Ir al contenido

¿Cómo se descubrió el LSD? El accidente científico que cambió la mente humana

A fines de los años 30, Albert Hofmann era un joven químico suizo que trabajaba para Sandoz Pharmaceuticals, en la ciudad de Basilea. Lo que no imaginaba en ese momento es que su investigación cambiaría el rumbo de la ciencia… y también de algunos viajes psicodélicos. Su misión era estudiar los alcaloides del cornezuelo de centeno, un hongo parásito conocido como ergot, que crece en granos como el trigo o el centeno.

El objetivo no era crear drogas alucinógenas ni nada por el estilo, sino encontrar compuestos con potencial como estimulantes respiratorios y circulatorios. Hofmann trabajaba con ácido lisérgico, el núcleo químico de los alcaloides del ergot, y buscaba desarrollar una molécula parecida a la niketamida, conocida comercialmente como Coramina, que ya se usaba como estimulante del sistema respiratorio.

Durante su experimento, decidió añadirle una molécula de dietilamida al ácido lisérgico, con la esperanza de obtener un estimulante eficaz, pero sin los efectos colaterales que tenían otros derivados del ergot, especialmente en el útero, ya que estos alcaloides eran bien conocidos por su uso en obstetricia debido a su capacidad para estimular las contracciones uterinas.

Lo curioso es que el resultado no fue lo que esperaba. En lugar de obtener un simple estimulante, Hofmann creó una sustancia con un efecto totalmente distinto… pero eso, como dicen, es otra historia psicodélica. Así fue como, casi sin querer, nació el LSD, aunque su potencial aún tardaría un poco en revelarse.

¿Cómo se descubrió el LSD? El accidente científico que cambió la mente humana | 2

El resultado fue el LSD-25, el vigésimo quinto intento de Hofmann por obtener algo útil a partir del cornezuelo de centeno. Y sí, lo del número es literal: era el compuesto número 25 de la serie. Cuando lo sintetizó por primera vez, lo envió al departamento de farmacología para que lo sometieran a los típicos ensayos con animales. ¿El veredicto? Nada interesante. Cero emoción. Sin efectos destacables. Así que Hofmann hizo lo que cualquier científico haría tras un chasco: archivó el experimento y pasó a otro.

El LSD-25 quedó olvidado en una estantería del laboratorio, como ese proyecto de domingo que prometiste retomar “algún día”. Pero algo curioso ocurrió cinco años después. El 16 de abril de 1943, Hofmann tuvo lo que él mismo describió como un “presentimiento peculiar”. Algo le decía que aquel compuesto inofensivo tal vez escondía más de lo que parecía.

Y como buen químico meticuloso, no se limitó a buscar la muestra vieja del archivo. Nada de confiar en un frasco caducado. Prefirió sintetizar de nuevo el LSD-25, asegurándose de que estuviera fresco, potente y en perfectas condiciones. ¿Qué podría salir mal, verdad?

Spoiler: salió de todo menos mal. Ese “presentimiento” fue el principio de uno de los descubrimientos más alucinantes del siglo XX. Aunque en ese momento, claro, Hofmann aún no tenía idea del viaje que estaba a punto de comenzar… literalmente.

Antigua foto en blanco y negro de laboratorio científico. Imagen de un científico trabajando en un laboratorio del siglo XX con equipos y aparatos clásicos. Historia de la ciencia e investigación.

Durante la nueva síntesis del LSD-25, algo inesperado ocurrió. Según cuenta la historia, Hofmann se expuso accidentalmente a una pequeñísima cantidad del compuesto. Nadie sabe exactamente cómo—tal vez lo absorbió por la piel o lo inhaló sin querer—pero el resultado fue inmediato: empezó a sentir náuseas y un mareo leve. Como no estaba en condiciones de seguir trabajando, decidió irse a casa… sin imaginar el viaje que le esperaba.

Una vez allí, cayó en un estado de ensoñación lúcida, una especie de película mental en technicolor que parecía dirigida por su propio subconsciente. Visiones caleidoscópicas, intensas y cambiantes, se sucedían tras sus párpados cerrados como si alguien hubiese encendido un proyector psicodélico en su cabeza. Un par de horas después, todo volvió a la normalidad. Pero la curiosidad, esa que siempre acompaña a los grandes descubrimientos, ya se había encendido.

Tres días más tarde, el 19 de abril de 1943, Hofmann decidió comprobar si el LSD era realmente el culpable de aquella experiencia tan… peculiar. Así que, ni corto ni perezoso, se tomó 0.25 miligramos (250 microgramos), pensando que era una dosis minúscula. Lo que no sabía era que esa cantidad era en realidad altamente potente, suficiente para generar un efecto psicodélico intenso.

Claro, nadie le había dicho aún que estaba frente a una de las sustancias psicoactivas más potentes del planeta. Pero en unas horas, lo descubriría por sí mismo. Y en bicicleta, nada menos.

¿Cómo se descubrió el LSD? El accidente científico que cambió la mente humana | 3

Después de ingerir el LSD el 19 de abril, Hofmann empezó a sentir que algo no andaba del todo normal (lo cual es quedarse corto). Así que, por segunda vez en pocos días, decidió que era mejor volver a casa antes de que la cosa se pusiera más rara. Pero había un pequeño detalle: estábamos en plena Segunda Guerra Mundial y, por las restricciones impuestas, no podía usar el coche.

La única opción era volver en bicicleta. Y como no sabía muy bien qué esperar del experimento, le pidió a su asistente de laboratorio que lo acompañara en el trayecto, por si acaso se le derretía el camino o el cielo se le venía encima. Spoiler: algo así pasó.

Durante ese viaje en dos ruedas, la realidad empezó a descomponerse. Hofmann describió cómo el mundo a su alrededor se distorsionaba: los colores se intensificaban, los objetos se deformaban y todo parecía moverse en una especie de danza cósmica bastante psicodélica. En resumen, fue como si hubiera pedaleado directo hacia otra dimensión.

Este icónico paseo no pasó desapercibido. De hecho, es tan memorable que hoy se celebra como el “Día de la Bicicleta”, cada 19 de abril, en honor a ese primer viaje lisérgico documentado. Literalmente, un viaje dentro de otro.

Así que sí, lo que empezó como un experimento de laboratorio terminó marcando un hito en la historia de la ciencia, la psicodelia y, curiosamente, también del ciclismo.

Blotter con ilustración de ciclista y fecha 1943. Imagen colorida de papel secante con diseño vintage de viaje en bicicleta. Coleccionismo y arte psicodélico.

Después de su inolvidable “viaje” en bici, Albert Hofmann no se detuvo. Al contrario, continuó investigando el LSD en el laboratorio, convencido de que no era solo una curiosa sustancia psicodélica, sino que podía tener un enorme potencial terapéutico.

Durante los años 50, el compuesto empezó a captar la atención de la comunidad científica. Algunos investigadores vieron en el LSD una herramienta prometedora para entender y tratar enfermedades mentales como la esquizofrenia, la depresión o incluso la adicción. La posibilidad de acceder de forma controlada a estados mentales alterados abría nuevas puertas en el estudio de la psique humana.

Hofmann defendió durante años estos usos médicos, creyendo firmemente que el LSD podía ser útil en manos responsables. Pero la historia tomó otro rumbo. A partir de los años 60, la sustancia dejó de ser solo tema de laboratorio y se convirtió en un fenómeno cultural. El LSD saltó a las calles, a los festivales, a las portadas de revistas… y sí, a los discursos de gurús psicodélicos.

Según un video de la American Chemical Society, la noticia sobre los potentes efectos mentales del LSD empezó a correr de boca en boca. Lo que era una molécula experimental pasó a ser una droga urbana ícono de la contracultura. El laboratorio quedó atrás, y el LSD encontró un nuevo escenario: la mente colectiva de toda una generación.

Eso sí, Hofmann siempre se mostró crítico con su uso recreativo. Para él, el verdadero valor del LSD iba mucho más allá del “viaje”.

¿Cómo se descubrió el LSD? El accidente científico que cambió la mente humana | 4

Durante los años 60, el LSD se convirtió en una especie de estrella invitada en la escena musical y cultural. Íconos del rock, artistas y seguidores de la contracultura lo adoptaron como parte habitual de su “expansión de conciencia”. El lema era libertad, creatividad… y, en muchos casos, dosis poco moderadas.

Sin embargo, no todo era paz, amor y psicodelia. Con el tiempo, empezaron a circular historias preocupantes sobre usuarios que, tras consumir LSD de forma frecuente o descontrolada, sufrían daños psicológicos serios y en algunos casos irreversibles. Lo que en principio era visto como una ventana a nuevas dimensiones de la mente, empezó a generar miedo y rechazo.

Como resume el video de la serie Reactions, de la American Chemical Society: «Aunque la cultura de esta era quedó definida por su sensación de libertad y expresión, el uso no regulado y a menudo irresponsable del LSD condujo a una percepción negativa de la droga.» Y vaya si cambió la percepción.

A raíz de este giro, durante los años 70 muchos países prohibieron el LSD y otras sustancias psicodélicas. La investigación científica se frenó en seco, y los laboratorios dejaron de trabajar con ellas por completo. El potencial terapéutico quedó archivado, junto con miles de investigaciones inconclusas.

Hoy, décadas después, la ciencia vuelve a mirar estas sustancias con otros ojos. Pero en su momento, el LSD pasó de ser un descubrimiento revolucionario a convertirse en el símbolo de una era… y también de sus excesos.

Foto vintage de grupo hippie en la calle. Imagen retro de los años 60 o 70 con personas vestidas con ropa de la época. Estilo de vida alternativo, moda hippie.

You may also like