sábado, octubre 4, 2025
Figura sombría con palanca en ambiente oscuro. Imagen de crimen y peligro.

¿Un asesino nace o se hace? La ciencia y la psicología lo explican

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La criminología, desde que se consolidó como ciencia autónoma a principios del siglo XIX, ha tratado de entender los factores que llevan a una persona a cometer un delito. Pero, entre todas las preguntas que ha intentado responder, una destaca por encima del resto: ¿cuál es el origen del asesino?

El Dr. Cesare Lombroso, conocido como el “padre de la criminología moderna”, realizó sus estudios con delincuentes encarcelados en Turín alrededor de 1870. Sus investigaciones lo llevaron a pensar que los criminales representaban una regresión evolutiva, una especie de hombre primitivo o “infrahumano”.

Lombroso creía que se podía identificar a un asesino observando rasgos físicos como la forma del rostro y la longitud exagerada de los brazos, que él calificaba de “simiescos”. En sus escritos, afirmaba que “las orejas de un criminal son a menudo de gran tamaño” y que “la nariz en los asesinos suele ser aguileña, como el pico de un ave de presa”.

Sin embargo, aunque sus teorías causaron gran impacto en su época, pronto fueron cuestionadas y desacreditadas. Resultó que detectar a un asesino solo por su aspecto físico no era tan sencillo ni fiable como Lombroso esperaba.

Hoy sabemos que el comportamiento criminal es mucho más complejo y está influenciado por factores sociales, psicológicos y ambientales, más allá de simples características físicas. Aunque las ideas de Lombroso marcaron un punto de partida para la criminología, sus conclusiones quedaron obsoletas frente a la ciencia moderna.

Retrato antiguo en blanco y negro de hombre con gafas y bigote con barba. Imagen histórica de personaje ilustre para contenido educativo o biográfico.

Cerebro iracundo: ¿Los asesinos tienen un cerebro diferente?

El interés por entender si los criminales, especialmente los homicidas, tienen cerebros distintos al resto de las personas, comenzó hace más de un siglo y sigue siendo objeto de estudio. Un gran avance llegó en los años 80 con la invención de la resonancia magnética funcional (fMRI), que revolucionó la manera de observar qué pasa dentro de la cabeza.

El primer estudio con escaneo cerebral a asesinos fue realizado en California por el neurocientífico británico Adrian Raine. Raine no llegó atraído por las playas californianas, sino, como él mismo contó, «por el gran número de individuos muy violentos y homicidas» en la zona.

Durante años, Raine y su equipo analizaron los cerebros de 41 asesinos, y casi todos presentaron patrones similares: una actividad reducida en el córtex prefrontal, la zona encargada de controlar impulsos emocionales, y una sobreactivación de la amígdala cerebral, que es donde se generan las emociones intensas como la ira y el miedo.

Esto sugiere que los homicidas tienen cerebros más propensos a la ira y al enfado, pero con menos capacidad para controlar esos impulsos. En otras palabras, un desequilibrio entre la emoción y el control racional.

Aunque no todos los asesinos presentan estas características, este descubrimiento abrió una nueva puerta para entender mejor el comportamiento violento desde la neurociencia, ofreciendo pistas para la prevención y la rehabilitación.

Imagen de resonancia magnética del cerebro humano con colores vibrantes. Representación médica para contenido de neurología y neurociencia.

Maltrato infantil y su impacto en el cerebro de los asesinos

Pero, ¿qué explica esas diferencias cerebrales en algunos homicidas? Los estudios de Adrian Raine sugieren que una de las causas principales puede ser el maltrato infantil, que provoca daños físicos en áreas críticas del cerebro, especialmente en el córtex prefrontal, la región encargada de controlar los impulsos y la toma de decisiones.

Un ejemplo claro apareció en uno de los prisioneros analizados por Raine: Donta Page, un hombre condenado por asesinar brutalmente a una joven de 24 años. Según los resultados del escaneo cerebral, se encontró que Donta sufría daños en el córtex prefrontal, posiblemente derivados de experiencias traumáticas y abuso físico durante su infancia.

Estos daños cerebrales pueden alterar la capacidad de controlar emociones violentas y tomar decisiones racionales, aumentando la probabilidad de comportamientos agresivos extremos.

Este vínculo entre el maltrato temprano y los cambios neurobiológicos aporta una explicación científica que va más allá de la simple voluntad o moralidad, mostrando cómo el entorno y las experiencias pueden moldear el cerebro y el comportamiento.

Por eso, entender el impacto del abuso infantil no solo es clave para la prevención del delito, sino también para diseñar estrategias de rehabilitación que consideren la salud mental y cerebral de los agresores.

La ciencia sigue explorando cómo sanar esos cerebros dañados para romper el ciclo de violencia.

Niña asustada sentada en el suelo con sombra amenazante en blanco y negro. Imagen de miedo y abuso infantil

El impacto del maltrato infantil en la conducta violenta

De bebé, Donta Page sufrió un maltrato constante y brutal por parte de su madre, quien utilizaba cables de electricidad, zapatos o cualquier objeto a mano para golpearlo. Las agresiones no eran esporádicas, sino casi diarias, y empeoraron con el tiempo.

El neurocientífico Adrian Raine explica que “el maltrato físico a temprana edad, entre otras cosas, puede haber producido el daño cerebral que pudo llevarlo a cometer este acto violento”. En concreto, las lesiones en el córtex prefrontal, encargado del control emocional y la toma de decisiones, pueden afectar la capacidad de autocontrol y aumentar la propensión a la violencia.

¿Significa esto que todos los niños maltratados terminarán siendo criminales violentos? No. Raine mismo aclara que el maltrato es solo uno de muchos factores, y no siempre conduce a comportamientos criminales. La genética, el entorno social, el apoyo familiar y las experiencias posteriores juegan un papel fundamental en cómo se desarrolla cada persona.

Entonces, ¿qué más influye? Factores como la educación, la salud mental, la exposición a la violencia o el abuso de sustancias también son decisivos. La interacción entre múltiples variables puede incrementar o disminuir la probabilidad de conductas violentas.

Comprender esta complejidad es clave para crear programas de prevención y rehabilitación efectivos que no solo traten los síntomas, sino que atiendan las causas profundas del comportamiento violento.

Puño amenazante y persona acorralada en imagen en blanco y negro. Representación de violencia doméstica y abuso.

El gen del guerrero y su relación con la violencia

En 1993, una familia en Holanda llamó la atención de los científicos por su historial de violencia, presente en todos los hombres. Tras 15 años de investigación, se descubrió que a todos ellos les faltaba un gen muy importante: el gen MAOA. Este gen produce una enzima que regula los niveles de neurotransmisores vinculados con el control de los impulsos y la agresividad.

Este hallazgo revolucionó el estudio del comportamiento violento. El neurocientífico James Fallon incluso descubrió que él mismo poseía una variante genética relacionada con conductas agresivas, lo que aportó evidencia sobre cómo la genética puede influir en nuestro comportamiento.

A esta variante genética se la conoce popularmente como el gen del guerrero. Tener una versión de baja actividad del gen MAOA puede predisponer a una persona a respuestas más violentas o impulsivas.

Pero, ¿significa esto que quien tiene esta variante genética es un criminal en potencia? La respuesta es no. Según estudios, aproximadamente un 30% de los hombres tienen esta variante, pero no todos se vuelven violentos o delincuentes. Esto demuestra que la genética por sí sola no determina el comportamiento.

Factores ambientales, sociales y psicológicos también son cruciales para entender por qué algunas personas con esta predisposición genética desarrollan conductas violentas y otras no. Por eso, el gen del guerrero es solo una pieza del rompecabezas en el complejo mundo del comportamiento humano.

gen de la doble hélice del ADN, molécula fundamental de la vida. Representación científica para contenido de genética y biología molecular.

Infancia feliz y la genética: ¿Por qué algunos no se vuelven violentos?

Jim Fallon, profesor de psiquiatría en la Universidad de California, tiene un interés personal en la relación entre genética y comportamiento violento. Tras descubrir que en su árbol genealógico había varios asesinos, se realizó un estudio genético y encontró que poseía varios genes vinculados al comportamiento psicopático violento.

Sin embargo, Fallon no es un criminal, sino un respetado académico. Él explica que, aunque tenga la versión de alto riesgo del gen asociado a la violencia, su infancia feliz y protegida actuó como un escudo que evitó que ese riesgo se manifestara.

“Si tienes la versión de alto riesgo del gen, pero no sufriste maltrato infantil, entonces el riesgo real es bajo”, señala Fallon. Esto significa que la genética sola no determina el comportamiento, sino que el entorno juega un papel fundamental.

Por otro lado, si alguien con esta predisposición genética también experimenta un entorno adverso o maltrato durante la infancia, las probabilidades de desarrollar conductas violentas aumentan considerablemente. Esta combinación de factores genéticos y ambientales es lo que Fallon llama la “combinación asesina”.

En definitiva, la ciencia confirma lo que muchos han intuido: el asesino nace y se hace. Tanto la biología como la experiencia moldean quiénes somos, y entender esta compleja interacción es clave para prevenir la violencia y ayudar a quienes están en riesgo.

Silueta de madre elevando a su bebé al atardecer junto al mar. Imagen de amor maternal y alegría para celebrar el día de la madre o la familia.

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