La marihuana es una droga psicoactiva que proviene de la planta de cannabis. Aunque muchas veces se usa el término para referirse a la planta entera, en realidad “marihuana” se refiere solo a las flores y hojas secas de la planta. Y sí, también se le llama así a productos comestibles como galletas o bebidas que contienen sus componentes activos.
El responsable de los efectos que alteran la mente es el THC (delta-9-tetrahidrocannabinol), el principal compuesto psicoactivo del cannabis. Es la sustancia que genera esa sensación de “colocón” que buscan muchos consumidores cuando la usan de forma recreativa.
Cuando alguien fuma marihuana, el THC pasa rápidamente desde los pulmones al torrente sanguíneo, y desde ahí viaja por todo el cuerpo hasta llegar al cerebro. Los efectos pueden sentirse en cuestión de minutos, a veces casi de inmediato.
La mayoría de quienes consumen marihuana experimentan una sensación de euforia y relajación. Sin embargo, los efectos pueden variar bastante entre personas. Algunos notan una mayor sensibilidad sensorial (como ver los colores más intensos), cambios en la percepción del tiempo, un fuerte ataque de risa o el famoso “monchis” (ese aumento repentino del apetito).
Eso sí, no todo es diversión garantizada: en ciertas personas, la marihuana también puede provocar ansiedad, confusión o somnolencia. Como con muchas cosas, todo depende del cuerpo, el entorno y la cantidad consumida. Y sí, aunque venga de una planta, no deja de ser una sustancia con efectos reales sobre la mente y el cuerpo.

Las experiencias con la marihuana no son siempre un camino de rosas. Aunque mucha gente busca esa sensación de relajación y euforia, otros pueden sentir justo lo contrario: ansiedad, miedo, desconfianza o incluso pánico. Estos efectos negativos son más comunes cuando se usan dosis altas o cuando la persona no tiene experiencia. En casos extremos, puede aparecer una psicosis aguda, con alucinaciones, espejismos y hasta una pérdida de la sensación de identidad.
Por otro lado, aunque el THC puede permanecer en el cuerpo por días o semanas, los efectos más intensos de fumar marihuana suelen durar entre 1 y 3 horas. Si se consume en alimentos o bebidas, la duración puede extenderse por varias horas más, por la forma en que se absorbe.
Pero, ¿cómo logra la marihuana producir estos efectos? El THC y otros cannabinoides que contiene la planta son parecidos a unos compuestos que nuestro cuerpo genera naturalmente, llamados cannabinoides endógenos. Uno de los más conocidos es la anandamida, que funciona como un neurotransmisor, enviando mensajes químicos entre neuronas a lo largo del sistema nervioso.
Estos cannabinoides influyen en áreas del cerebro que controlan el placer, la memoria, el pensamiento, la concentración, el movimiento, la coordinación, y la percepción sensorial y del tiempo. Por eso, cuando el THC “engaña” a estos sistemas, los efectos pueden ser tan variados y poderosos.

Gracias a su similitud con los cannabinoides que produce el cuerpo, el THC se conecta con unas moléculas llamadas receptores cannabinoides que están en las neuronas de varias zonas del cerebro. Al activarlos, altera funciones mentales y físicas, causando los efectos típicos de la marihuana. Esta red de comunicación, llamada sistema endocannabinoide, es fundamental para el desarrollo y el funcionamiento normal del sistema nervioso, así que interferir con ella puede tener consecuencias importantes.
Por ejemplo, el THC afecta el funcionamiento del hipocampo y la corteza orbital frontal, áreas que nos permiten crear nuevas memorias y cambiar el foco de atención. Por eso, usar marihuana puede afectar el pensamiento y dificultar el aprendizaje o la realización de tareas complejas. Además, el THC altera el funcionamiento del cerebelo y los ganglios basales, responsables de la postura, coordinación y tiempo de reacción.
Pero eso no es todo: al actuar en estos receptores, el THC también activa el sistema de gratificación cerebral, que regula respuestas placenteras como el sexo y la comida. Al igual que otras drogas, el THC estimula las neuronas para liberar dopamina, el neurotransmisor del placer, en cantidades mayores a las que normalmente produce nuestro cerebro con estímulos naturales.
En resumen, el THC no solo “relaja” o “altera”, sino que influye en varias funciones cruciales del cerebro, desde la memoria hasta la forma en que experimentamos el placer y nos movemos. ¡Todo un viaje cerebral!

Pocos minutos después de inhalar el humo de la marihuana, el cuerpo ya empieza a reaccionar. El ritmo cardiaco se acelera, los pasajes respiratorios se relajan y dilatan, y los vasos sanguíneos de los ojos se expanden, haciendo que se vean ese característico tono rojizo. Normalmente, el corazón late entre 70 y 80 veces por minuto, pero con marihuana puede subir entre 20 y 50 latidos más, e incluso llegar a duplicarse en casos extremos. Eso sí, si se mezclan otras drogas, este efecto puede ser aún más fuerte.
Algunos estudios científicos sugieren que el riesgo de sufrir un infarto durante la primera hora después de fumar marihuana puede ser hasta cinco veces mayor que el habitual. No es un dato para tomar a la ligera.
Además, el humo de la marihuana, igual que el del tabaco, es un irritante para la garganta y los pulmones. Puede provocar ataques de tos y contiene gases tóxicos y partículas que dañan el tejido pulmonar.
Fumar marihuana está relacionado con una inflamación generalizada de las vías respiratorias, un aumento en la resistencia de estas vías y una hiperreactividad pulmonar. Por eso, las personas que fuman regularmente reportan síntomas de bronquitis crónica con más frecuencia que quienes no fuman.
En resumen, aunque la marihuana se vea como “natural”, no está exenta de afectar seriamente la salud física, especialmente la del corazón y los pulmones. ¡Hay que tenerlo claro!

Fumar marihuana también puede afectar la capacidad de defensa del sistema respiratorio, lo que aumenta la probabilidad de contraer infecciones respiratorias, incluyendo la neumonía. Esto se debe a que el humo irrita y debilita las defensas naturales de las vías respiratorias, dejando el cuerpo más vulnerable a virus y bacterias.
Pero no todo es negativo. La marihuana y sus componentes han sido objeto de investigación científica y debate durante décadas por sus posibles propiedades medicinales. El THC por sí solo ha mostrado beneficios para usos muy específicos. Por ejemplo, existen dos medicamentos basados en THC: dronabinol y nabilone, que se recetan en pastillas para aliviar las náuseas en pacientes con quimioterapia y para estimular el apetito en personas con síndrome consuntivo asociado al SIDA.
Además, hay otros medicamentos a base de marihuana que están aprobados o en proceso de ensayos clínicos. Uno de ellos es el nabiximols, un aerosol bucal disponible en países como Reino Unido, Canadá y varios países europeos. Se usa para tratar la espasticidad y el dolor neuropático en personas con esclerosis múltiple. Este producto combina THC con otros compuestos llamados canabidioles (CBD).
Los CBD no producen los efectos placenteros del THC y, según reportes anecdóticos, podrían ser útiles en el tratamiento de trastornos de convulsiones y otras condiciones médicas. La ciencia sigue avanzando para descubrir todo el potencial medicinal de la marihuana, pero siempre con cuidado y respeto a sus riesgos.

Existe un medicamento líquido a base de canabidioles (CBD) llamado Epidiolex, que actualmente está siendo evaluado en Estados Unidos para tratar dos formas graves de epilepsia infantil: el Síndrome de Dravet y el Síndrome de Lennox-Gastaut. Este avance representa una esperanza importante para niños que sufren convulsiones difíciles de controlar.
Sin embargo, el uso de la marihuana como medicina no está exento de desafíos. Fumarla puede causar efectos adversos propios del humo, como daños respiratorios, y el THC puede afectar las habilidades cognitivas, generando dificultades en la concentración o la memoria. Aun así, varios estados han legalizado el uso de marihuana o sus extractos para ciertos problemas de salud, con regulaciones específicas para su dispensación.
Sobre el tema del cáncer de pulmón, todavía no hay evidencia científica clara que confirme que fumar marihuana cause cáncer, como sí ocurre con el tabaco. Aunque el humo de la marihuana contiene sustancias cancerígenas por la combustión, hasta ahora no se ha demostrado un vínculo directo.
Sin embargo, estudios han encontrado una relación clara entre el consumo de marihuana durante la adolescencia y un mayor riesgo de desarrollar un tipo agresivo de cáncer de testículo (tumor de células germinales no seminomatoso). Este cáncer afecta principalmente a jóvenes y destaca la importancia de ser cuidadosos con el consumo desde edades tempranas.
En resumen, la marihuana medicinal tiene potencial, pero también riesgos que debemos conocer para usarla con responsabilidad y bajo supervisión médica.
