Retrato dividido de Adolf Hitler en dos facetas contrastantes. Imagen conceptual de Hitler mostrando su dualidad. Fotografía de Adolf Hitler con efecto de rasgado y colores opuestos.

¿Quién fue Adolf Hitler? Ascenso, dictadura y caída del líder nazi

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Adolf Hitler fue un militar y político alemán, nacido en Austria, que pasó a la historia por liderar el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores y establecer un régimen dictatorial entre 1933 y 1945, conocido como el Tercer Reich. Su visión extrema del mundo, basada en el nazismo, el fascismo y el racismo, terminó marcando uno de los periodos más oscuros del siglo XX.

Nació en la ciudad de Linz, en el seno de una familia de clase media. Su padre, Alois Hitler, era agente de aduanas, y su madre, Klara Pölzl, fue la tercera esposa de Alois. Curiosamente, sus padres eran primos, algo que no era tan raro en aquella época.

Desde pequeño, Hitler mostró un carácter complicado. Según sus propias palabras, su infancia estuvo marcada por una relación tensa con su padre, a quien temía. Aunque este quería que su hijo siguiera sus pasos como funcionario, Adolf tenía otros planes: quería ser pintor.

En 1905 abandonó la escuela para perseguir su sueño artístico. Lo intentó en la Academia de Bellas Artes de Viena, pero fue rechazado dos veces por “falta de talento”. Para sobrevivir, trabajó en todo lo que pudo: barría nieve, cargaba maletas y hasta fue peón de construcción. Por un tiempo vivió como vagabundo, hasta que, en 1910, logró estabilizarse vendiendo cuadros. Así empezó su camino… aunque terminaría en algo muy distinto.

Retrato en blanco y negro de Adolf Hitler, líder nazi. Fotografía histórica de Hitler con su característico bigote. Imagen de archivo de Adolf Hitler.

Su etapa en Viena fue clave en la formación de su pensamiento. Según el propio Hitler, allí se gestaron sus ideas políticas y raciales, incluido su antisemitismo. Entre calles, pobreza y mucho resentimiento, comenzó a moldearse la visión distorsionada que luego plasmaría en su ideología.

En 1913 se mudó a Múnich, probablemente para evadir el servicio militar austriaco, ya que no quería servir junto a eslavos o judíos. No tardó mucho en involucrarse en la guerra: una semana después del estallido de la Primera Guerra Mundial, se presentó como voluntario en el ejército alemán.

Fue asignado como mensajero en el frente occidental, sirviendo en Francia y Bélgica. Un trabajo que, dicho sea de paso, no era nada fácil: pasaba entre trincheras y bajo fuego enemigo. En 1916, una herida en la pierna lo sacó del campo, pero regresó en 1917, esta vez con el rango de cabo.

Durante su servicio, comenzó a esparcir la idea de que Alemania perdería la guerra por culpa de judíos y marxistas, a quienes responsabilizaba de debilitar la nación desde dentro. Este discurso ganó fuerza tras la derrota en 1918 y el duro Tratado de Versalles, que dejó al país económicamente golpeado y moralmente humillado.

En este contexto surge el nazismo, una mezcla de autoritarismo prusiano, racismo ideológico y rechazo al liberalismo. Para Hitler, la “raza aria” era superior en todo: cultura, moral y fuerza. Sí, una idea peligrosa… y tristemente, muy efectiva para sus fines.

Fotografía antigua de tres soldados alemanes con uniformes militares. Imagen histórica de soldados durante la Primera Guerra Mundial. Retrato de grupo de jóvenes militares en blanco y negro.

El 12 de septiembre de 1919, Adolf Hitler fue enviado a observar una reunión del recién formado Partido Obrero Alemán (DAP). Lo que empezó como una simple misión terminó siendo un punto de no retorno: poco después, se unió al partido. En 1920 dejó el ejército y se lanzó de lleno a la política. Ese mismo año, el grupo pasó a llamarse Partido Nacionalsocialista Alemán del Trabajo (NSDAP) y Hitler asumió como su jefe de propaganda.

En su estrategia comunicativa, adoptó símbolos como la esvástica y el saludo fascista con el brazo en alto, una clara inspiración del régimen de Mussolini. Su primer gran intento de tomar el poder llegó en 1923 con el fallido Putsch de Múnich. Terminó preso por alta traición y, aunque lo condenaron a cinco años, solo pasó nueve meses en la cárcel, tiempo que aprovechó para escribir Mein Kampf.

Pero Hitler no se alzó solo. Su ascenso fue respaldado por empresarios poderosos, tanto dentro como fuera de Alemania. Grandes industriales, bancos alemanes y algunas figuras internacionales vieron en el nazismo una forma de frenar el comunismo y proteger sus intereses económicos.

Finalmente, el 30 de enero de 1933, Adolf Hitler fue nombrado canciller de Alemania. Muchos alemanes lo recibieron con entusiasmo. Incluso líderes religiosos protestantes lo aclamaron públicamente, creyendo que era el hombre que traería orden y grandeza al país. No sabían lo que realmente se venía…

Adolf Hitler haciendo el saludo nazi. Imagen histórica de Hitler y el Tercer Reich. Fotografía en blanco y negro de Adolf Hitler con uniforme militar.

Una semana antes de las elecciones parlamentarias de 1933, el edificio del Reichstag fue incendiado. Aunque nunca se aclaró del todo quién lo provocó, los nazis culparon a los comunistas y usaron el incidente como excusa para desatar una ola de represión brutal contra el KPD y, poco después, también contra el SPD. El camino hacia el partido único quedó abierto: se ilegalizaron todas las agrupaciones políticas, y formar un nuevo partido se convirtió en delito.

El 1 de diciembre de 1933, se aprobó una ley que unía oficialmente al Estado y al partido nazi como una sola entidad. Con la muerte del presidente Hindenburg, el 2 de agosto de 1934, Hitler se autoproclamó Führer, concentrando en sus manos todo el poder. Empezó así la eliminación sistemática de opositores políticos y grupos que consideraba «indeseables», enviándolos a campos de concentración. El rearme militar también avanzaba a toda marcha.

Con el respaldo de la élite económica alemana, Hitler convenció a millones de que era el salvador frente al desempleo, el Tratado de Versalles, el comunismo y otras amenazas.

En 1939, el conflicto por la ciudad libre de Danzig le sirvió de pretexto para invadir Polonia. Como era de esperarse, Francia y Reino Unido reaccionaron, y estalló la Segunda Guerra Mundial. Pero Hitler no improvisaba: ya había sellado alianzas clave como el Pacto de Acero con Italia y un pacto de no agresión con Stalin, repartiendo Polonia en secreto.

Adolf Hitler y Paul von Hindenburg dándose la mano. Fotografía histórica del encuentro entre Hitler y Hindenburg. Imagen en blanco y negro de Hitler saludando a Hindenburg.

Durante los primeros años de la guerra, el moderno y temible ejército de Hitler logró una serie de victorias fulminantes. Gracias a su estrategia de “guerra relámpago”, ocupó buena parte de Europa: Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Grecia cayeron rápidamente. Mientras tanto, países como Italia, Hungría, Rumania y Finlandia eran aliados del Eje, y otros, como Suecia o Suiza, mantenían una “neutralidad” bastante conveniente.

Sin embargo, Gran Bretaña, bajo el liderazgo de Winston Churchill, resistió con firmeza durante la Batalla de Inglaterra en 1940. Y ahí empezó el declive. El gran error vino en 1941, cuando Hitler decidió invadir la Unión Soviética, buscando espacio vital para Alemania y combatiendo lo que consideraba su enemigo ideológico: el comunismo. Pero en 1943, la derrota en Stalingrado cambió el curso de la guerra. Desde entonces, los soviéticos avanzaron sin freno hasta llegar a Berlín.

En abril de 1945, Hitler estaba completamente aislado en su búnker, con solo unos pocos leales a su lado, como Eva Braun y Magda Goebbels. El 29 de abril, se casó con Eva, su pareja desde hacía años. Al día siguiente, ambos se quitaron la vida. Él, de un disparo; ella, con veneno. Incluso ordenó la muerte de su perra, Blondie.

Poco después, las tropas del Ejército Rojo, lideradas por Georgi Zhúkov, tomaron Berlín. Así se cerraba el capítulo más oscuro y destructivo del siglo XX… con el mundo entero contando los daños.

Adolf Hitler con Eva Braun y sus perros. Fotografía histórica de Hitler con sus mascotas. Imagen en blanco y negro de Hitler, Eva Braun y perros frente a su residencia.

Antes de quitarse la vida, Hitler dejó órdenes claras: no quería que su cuerpo ni el de Eva Braun terminaran como trofeos de guerra, así que pidió que fueran incinerados inmediatamente. Dicho y hecho. Cuando los soviéticos llegaron, no encontraron mucho más que cenizas y restos mal identificables.

El 7 de mayo de 1945 se firmó la capitulación alemana en Reims. Dos días después, el 9, se repitió el acto en Berlín, y cesaron oficialmente las hostilidades en Europa. Sin embargo, desde entonces circulan teorías que aseguran que Hitler no murió en Berlín, sino que huyó a Sudamérica vía España, como varios jerarcas nazis. Algunos testimonios de supervivientes del búnker lo respaldan, aunque su fiabilidad es discutible.

Los soviéticos confirmaron su muerte en 1955, basándose en restos dentales que, según ellos, pertenecían a Hitler. Aun así, mantuvieron todo en secreto. Los restos fueron enterrados en Magdeburgo bajo un jardín del cuartel de la NKVD, y no fue hasta 1970 que los exhumaron. Extrajeron el cráneo y destruyeron el resto, arrojando las cenizas al río para evitar cualquier culto.

En cuanto a su vida privada, Hitler mantenía una imagen fría y distante. Se sabía poco sobre sus gustos o relaciones. Solo su círculo más cercano —Goebbels, Göring, Hess— tenía contacto personal con él. Su afición más humana, curiosamente, era tomar el té con Eva Braun, a quien conoció en 1929, cuando ella apenas tenía 17 años. Tan misterioso en la vida… como en la muerte.

Estatua de cera de Adolf Hitler en un museo. Figura de cera de Hitler con expresión seria. Imagen de la réplica de cera de Adolf Hitler.

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