¿Sabías que los reptiles también producen oxitocina? Sí, esa hormona del amor y el apego que tanto asociamos con los humanos. La diferencia es que en ellos solo se libera durante el acto sexual. Nada de abrazos ni cariños posteriores. Por eso, si ves a dos lagartos saludándose con entusiasmo, probablemente te estás imaginando cosas. En cambio, los mamíferos tienen una relación mucho más estable con esta hormona: la producen de forma constante, lo que les permite crear vínculos emocionales más fuertes con otros miembros de su especie.
Desde el afecto entre padres e hijos, hasta la cooperación entre miembros de un rebaño, la oxitocina está detrás de muchas conductas sociales. Cuanta más se libera, más conectado te sientes con los demás. Así que sí, esa sensación cálida cuando abrazas a alguien que quieres, tiene respaldo científico.
Ahora bien, no todo depende de la biología. La cantidad de oxitocina y otras sustancias que liberamos también está influida por nuestras creencias, experiencias y percepción del entorno. Si algo te hace sentir seguro, valorado o amado, es más probable que tu cerebro decida soltar una dosis generosa de esta hormona.
En resumen, aunque tengamos un poco de reptil por dentro, lo que nos une de verdad es cómo vemos e interpretamos nuestras relaciones. Y bueno, tener un cerebro que se emociona con abrazos también ayuda, ¿no?

La serotonina: el neurotransmisor de la felicidad
¿Has notado lo bien que se siente cuando alguien te respeta de verdad? No es solo ego, es química pura. El respeto y el reconocimiento social estimulan la liberación de serotonina, lo que nos hace sentir valorados y satisfechos (Cozolino, 2006). En el mundo animal, quienes ocupan los puestos más altos suelen tener más éxito reproductivo. Básicamente, ser el jefe también paga en forma de crías.
Pero la cosa no se queda ahí. En el plano emocional, cuando una relación se vuelve significativa, estar con esa persona dispara niveles de felicidad que no se logran fácilmente de otra forma. Y claro, como no queremos que eso desaparezca, invertimos tiempo, compromiso y hasta paciencia para mantenerlo vivo.
La serotonina es como un filtro rosa: cuando fluye en cantidades generosas, nos sentimos más optimistas, sociables y de buen humor. Nos ayuda a ver el vaso medio lleno, incluso si a veces solo queda una gota.
El problema aparece cuando ese amor de película empieza a tambalearse. Si notamos que la otra persona se aleja, o si la relación no pasa de lo físico, los niveles de serotonina pueden caer en picado. Y con ellos, nuestro estado de ánimo.
Este neurotransmisor no solo regula el humor; también influye en la ira, la agresión y el autocontrol. Cuando sus niveles bajan, pueden aparecer síntomas clásicos del desamor: obsesión, tristeza y hasta una sensación de vacío. O sea, sí, el bajón tiene una explicación bioquímica.

La dopamina: me siento bien contigo y no sé ni por qué
¿Alguna vez has sentido que necesitabas estar con alguien, aunque no pudieras explicar por qué? Culpa de la dopamina, ese neurotransmisor del placer que se activa cuando haces algo que tu cerebro considera valioso. Ya sea ganar un juego, comer chocolate, enamorarte… o todo eso junto. En los juegos de azar, con algunas drogas y, por supuesto, en el amor, la dopamina está al mando.
Cuando nos enamoramos, esta sustancia se dispara y nos pone en modo “todo es increíble”. Nos sentimos eufóricos, llenos de energía y con una atracción tan intensa que hasta ignoramos las señales de advertencia. ¿Red flags? ¿Dónde? Solo vemos corazones.
Esa sensación de querer estar con una sola persona —y con nadie más— también tiene su explicación química. La dopamina nos vuelve selectivos, nos enfoca tanto en ese alguien especial que el resto del mundo desaparece por un rato. O por mucho rato. En otras palabras, nos «obsesionamos», pero con glamour romántico.
Además, esta hormona está conectada con el sistema de recompensa. Cada vez que haces algo placentero o necesario para sobrevivir (como comer o tener sexo), tu cerebro te premia con una buena dosis de dopamina. El problema es que, cuando ese estímulo desaparece, ya sea una droga o una persona, el bajón es real. De ahí vienen el “mono” emocional y la obsesión post ruptura.
En resumen, la dopamina nos hace sentir vivos… pero también puede hacernos perder la cabeza un poquito.

Norepinefrina: la dosis de adrenalina
Cuando te enamoras y sientes que el corazón se te va a salir del pecho, no estás exagerando. Bueno, tal vez un poco… pero la norepinefrina tiene bastante que ver. También llamada noradrenalina, este neurotransmisor se encarga de darle al cuerpo esa descarga natural de adrenalina que nos vuelve locos (literal y figuradamente) en las primeras etapas del amor.
La norepinefrina activa el sistema nervioso como si estuvieras escapando de un oso… solo que en este caso, corres directo hacia la persona que te gusta. Hace que el corazón lata más rápido, que suba la presión arterial y que respires como si acabaras de subir diez pisos por las escaleras. Todo para llevar más oxígeno a la sangre y prepararte para la acción. Amor o cardio, tú eliges.
¿Manos sudorosas? ¿Rubor en las mejillas? ¿Ese nerviosismo que no te deja ni comer ni dormir? Todo eso también es culpa de la norepinefrina. Este químico te llena de alegría, emoción y una efusividad que a veces roza lo ridículo, pero en el buen sentido.
Curiosamente, esta explosión de energía puede llegar a bloquear la sensación de hambre o sueño, lo que explica por qué al principio de una relación puedes sobrevivir con solo café, mensajes de voz y mariposas en el estómago. Literalmente.
Así que si alguna vez pensaste que el amor era una montaña rusa, estabas más cerca de la verdad de lo que creías. Porque sí, la norepinefrina te sube… y bien alto.

Cuando el amor duele
El enamoramiento no es solo mariposas y fuegos artificiales. Junto con la euforia y el subidón emocional, también aparece un cóctel menos glamuroso: estrés, ansiedad y dudas. Al principio de una relación, el cuerpo libera cortisol, la famosa hormona del estrés, lo que explica por qué muchas veces sentimos esa mezcla entre emoción y miedo a que algo salga mal. Lo curioso es que, si la relación se consolida, los niveles de cortisol tienden a estabilizarse.
Pero el verdadero terremoto emocional llega cuando el amor se rompe sin previo aviso. Especialmente si no fue decisión propia. Diversos estudios indican que el desamor puede ser tan devastador como la pérdida de un ser querido. Y no es una metáfora poética, es química pura.
Durante esa ruptura, el cuerpo sigue liberando cortisol, bajan los niveles de serotonina, y pensar con claridad se vuelve casi misión imposible. Para colmo, el cerebro, en su intento desesperado por recuperar lo perdido, aumenta la producción de dopamina y oxitocina, intensificando la sensación de estar enamorado justo cuando más duele.
Luego viene la segunda etapa: resignación, tristeza profunda y un humor de perro. Pero no todo está perdido. El cerebro, poco a poco, se reorganiza, se adapta y empieza a sanar. Con el tiempo, las heridas emocionales se curan y hasta puede que volvamos a ilusionarnos.
Porque sí, el amor duele… pero también enseña. Y cuando pasa la tormenta, siempre queda la posibilidad de un nuevo comienzo.

La droga del amor versus la razón
Puede que nos creamos súper racionales, pero lo cierto es que nuestro cerebro sigue funcionando con un software bastante antiguo. La selección natural moldeó nuestra mente para priorizar la reproducción, y para ello, nos premió con una lluvia de neuroquímicos cada vez que hacemos algo que potencia esa misión: el amor, el sexo, el apego… todo eso viene con recompensa química incluida.
Claro, hoy vivimos en un mundo con anticonceptivos, sostenibilidad y citas por apps, pero al cerebro le da igual. Para él, estar enamorado sigue siendo sinónimo de “misión cumplida”. ¿Y cómo te premia? Pues con una buena dosis de dopamina, oxitocina, serotonina y compañía.
El amor no es solo sexo. Es esa fuerza que te lleva a cruzar la ciudad solo para ver a alguien cinco minutos. Esa emoción que parece no tener lógica, pero que activa todos los sistemas de recompensa del cuerpo. Aunque nuestra parte racional diga: “tranquilo, es solo química”, lo cierto es que sentirse amado se siente demasiado bien como para ignorarlo.
La antropóloga Helen Fisher ha estudiado esto a fondo y señala que el ser humano no es el único que se enamora. Más de 100 especies —sí, desde elefantes hasta pájaros— forman vínculos duraderos. Lo que los científicos llaman “amor romántico primitivo” también existe en la naturaleza.
Así que, por mucho que queramos poner la razón al mando, los químicos del amor mandan. Y nos encanta que así sea.
