitos de la historia: los vikingos con cascos de cuernos.
Hollywood, óperas de Wagner y disfraces de carnaval consolidaron la idea de enormes bárbaros escandinavos atacando aldeas mientras los cuernos se balancean dramáticamente al viento. El hallazgo arqueológico, sin embargo, es contundente. Se han excavado cientos de tumbas vikingas con cascos: todos de hierro, lisos o con una simple tira nasal. Ni un solo cuerno.
Orígenes de la confusión
La imagen nació en el siglo XIX, cuando el romanticismo europeo idealizó la “noble salvajería” de los nórdicos. El ilustrador sueco Gustav Malmström añadió cuernos a sus dibujos y aquello encajó perfecto con la moda de recrear pasados épicos. Además, los sacerdotes cristianos medievales describían a los paganos como demonios; agregar cuernos cumplía la metáfora. Lo curioso es que, fuera de museos, el público cree que la evidencia arqueológica “aún no apareció”. No: el problema es que jamás existió.
Hoy los guías en museos de Oslo o Copenhague se ven obligados a repetir la frase “no había cuernos” a cada nuevo grupo. Aun así, la próxima serie épica volverá a mostrarlos. Así funcionan los mitos de la historia: son fáciles de recordar, difíciles de desmentir y muy rentables desde el punto de vista visual.

“En la Edad Media todo el mundo pensaba que la Tierra era plana”. Ese es quizá el más redondo de los mitos de la historia (chiste involuntario incluido). La realidad: desde al menos el siglo III a. C. sabios como Eratóstenes no solo sabían que era esférica, sino que calcularon su circunferencia con notable precisión. En 1320, el dominico Juan de Sacrobosco enseñaba el concepto en universidades europeas sin causar escándalo.
El culpable: Washington Irving
La narrativa moderna surgió en 1828 cuando el escritor estadounidense Washington Irving publicó una “biografía” novelada de Cristóbal Colón. Para añadir drama, presentó a Colón como visionario peleando contra una horda de clérigos terraplanistas. La anécdota se viralizó antes de que existiera la palabra “viral”: periódicos, obras escolares y manuales patrióticos estadounidenses la repitieron para exaltar el progreso científico ante el atraso religioso europeo. Curiosamente, los propios diarios españoles adoptaron la historia para romantizar al navegante.
Así, cada 12 de octubre, redes sociales se llenan de memes: “Colón demostró que la Tierra no era plana”. No, lo que él buscaba era una ruta más corta a Asia, partiendo de un planeta redondo cuya dimensión él—erróneamente—calculó más pequeña que la real. Pero la moraleja es clara: incluso un error de un novelista puede convertirse en uno de los mitos de la historia más resistentes.

Si quieres un ejemplo gourmet de mitos de la historia, sirve la famosa frase “¡Que coman pasteles!” atribuida a María Antonieta. La imagen de la reina frívola ante el hambre del pueblo es tan potente que nadie pregunta por la fuente. Spoiler: no existe. La expresión aparece por primera vez en “Las confesiones” de Rousseau… ¡escritas cuando la futura reina tenía nueve años y aún vivía en Austria! Rousseau ni siquiera menciona su nombre; habla de “una gran princesa”.
Propaganda revolucionaria con sabor a azúcar
Durante la Revolución Francesa, panfletos y caricaturas necesitaban villanos claros. La austríaca, con vestidos ostentosos y peinados imposibles, era la candidata ideal. Años después, historiadores como Alphonse Karr comprobaron que la reina solía donar dinero a orfanatos y apoyaba la llamada “ferme de la reine” para producir lácteos y pan a buen precio. Pero la sentencia cuajó. Hoy la repiten hasta en cursos de cocina histórica.

Albert Einstein sacó malas notas en matemáticas —ese “dato” se cita para motivar a estudiantes. Lo irónico es que es tan falso como un billete de tres dolares. Las boletas originales del Instituto Politécnico de Zúrich muestran dieces (sobre doce) en casi todas las materias de números. Entonces, ¿de dónde salió este ejemplo de mitos de la historia?
El tango de la traducción
La confusión comenzó cuando la prensa anglosajona interpretó el sistema suizo de calificaciones (donde 6 era la nota máxima) como si fuera al revés. Al ver varios “1” y “2”, concluyeron que Einstein era un desastre. Décadas más tarde, el propio físico bromeó al respecto y la anécdota se solidificó. Además, se ajustaba a la narrativa del “genio incomprendido”, otro cliché rentable.
En 2025, seguimos viendo posts motivacionales que dicen: “Si Einstein reprobó matemáticas, tú también puedes”. Sí, puedes… ¡pero no por ese motivo! Este caso demuestra que algunos mitos de la historia persisten porque nos ofrecen consuelo; desmontarlos exigiría aceptar la dura verdad de que el camino al éxito incluye mucho cálculo diferencial.

Para cerrar nuestro desfile de mitos de la historia, viajemos a Salem, 1692. Hollywood suele mostrar hogueras crepitantes, pero ningún “brujo” fue quemado allí; 19 personas fueron ahorcadas y una aplastada con piedras. Las fogatas corresponden a juicios europeos anteriores.
Cómo se encendió el fuego imaginario
Los juicios de Salem ocurrieron bajo jurisdicción puritana inglesa, que penalizaba la brujería con la horca, no con la pira. Sin embargo, novelistas del siglo XIX, deseosos de dramatismo, mezclaron las hogueras españolas e inquisitoriales con el escenario estadounidense. Ese error visual se hizo permanente en ilustraciones escolares y en la icónica película “El crisol”. Un detalle: los colonos sí quemaban cuerpos… después de la ejecución, para evitar “venganzas satánicas”. Esa posdata macabra se transformó, en el imaginario colectivo, en fuego en vivo y directo.
Hoy, cada Halloween, redes sociales se llenan de sombreros puntiagudos y llamas digitales. Pero la documentación judicial es clara: sogas y patíbulos, no antorchas.
