Benito Amilcare Andrea Mussolini fue un militar y político italiano que marcó profundamente la historia del siglo XX. Fue primer ministro del Reino de Italia desde 1922 hasta 1943, cuando fue depuesto y arrestado. Aunque parezca de película, logró escapar con ayuda de la Alemania Nazi y asumió la presidencia de la República Social Italiana, un gobierno títere que duró hasta su caída en 1945. Poco después fue capturado y ejecutado.
Conocido como «el Duce», Mussolini pasó de ser un influyente dirigente del Partido Socialista Italiano, incluso dirigiendo su periódico Avanti!, a convertirse en el impulsor del fascismo. Su régimen promovía el nacionalismo extremo, el militarismo y una férrea oposición al liberalismo y al comunismo, todo envuelto en una buena dosis de censura y propaganda.
Durante su dictadura, Italia se alineó con la Alemania de Hitler, con quien compartía ideología (aunque al principio Mussolini no lo tomaba muy en serio). En 1940, Italia entró oficialmente en la Segunda Guerra Mundial del lado del Eje. Sin embargo, para 1943 la cosa pintaba mal: los Aliados invadieron el sur de Italia y su gobierno comenzó a tambalear.
Mussolini nació el 29 de julio de 1883 en Dovia di Predappio, región de Emilia Romaña. Su padre, Alessandro, era un herrero socialista, y su madre, Rosa Maltoni, una maestra convencida de la educación como motor de cambio. Su nombre completo rinde homenaje a figuras socialistas como Benito Juárez, Amilcare Cipriani y Andrea Costa. Sí, así de ideológico fue desde la cuna.

Benito Mussolini comenzó su educación en su pueblo natal, Dovia, y luego en Predappio entre 1889 y 1891. Más tarde ingresó al colegio salesiano de Faenza, pero lo expulsaron tras una pelea con un compañero (sí, desde pequeño ya era de carácter fuerte). Continuó sus estudios en el colegio Carducci de Forlimpopoli, donde obtuvo en 1898 la licencia técnica inferior. A partir de octubre, tras otro altercado, lo obligaron a asistir como alumno externo hasta 1901.
En Forlimpopoli, influenciado por su padre, Mussolini se acercó al socialismo militante. En el año 1900 se inscribió en el Partido Socialista Italiano y poco después obtuvo la Maturità, el equivalente al título de bachiller.
En noviembre de 1903, huyó a Suiza para evitar el servicio militar obligatorio. Allí vivió de ciudad en ciudad, tomando trabajos temporales. No pasó desapercibido: el 18 de junio de 1903 fue arrestado por agitador socialista y pasó 12 días en prisión. Fue expulsado del país el 30 de junio, pero volvió a meterse en problemas. El 9 de abril de 1904 fue encarcelado durante 7 días en Bellinzona por falsificar su permiso de residencia.
Pese a estos tropiezos, logró sobrevivir gracias al apoyo de socialistas y anarquistas del Cantón Ticino. Finalmente, en noviembre de 1904, regresó a Italia gracias a una amnistía real otorgada a los desertores con motivo del nacimiento del heredero del rey. Y sí, ahí empezó a tomar forma el futuro Duce.

Durante la Primera Guerra Mundial, Benito Mussolini apoyó con entusiasmo la entrada de Italia al conflicto junto a la Entente. Se presentó como voluntario al ejército en 1915 y fue asignado a la 11.ª División. El 2 de septiembre partió al frente y comenzó a escribir un diario de guerra donde se imaginaba a sí mismo como el héroe carismático de una Italia guerrera, jerárquica y obediente. Nada modesto, el muchacho.
En marzo de 1916, fue ascendido a cabo por méritos de guerra. Su informe militar no escatimaba elogios: “actividad ejemplar, serenidad de mente, primero en todo lo que requiere trabajo y coraje”. Todo un perfil de líder en construcción. El 23 de febrero de 1917, durante un ejercicio, estalló un mortero y resultó herido, lo que motivó su baja inmediata. Algunos dicen que fue por enfermedad, pero los informes médicos posteriores no lo confirman.
Ese mismo año, según documentos desclasificados, habría trabajado como espía para los servicios secretos británicos, aunque este dato no suele aparecer en sus biografías más “oficiales”.
Ya de vuelta, retomó su actividad periodística con fuerza. En su diario Il Popolo d’Italia, publicó el artículo Trincerocrazia, donde defendía que los soldados italianos que habían combatido en las trincheras eran quienes debían tener el derecho a gobernar Italia tras la guerra. Según él, habían pagado el precio del patriotismo con sangre… y eso los hacía más legítimos que cualquier político de escritorio.

Tras la Primera Guerra Mundial, Italia se sintió estafada. Pese a haber luchado del lado ganador, recibió pocas recompensas territoriales y económicas en el Tratado de Versalles. La frustración generalizada dio paso a huelgas, protestas y un caos social en el que obreros, campesinos y veteranos de guerra pedían cambios urgentes. Mussolini, siempre atento a la oportunidad, supo canalizar esa rabia colectiva… pero no hacia las potencias aliadas, sino contra la izquierda política.
El 9 de octubre de 1919 fundó en Milán los Fasci Italiani di Combattimento, grupos paramilitares que usaban la fuerza como “argumento político”. Con estos núcleos armados empezó a forjarse lo que más tarde sería el Partido Nacional Fascista. El Duce no tardó en meterse en líos: el 18 de noviembre fue arrestado por posesión ilegal de armas y explosivos, aunque salió libre gracias al respaldo del influyente senador liberal Luigi Albertini.
El 28 de marzo de 1921, desfiló en Milán con sus “camisas negras” durante el funeral de las víctimas del atentado anarquista en el Teatro Diana. Al erigirse como el gran enemigo de socialistas y comunistas, Mussolini atrajo la simpatía de los grandes industriales y terratenientes, deseosos de orden y mano dura.
Ese mismo año, en las elecciones de mayo, logró ser electo diputado, apoyado por Giovanni Giolitti y su bloque nacional antisocialista. Así, el fascismo pasaba de la calle al Parlamento… y Mussolini daba un paso más hacia el poder absoluto.

El final de Benito Mussolini fue tan caótico como su ascenso al poder. En abril de 1945, cuando ya todo indicaba que la guerra estaba perdida para el Eje, fue capturado por partisanos italianos mientras intentaba huir hacia Suiza disfrazado de soldado alemán. La decisión sobre su destino se tomó en cuestión de horas. En medio de la confusión del final de la guerra, comunicarse con Roma o reunir al Comité de Liberación Nacional (CLN) era prácticamente imposible. Desde Milán llegó un grupo con una misión clara: darle una muerte violenta al Duce.
A Mussolini lo reunieron con Clara Petacci, su inseparable amante, en la localidad de Dongo. Fueron llevados en un vehículo por los caminos junto al Lago Como hasta la villa de Giulino di Mezzegra. Una vez allí, Walter Audisio, partisano encargado de la ejecución, leyó una breve sentencia “en nombre del pueblo italiano”. Al intentar disparar, su ametralladora se encasquilló, y cuando sacó su pistola, esta tampoco funcionó. Petacci, decidida a morir con él, se interponía constantemente.
Finalmente, Audisio pidió otra arma. La ráfaga que soltó mató a Clara en el acto y dejó a Mussolini agonizando en el suelo. Un partisano lo remató con un disparo certero al corazón. Así terminó la vida del hombre que había dominado Italia con puño de hierro. Su cuerpo —junto al de Petacci— sería expuesto poco después en Milán, en una escena que dejó una profunda huella en la memoria colectiva del país.

La ejecución de Mussolini se realizó el 28 de abril de 1945 en Giulino di Mezzegra, junto al Lago Como. Según la versión oficial, fue fusilado junto a Clara Petacci en un acto rápido y casi secreto. ¿La razón? Temían que los Aliados quisieran capturarlo vivo y juzgarlo en un tribunal internacional, lo que abría la posibilidad de que saliera con una pena menor… o incluso absuelto. Los partisanos, que no querían correr ese riesgo, optaron por actuar antes.
Ese mismo día por la tarde, los cuerpos fueron llevados en camión a Milán, custodiados para evitar cualquier intento de rescate o manifestación. El 29 de abril, los cadáveres fueron exhibidos en la Plaza Loreto, un lugar cargado de simbolismo: meses antes, en ese mismo sitio, los fascistas habían colgado a varios partisanos. Ahora, la escena se invertía.
La multitud no tuvo piedad. Los cadáveres fueron ultrajados, golpeados y colgados cabeza abajo en una gasolinera. El rostro de Mussolini quedó tan desfigurado que apenas era reconocible. Luego fueron llevados a la morgue, fotografiados uno al lado del otro, y finalmente colocados en cajones de madera con paja para ser enterrados en tumbas anónimas.
Pero ahí no terminó la historia. Fascistas del grupo SAM robaron el cuerpo del Duce del cementerio de Musocco. Estuvo desaparecido varios meses. Tras su recuperación, fue entregado a la familia y sepultado en Predappio. Al enterarse de su destino, Hitler ordenó que su cuerpo y el de Eva Braun fueran quemados. No quería terminar colgado como Benito.
