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3 relatos cortos de terror que te quitarán el sueño

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Tiempo de lectura: 7 minutos

El Guardián en Peligro

Aaron, un universitario en busca de empleo, se vio obligado a aceptar un trabajo como cuidador nocturno de un anciano enfermo. Su única tarea era asegurarse de que tomara sus medicinas y no estuviera solo. Aunque el empleo era demandante y tenía pocos días libres, la buena paga compensaba el esfuerzo.

Una noche libre, Aaron recibió una llamada urgente del anciano. Algo no estaba bien. Preocupado, se dirigió a la vieja casa del vecindario. Eran las siete de la noche, pero la oscuridad envolvía el ambiente con una sensación inquietante. Al llegar, el anciano confesó que no podía dormir porque sentía que alguien lo observaba.

Decidido a protegerlo, Aaron optó por quedarse. No imaginaba que aquella noche marcaría un antes y un después en su vida.

"Imagen de terror con una persona durmiendo y una figura fantasmal levitando en el techo. Ilustración sobre horror, misterio y sucesos paranormales."

El Guardián en Peligro

Los minutos transcurrían cuando, de repente, el teléfono de la casa sonó. Aaron contestó, pero lo que escuchó lo dejó helado: una voz ronca y amenazante le ordenó salir de inmediato o, de lo contrario, lo asesinaría. Pensando que era una broma, colgó sin responder.

Cinco minutos después, el teléfono volvió a sonar con la misma advertencia. Harto de la situación, Aaron decidió llamar a la policía. El oficial de turno le indicó que, si recibía otra llamada, intentara mantener la conversación para rastrear la línea.

Cuando el teléfono sonó nuevamente, Aaron enfrentó al desconocido: «No me iré de aquí, déjame en paz». Del otro lado solo se escuchó una risa escalofriante antes de que la llamada terminara abruptamente.

Segundos después, el teléfono volvió a sonar, esta vez, era la policía. Lo que escuchó le hizo sentir un frío indescriptible en la espalda:

«¡Salga de ahí ahora mismo! La llamada proviene de la segunda línea telefónica… ¡el hombre está dentro de la casa!.

3 relatos cortos de terror que te quitarán el sueño | 1

La estación de servicio

Manejar sola por carreteras desiertas nunca es buena idea, y menos de noche. Pero Denisse era una aventurera. No necesitaba compañía para lanzarse a la carretera. Pasaban de las 11 de la noche, llevaba unos tragos de más y el sueño comenzaba a vencerla. Para empeorar la situación, el tanque de gasolina estaba casi vacío.

A punto de quedar varada en la oscuridad, divisó una gasolinera abandonada. Extrañamente, las bombas aún funcionaban. Sin dudarlo, se detuvo y comenzó a llenar el tanque.

El silencio era sepulcral. De repente, escuchó pasos. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Un escalofrío le recorrió la espalda. Terminó de cargar gasolina apresuradamente y subió a su auto, presa de una sensación de peligro inminente.

Justo cuando iba a encender el motor, una figura apareció frente al auto. Sus ojos desorbitados reflejaban puro terror.

«¡Morirás! ¡Sal de ahí! ¡Van a matarte!»

Antes de reaccionar, el hombre apareció junto a la ventanilla, agarrándola del brazo con fuerza. Intentaba sacarla del auto, desesperado, como si su vida dependiera de ello.

Denisse, impulsada por la adrenalina, pisó el acelerador a fondo. En menos de un minuto, huyó a toda velocidad por la carretera, con el corazón desbocado y la certeza de que algo terrible estaba por ocurrir.

3 relatos cortos de terror que te quitarán el sueño | 2

La estación de servicio

Manejar sola por carreteras desiertas nunca es buena idea, y menos de noche. Pero Denisse era una aventurera. No necesitaba compañía para lanzarse a la carretera. Pasaban de las 11 de la noche, llevaba unos tragos de más y el sueño comenzaba a vencerla. Para empeorar la situación, el tanque de gasolina estaba casi vacío.

A punto de quedar varada en la oscuridad, divisó una gasolinera abandonada. Extrañamente, las bombas aún funcionaban. Sin dudarlo, se detuvo y comenzó a llenar el tanque.

El silencio era sepulcral. De repente, escuchó pasos. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Un escalofrío le recorrió la espalda. Terminó de cargar gasolina apresuradamente y subió a su auto, presa de una sensación de peligro inminente.

Justo cuando iba a encender el motor, una figura apareció frente al auto. Sus ojos desorbitados reflejaban puro terror.

«¡Morirás! ¡Sal de ahí! ¡Van a matarte!»

Antes de reaccionar, el hombre apareció junto a la ventanilla, agarrándola del brazo con fuerza. Intentaba sacarla del auto, desesperado, como si su vida dependiera de ello.

Denisse, impulsada por la adrenalina, pisó el acelerador a fondo. En menos de un minuto, huyó a toda velocidad por la carretera, con el corazón desbocado y la certeza de que algo terrible estaba por ocurrir.

Pero entonces, algo llamó su atención en el espejo retrovisor. Un bulto extraño en el asiento trasero.

No pudo reaccionar.

Un brazo surgió de las sombras y la sujetó con fuerza. Una cuchilla fría se apoyó en su cuello.

«Te dije que te irían a matar» —susurró una voz ronca.

El auto se detuvo bruscamente. La risa macabra del hombre fue lo último que Denisse escuchó antes de sentir el filo desgarrando su piel.

Su cuerpo fue encontrado cuatro días después. O al menos, lo que quedaba de él.

El asesino la había descuartizado, dejando solo su cabeza intacta. Su última expresión quedó congelada en el tiempo: un grito silencioso de terror absoluto.

"Carretera oscura iluminada por los faros de un vehículo con señal de curvas peligrosas. Imagen sobre conducción nocturna y seguridad vial."

El niño de la habitación contigua

A mi mamá le fascinaban las casas antiguas. Decía que cada una tenía su propio encanto, así que nos mudábamos con frecuencia. En menos de un año, ya me habían cambiado de escuela tres veces. Era solo una niña, pero recordaba cada detalle con claridad.

Nuestra nueva casa era enorme y luminosa, con un jardín delantero impecable y ventanales que dejaban entrar la luz del sol. A mi hermanita menor le encantó desde el primer momento, lo que para mamá era un buen augurio.

Yo, en cambio, tenía problemas para dormir las primeras noches. Las casas nuevas siempre se sentían ajenas al principio, pero esta tenía algo más. Ruidos inexplicables en la madrugada, sombras fugaces en los pasillos… Me decía a mí misma que solo era el crujido natural de una casa antigua. Si mi hermana se asustaba, venía a mi cuarto y dormíamos juntas.

Con el tiempo, me acostumbré a los extraños sonidos y retomé mi rutina escolar. Hice nuevos amigos, pero ninguno quería venir a mi casa.

Deberían venir, mi mamá prepara meriendas deliciosas —insistí un día.

El cambio en sus expresiones fue inmediato. Tres de ellos gritaron al unísono:

—¡No!

Mi corazón dio un vuelco.

¿Por qué?

Uno de ellos bajó la voz y murmuró con seriedad:

Porque ahí… se aparecen personas muertas.

"Edificio antiguo de ladrillo rojo con detalles arquitectónicos clásicos. Imagen de patrimonio urbano y arquitectura histórica."

El niño de la habitación contigua

No volvimos a hablar del tema, pero la idea me carcomía por dentro. Con el paso de los días, los ruidos aumentaron, y no era solo mi imaginación. Mi mamá también los escuchaba. Llegó a pensar que alguien se había metido a la casa y se ocultaba en algún rincón. Con la ayuda de dos vecinos —los únicos que se atrevieron— revisaron cada rincón de la casa, incluyendo el sótano. No encontraron nada.

Pero los sonidos seguían allí.

Aquella noche, mi madre llegó agotada del trabajo. El viento aullaba, anunciando una tormenta. Decidimos abrigarnos bien, pues el frío parecía colarse hasta los huesos.

A mitad de la madrugada, un corte de luz nos sumió en la más absoluta oscuridad. Me aterraba la idea de levantarme y cruzar el pasillo para ir con mi mamá o mi hermana. Así que me acurruqué bajo las sábanas y cerré los ojos, tratando de ignorar el miedo.

Entonces, un relámpago iluminó la habitación.

Vi una silueta en la oscuridad.

Me incorporé de golpe.

¿Miriam? —susurré, convencida de que era mi hermana.

Silencio.

De repente, la puerta se abrió de golpe y se cerró con un estruendo. Otro relámpago iluminó la habitación.

Miriam estaba sentada en mi cama, con las manos cubriendo su carita.

Tengo miedo, hermanita… —dijo, con un hilo de voz.

Mi corazón latía desbocado.

Lo sé. Ven, vamos a dormir.

Espera… —su voz temblaba—. Mira debajo de la cama… Si no, no podré dormir.

Miriam, mejor lo dejamos para mañana…

Por favor…

Seguía con las manos en la cara. Algo no estaba bien.

Tragué saliva, me incliné lentamente y miré bajo la cama.

Ahí estaba Miriam.

Llorando.

Temblando.

Con una mano tapándose la boca, me hizo una señal de silencio y susurró con pánico:

Esa de arriba… no soy yo.

"Escena oscura de interior con una figura sombría frente a una ventana. Imagen sobre misterio, suspense y lo desconocido."

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